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El afecto social

Viene al caso, y en referencia al título de este acápite, hacer referencia a una situación de la que fui partícipe pasivo. Resulta que me encontraba en casa de un amigo, el que como estudiante de derecho que es, comentaba con su padre, ya abogado, un tema de derecho comercial. Más concretamente, los requisitos necesarios para constituir una sociedad. Y la dificultad de mi amigo, las que su padre no terminaba de clarificar, era que entre esos requisitos, junto al número y nombre de los integrantes –dejemos de lado esa fantasía terminológica que hace referencia a la existencia de sociedades unipersonales, que es como hacer referencia a un matrimonio de alguien consigo mismo-, la razón social, el capital y los aportes respectivos, era un requisito indispensable para la constitución y supervivencia de una sociedad, lo que en el texto que él leía se mencionaba como affectio societatis; un latinazgo que opino que mal se traduce como la voluntad de asociarse, ya que para mí hace referencia al indispensable afecto entre los socios, en el inicio de lo que debiera considerarse como una suerte de matrimonio.

Por Rocinante

Por mi parte, en tanto, me limitaba a asumir el papel de callado espectador, aunque no pude menos que ponerme a pensar, por esas asociaciones inexplicables de ideas que se hacen presentes en la mente de cualquiera, unida a mi preocupación por verse maltratar recíprocamente a los integrantes de nuestra dirigencia de una manera que al menos en apariencia, con eso de mandoble va, mandoble viene, da cuenta de tanto odio suelto en el ambiente.

Algo que me llevó a preguntarme qué dosis de afecto social queda todavía presente en la profundidad de la mayoría de nosotros, y la implicancia que ello tiene no ya solo en la prosperidad, sino en la supervivencia de nuestra sociedad. Lo que sigue es adonde me llevó el planteo de esa cuestión.

Yendo paso a paso, comenzaré por una breve alusión a aquello en que consiste el afecto, al que, como le pasa a la mayoría, sé de qué se trata, pero me cuesta explicar. Aunque cabe que diga que lo entiendo como el sentimiento positivo hacia otro, que en cuanto tal se traduce tanto en simpatía o cariño, con la disposición de ayudarlo, en el caso de ser necesario.

En tanto el afecto social es y no es, algo diferente. Es que no se trata de un sentimiento que se hace presente en una persona frente a otra bien concreta, definida y hasta diferenciada, sino de la actitud de apertura bien predispuesta, de cada cual respecto a los restantes miembros de la sociedad que integra, aun para quienes no le sean ni siquiera conocidos de uno modo que signifique la existencia de alguna vinculación. Para que, si se puede, que resulte más claro, se trata de una predisposición favorable, aun en relación a alguien al que se acaba de conocer.

A lo que debo agregar que en ese afecto difuso, no solo reside la base de la confianza social, de la que más adelante me ocuparé, si no que ambas vienen a ser no otra cosa que el cemento que une a las piezas que conforman toda sociedad. Hasta el extremo que, ante su ausencia resulte primero imposible que una sociedad se forme y después de ello sobreviva. En suma, una variante mucho más esforzada del affectio societatis, que tanta preocupación le provocaba a mi amigo, el estudiante.
Del capital social
Existen conocidas razones para que lo que he tratado de dejar hasta aquí esbozado, en un giro copernicano, lo dejemos de lado para mirar a esas sociedades globales en las cuales todos estamos necesariamente insertos, y la pasemos a mirar desde otra perspectiva.

La que tiene la ventaja de ser más afinada y pormenorizada en la extensión que quiera, en lo que viene a ser un repaso de la forma como se hace ver esa sociedad, en lo que vendría a ser una suerte de examen de conciencia. Lo cual viene a significar centrar la atención en los que se consideran elementos (y no requisitos) del capital social (y no de la sociedad).

Algo que lleva que ese capital social único venga a ser de un modo imprescindible el resultado de la convergencia de varios capitales.
Una revista somera a esos capitales diversos que hacen a la configuración del capital social
Prescindo de ocuparme del territorio, como plataforma física de toda sociedad, ya que es en principio inconcebible una sociedad que carezca de éste, aunque se da el caso que se mencione como excepción no del todo consistente la constituida por los judíos de la Diáspora. Sin embargo, para iniciar este repaso, es necesario efectuar una primera referencia a lo que constituye el capital social material.

