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No solo se trata de polarización

En los tiempos siempre revueltos en los que nos toca vivir, los que se han vuelto mucho más todavía en los días que corren, gana lugar en el espacio público la palabra polarización, un concepto con el que llega inclusive a contarse en provecho de estrategias electorales, ignorando en apariencia sus ominosas consecuencias.

Por Rocinante

Queda desnudo así un conflicto que es de esperar, en ningún momento pase de las palabras (aunque no hay que olvidar que la utilización de ciertas palabras duele y hasta lastima) a la de los hechos; circunstancia que los volvería más graves y en más de una ocasión, irreversibles. Todo ello transformado en un enfrentamiento que, para medir su gravedad, puede llegar a compararse a las guerras de religión, que Europa soportó después de la Reforma Protestante, y que se ven emerger en forma mucho más apocalíptica en la actualidad en tantas partes.

De allí que sea necesario encuadrar de manera correcta lo que, remedando a un notable intelectual nuestro, cabe considerarlo como nuestro pecado original. Es que se me ocurre que aludir a lo que nos ha pasado, nos pasa y puede llegar a seguir pasando como una polarización, no es otra cosa que achicar el cuadro, una manera de olvidar la cuestión de fondo, a la que deberíamos prestar una atención principal.

Algo que no quita que con el objeto de aclarar esa cuestión de fondo, comience por referirme a la polarización política, y sus causas. Las que en la actualidad dan lugar a ese fenómeno conocido como populismo, dejando aclarado una cuestión que permitirá ver con más claridad el meollo de lo que nos sucede.
La polarización política como fenómeno de nuestros tiempos
Se trata la polarización de un concepto, en apariencia al menos, fácilmente entendible. Se debe partir de la existencia de dos polos (es cuestión pendiente si cabe hablar de multiporidad) que resultan punto de atracción de los elementos circundantes que se agrupan en torno a ellos.
A la vez, y como consecuencia de ello, la definición de polarización política hace referencia al proceso por el cual la opinión pública se divide en dos extremos opuestos. Se hace necesario aquí una aclaración, ya que esa polarización resulta funcionalmente más peligrosa para cualquier sociedad, cuando más distantes sean esos extremos en cuanto a su manera de ver los problemas y la manera de solucionarlos.

Demás está decir que la planteada se trata de una cuestión no menor, ya que resulta hasta obvio lo señalado en el sentido de que el grado de polarización política de una sociedad es una variable clave, que cuantifica hasta qué punto la opinión pública se divide en dos extremos opuestos.

De donde, se ha dicho, tenerlo en cuenta es muy relevante generar consensos amplios entre grupos con sensibilidades distintas para acometer reformas profundas que permitan que la sociedad avance. De este modo, una polarización elevada puede dar lugar a posiciones irreconciliables, lo que dificulta el arribo a acuerdos o consensos.

A su vez, en los casos de polarización llevada a extremos cada vez más distantes (lo que he señalado más arriba y que llevaría a hablar de extremos-extremos), se observa el fenómeno que quienes se identifican con un determinado partido lo hacen con las más amplias gamas de su total ideario, dándose el caso que la adhesión monolítica a la doctrina partidaria crece en desmedro de los propios criterios y libertad de elaborarlos.

La consecuencia ha sido, según también se ha advertido, un alejamiento de las distribuciones de preferencias entre los votantes de los dos partidos o movimientos y un aumento de la antipatía hacia el otro bando. Se da así el caso que en un estudio llevado a cabo en los Estados Unidos, que viene a indicar que en 1960 el porcentaje de votantes de cada partido que desaprobaría la boda de su hijo con una persona del otro partido era exigua pero dicho porcentaje ya se eleva al 20% actualmente. En otras palabras, la polarización del electorado ha aumentado de forma clara.
Una rápida referencia a las causas de esa polarización creciente
Este mayor desacuerdo sobre cuestiones fundamentales se explica, en parte, porque se han venido a entremezclar posiciones sobre algunos tópicos de diversa índole con posturas ideológicas concurrentes.

En tanto, corresponde destacar que es la propia sociedad la que también tiene una percepción de una creciente polarización. Ello se refleja en un estudio de campo a nivel global realizado en 2018 por la empresa demoscópica IPSOS, en el que el 59% de los encuestados consideraba que su país estaba más dividido que 10 años atrás. Este porcentaje era sensiblemente mayor en países como España (77%), Italia (73%) o EE. UU. (67%). También que el principal factor al que se atribuía el aumento de la división era precisamente las tensiones entre personas pertenecientes a distintas ideologías políticas.

Disiento, por mi parte, con la conclusión de los encuestadores, en el sentido que el principal factor al que se atribuía el aumento de la división eran las tensiones entre personas pertenecientes a distintas ideologías políticas. Ello en cuanto estimo, que esa politización de los partidos tiene que ver con otros factores objetivos que sirven de abono a ideologías políticas y no a la inversa.

Es así como si se debería señalarse una fecha ( por lo demás aproximada) para el comienzo de la actual situación de polarización, habría que indicar el año 2008 cuando se produjo la gran crisis del sistema bancario a nivel mundial.

Es que no se puede pasar por encima del hecho que las crisis financieras tienden a radicalizar la posición política de los votantes. Particularmente, tras una crisis financiera, el porcentaje de votantes centristas y moderados disminuye, mientras que aumenta el de derechas o de izquierdas más radicales. Todo ello con las consecuencias que conocemos por experiencia propia, cuales son la pérdida de confianza en las instituciones y la clase política establecida, los conflictos que emergen y el aumento de la desigualdad.

