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Cuando vimos quebrarse y caer, envuelta en humo, a la aguja de la catedral, creo que algo se quebró también dentro de cada uno de nosotros. Un sollozo ahogado ante un hecho irremediable. No sé muy bien por qué, aún para los criados en tierras muy lejanas y que no la conociéramos físicamente, esa calamidad nos pareció también muy nuestra. Estaba ligada a nuestra historia personal: cuando descubrimos su imagen en "El tesoro de la juventud", en la charla con el abuelo, en la maestra que trataba de explicarnos el arte gótico, en el libro de Hugo con sus tapas verde obscuras, con la advertencia "No sé si este libro es para vos", en imaginar la mañana que la conoceríamos, casi en sentido bíblico.

"La aguja irreprochable que no puede fallar" (1).

De chico fueron varios los héroes, imaginarios o no, cuya existencia me entusiasmaba (pues aún los imaginarios existían). Uno de ellos fue "El jorobado” o “Enrique de Lagardere", el otro, Quasimodo, el campanero maltrecho, refugiado en escaleras y recodos de la catedral. El primero ha caído en un triste olvido, el segundo llegó a Walt Disney, y así una historia de pasiones turbias y ejemplares inocencias se transformó en un cuento de niños. Estos días Walt fue recordado más que Víctor, y para algunos fue la catedral más como el escenario de una comedia musical que como el lugar consagrado que fieles simples y esforzados crearon durante siglos como lugar de oración y dedicaron a Nuestra Señora. El llamado permanente de María, Nuestra Señora, es a la oración, "y si la resurrección de Cristo puede ser considerada la resurrección de un Dios, la resurrección de María presagia la de cada uno de nosotros" (2).

August Rodin escribió: "Los cielos alaban la gloria del todopoderoso, las catedrales suman la gloria de la humanidad. Ofrecen al hombre un espectáculo de magnificencia, que inspira y consuela; el espectáculo de nosotros mismos, la imagen de nuestra alma, elevada a la eternidad... Las catedrales evocan un sentimiento de optimismo, fe y paz. ¿Por qué ocurre esto? La causa es su armonía. La armonía del cuerpo humano que surge de sus elementos en movimiento, una catedral se construye sobre la imagen de un cuerpo humano. Sus proporciones y relaciones corresponden exactamente a las leyes de la naturaleza. Los grandes maestros que construían estos milagros de la arquitectura poseían la ciencia del día y sabían cómo aplicarla. ¡Cómo las catedrales son un recuerdo constante de su versatilidad! ¡Cuán complejas son y qué perfectamente integradas!" (3).

"París, Reims, Rouen y catedrales que son mis propios palacios y mis propios castillos" (4). Escribía Péguy, que las quería ver surgiendo entre trigales, dedicadas al Señor, a María, para los poderosos pero sobre todo para los más pobres.

La palabra catedral deriva del griego: kathedra, que significa asiento, es decir el asiento del obispo, detrás del altar mayor.

Uno de los destinos de las catedrales es el fuego. Dicen que París rezó, cantó y lloró ante la calamidad que se desplegaba ante sus ojos y los del mundo. Pero fueron muchas las catedrales que fueron incendiadas y reconstruidas: Colonia, Reims, León, Ypres, Utrech, Barcelona (Santa María del Mar). La misma Notre Dame fue muy dañada durante la Revolución Francesa y solo a mediados del siglo XIX pudo recuperar su esplendor perdido. La novela de Hugo contribuyó a ello. Pero mal podríamos decir que su novela es católica. Está bajo el signo de la fatalidad, que no es un sentimiento cristiano al negar la providencia.

Salía el viernes de la iglesia. Anochecía. Un viejito me alargó la mano, grandes ojos grises me miraron con fijeza, cierta ironía en los labios: "Sabés... ¿quién la quemó?". Y, ante mi gesto desconcertado, se rió y dijo muy bajo: "El Diablo".
Citas
1- Ch. Péguy. El retablo de Nuestra Señora.
2- G. Greene. Ensayos católicos.
3- A. Rodin-Catedrales. Atlas IP 1998.
4- Ch. Péguy. El misterio de los santos inocentes.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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