Efectuar un inventario de todos sus componentes es una tarea farragosa y hasta estéril, dado que es algo que puede darse por sabido. En la medida en que incluye todas las variedad de infraestructura material pública y privada que existe en el territorio donde se encuentra instalada la sociedad, desde caminos y puertos, hasta las redes de interconexión de distinto tipo y finalidad. Un elemento al que es no solo útil sino también necesario atender, ya que ello permitirá contar con un inventario de lo que se tiene y de su estado de conservación, y a la vez de todo lo que se carece y que debe buscarse la manera de obtener.

A lo que ha de seguir la atención que debe prestarse al capital social humano. Una designación que debo admitir que me resulta molesta, ya que con ella se está a punto de considerar a cada uno de nosotros, cuando no como simples números, hacerlo como piezas de un tablero de juego, algo que, de ser exclusivamente de lo que se trata, puede llevar a avanzar en el proceso de deshumanización que es desde siempre nuestro mayor peligro, ya que no significa otra cosa que tratar a los seres humanos como si fueran cosa.

Es que desde siempre el lugar que ocupa una sociedad en comparación con las otras (y lo mismo sucede en el caso de las personas, mal que nos pese, por ser tanta veces una perversa consecuencia de la también perversa desigualdad en las oportunidades iniciales de cada cuál), tiene mucho que ver con la formación moral intelectual y técnica que muestran sus integrantes.

Siempre tengo presente una anécdota que en su momento mi abuelo traía a colación, referida a la que es conocida como la guerra de Corea. Aludía de esa manera a la circunstancia de que en los combates aéreos entablados era casi una constante la victoria de los pilotos estadounidenses sobre los norcoreanos a pesar de que sus aviones eran de una generación anterior (creo que aludía a la superioridad de los Migs fabricados por los rusos y suministrados a Corea del Norte, sobre los aviones Sabre que piloteaban los estadounidenses. La explicación: los pilotos estadounidenses, casi desde el momento mismo de nacer, estaban familiarizados con la presencia y utilización de engendros tecnológicos en su vida diaria, mientras en el caso de los norcoreanos lo habían hecho en el seno de comunidades en la que los bueyes eran el casi único instrumento de tracción.

Un relato que tiene como moraleja el hecho del capital humano con el que cuentan las dos Coreas en la actualidad, tan diferente del nuestro, en el que hablar de educación se lo asocia invariablemente a la idea de paro docente.
El capital social superlativo
Al tercero y último de los capitales sociales, se me hace difícil darle un nombre, en la medida en que, a diferencia de los otros dos previamente mencionados, es un capital social de naturaleza intangible, en las dos acepciones que tiene ese vocablo, que alude a su carácter de etéreo, es decir que “no puede ser tocado” y a la vez que “merece extraordinario respeto y no debería ser alterado o dañado”. Inclusive el diccionario da ejemplos de ambos, cuando dice primero que "el tiempo es intangible" y después hace referencia a "una tradición intangible".

A esa categoría pertenecen valores, a los cuales su incorrecta utilización los ha vuelto polémicos, como es el caso de la memoria, el olvido y el perdón, de la que no es esta la ocasión de ocuparme, ya que mi interés es hacerlo con la confianza social como valor intangible y principalísimo en ese ámbito, lo reafirmo, el ámbito social.

Algún texto de autor reconocido, a la confianza social la define como la concedida a desconocidos de los que se carece de información. Con lo que, por mi parte, interpreto como la actitud que nos lleva a darle en principio crédito a todos aquellos con que cada uno se relaciona, y se mantiene esa actitud mientras no se haga presente una circunstancia que lleve a modificarla (debe quedar claro que es la actitud inicial).

No se trata de otra cosa que lo que en una época se hacía mención con orgullo, al aludir al lugar que entre nosotros tenía el valor de la palabra. Esa palabra empeñada, que se consideraba como la mejor de las garantías. La misma que es necesario recuperar en momentos en que vemos a la palabra devaluada, como sucede con tantas cosas…

De donde, para concluir vuelvo al principio, con estas preguntas: ¿se puede en verdad vivir, en lo que así se tiene por tal, en una sociedad en la que cada uno parte de la desconfianza hacia los otros? ¿Puede sembrarse y crecer en ella el afecto social? De eso se trata el que debe ser nuestro mayor empeño. Ya que esto no es vida, como se suele escuchar y decir.
Fuente: El Entre Ríos

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