Dentro de ese marco la profunda revolución tecnológica a la que estamos asistiendo juega su papel. Es que ella incide sobre el aumento de la polarización mediante dos canales principales, el del mercado de trabajo y el de los medios de comunicación. Primero alejando las retribuciones de los grupos de trabajadores de alta cualificación respecto a los de baja, lo que a su vez se refleja en un aumento de la llamada ventaja educativa, traducido en un salto retributivo que va a ser más que proporcional. Un proceso al que acompaña el empobrecimiento de parte de las clases medias, de modo que un grupo social numeroso ha visto cómo sus condiciones de vida y su estatus dentro de la sociedad empeoraban sensiblemente.

Por otra parte la incidencia del cambio tecnológico en el ámbito de la comunicaciones se traduce por una parte en lo que se conoce como efecto silo, es decir, que el público se auto dirige hacia medios cuyo sesgo informativo tiende a reforzar los apriorismos de espectadores y lectores, lo que contribuye a aumentar la polarización de la sociedad; a la vez que asiste a lo que se denomina sesgo de contenido, donde los mismos, aun en el caso de la política, tienden a convertirse en show mediáticos, de manera que lo que es entretenimiento, parece hacer desaparecer lo que es realmente informativo y formativo desde una perspectiva sería verdaderamente enriquecedora de la personalidad de cada cual.

El cambio demográfico (que por mi parte denominaría socio demográfico) contribuye a fomentar la polarización, en primer lugar como consecuencia de lo que se conoce como brecha generacional, la que nunca ha sido tan grande ni de tanta importancia por sus efectos como en el mundo actual. Ello ha provocado sobre todos entre quienes se encuentra del lado de los más longevos de la brecha lo que se denomina un repliegue cultural que contribuye a la polarización.

A lo cual habría que agregar la resistencia que provoca en la población asentada la inmigración masiva de seres humanos extraños en cuanto a raza, lengua y cultura que se hace presente en estos momentos en el hemisferio norte. Que guardan un nada lejano parecido con las consecuencias que tienen en nuestros países y su población, respecto a los cuales al no existir una verdadera, persistente y generalizada política de integración plena a la sociedad total, algo que es de justicia hacer y no se hace, se los debe en realidad considerarlo excluidos, y por ande ser aprovechados como instrumentos de polarización.
En el país de las antinomias
Demás está decir que si bien todas las polarizaciones dejan sus huellas, cuando las mismas dejan de ser coyunturales y perduran en el tiempo, se convierten en rigideces estructurales de cualquier sociedad, que por lo mismo al ser fuente de enconos, provocan resentimientos generadores de desacuerdos y de procesos retardatarios cuando no de retrocesos en materias económicas y sociales.

Se hacen presente entonces fracturas o quiebres sociales, algo que entre nosotros se hace presente con la denominación de la grieta, algo existente y dañino que, por hipnotizarnos, nos inmoviliza.

Pero lo que se me ocurre es que seguiremos una y otra vez asistiendo a nuevas y sucesivas polarizaciones, y reaperturas de la misma grietas, que es un motivo por el que confundamos con cambios, lo que no es sino un indeseable e invariable río revuelto, sin llegar a descubrir que detrás de todas esas circunstancias más o menos superficiales (lo que no significa quitarles gravedad) existe un sustrato más profundo, en el que se hace presente un pecado original que parece condenarnos a que el nuestro sea el país de las antinomias, una situación a la que debemos prestar tanta atención como la que sea indispensable para poder erradicarlas.

Es sabido que por antinomias debe entenderse la contraposición o sea el enfrentamiento entre ideas, principios, y si se quiere hasta de normas y valores. Algo que llevado a su extremo puede provocar a que existan puntos opuestos con los que abordar e interpretar la misma realidad.

No es el caso de referirme a ellas con la minuciosidad que exige el tema. Dado lo cual que me limito a señalar que por esas distintas formas de interpretar y ,por consiguiente, ver una única realidad objetiva, nos empeñamos en transformar lo que debería ser una historia en lo fundamental única, y la toma de conciencia de nuestra realidad actual en no otra cosa que en relatos distintos y con diversos grados -y aun ninguno- de veracidad.

De esa manera al ver en lo que vemos cosas distintas, son escasas, por no decir ninguna, las posibilidades de entendernos y de marchar juntos hacia adelante.

Así y para dar tan solo unos pocos ejemplos de lo que se afirma, que por lo mismo no puede dejar de ser irritativo para muchos, señalamos lo siguiente.
Preguntarnos cuando se escribirá una historia que sea lo más objetiva posible de la década de los setenta, en la que ahora se diferencia entre una juventud maravillosa y los genocidas de lesa humanidad, en la que vemos a los viejos que en ese momento fueran la juventud así calificada, confortablemente libres e idealizados con creces, mientras los incalificables represores de ese entonces son mostrados en prisión. Todo lo cual no significa perdonar a nadie sino buscar la forma de construir la historia como corresponde.

También, nos preguntamos cuándo se aprenderá a no confundir políticos presos con presos políticos, ya que hablar de los primeros, implica la existencia de delitos comunes ajenos a la política, en esa situación. Es después de aclarada esto, donde –si cabe- corresponde a los así condenados, definir si deben ser habilitados para ocupar cargos electivos.

Lo que es lo mismo que decir que hasta que tomemos como regla de conducta colectiva llamar a las cosas por su nombre –y no los puntos legítimos de vista discrepantes- las antinomias seguirán presentes.

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