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Entre el chamuyo y el autoanálisis

Esta Argentina decadente en la que nos ha tocado vivir, nos lleva al intento recurrente de caer en una mezcla de verso y psicoanálisis casero. Es así como, de una manera casi obsesivamente compulsiva, esa circunstancia nos lleva a preguntarnos, una y otra vez, cuál es la explicación del porqué las cosas hayan resultado de este modo.

Por Rocinante

Se trata invariablemente de explicaciones al menos en gran parte falsas, y cuya característica común es la de pretender encontrar en acciones ajenas, ya sea las de algunos de nosotros o de extraños, la causa de nuestras penurias.

Circunstancia que se ve agravada por el recuerdo vívido, aunque borroso, de que un siglo atrás fuimos conocidos, según las palabras de un gran poeta nuestro como el país de los ganados y las mieses, en lo que aparecía como una clara comparación con la tierra prometida a los hebreos, a la que en el relato bíblico se la describe como la tierra de la leche y de la miel.

Recuerdo en pasadas grandezas (como sería también el caso que, a finales de la década del ‘30 del siglo pasado, las cajas de caudales del Banco Central no daban abasto para guardar en ellas el total de nuestras reservas en oro y divisas), recuerdo que ahora buscamos mantener vivo con el éxito individual de tantos compatriotas en el exterior, lo que lleva a que sostengamos cada vez con menos convicción y fuerza menguante el hecho de ser, o por lo menos estar, entre los mejores.

Dentro de ese cuadro, el Club Político Argentino en un documento -el cual, en forma editorial, fuera comentado por este medio digital el pasado jueves-, de una manera implícita, ha venido a dar cuenta de una causa que estaría en la base de cualquier explicación sobre las causas de nuestras crisis recurrentes, y de gravedad creciente.

Es cuando en la misma se hace referencia a la necesidad de avanzar en la consolidación de la confianza en las instituciones de la República. Con lo que se viene a decir no otra cosa que el nivel de confianza en las instituciones por parte de nuestra población es, cuando menos, precario.

Y que existe una correlación estrecha entre los niveles de confianza entre los que componen la población y la forma de comportarse de quienes tienen a su cargo el funcionamiento de las instituciones.
Un test de confianza social
Antes de ocuparme en concreto del concepto de la confianza social y de su percepción, quiero exhibir las conclusiones de un test que ha hecho conocer la politóloga María Cecilia Güemes en su tesis doctoral (“Estado, políticas públicas y confianza social”) sobre la materia.

Del mismo, resulta que los argentinos percibimos a nuestros compatriotas como:

• Poco solidarios (un 25% los considera egoístas y solo un 7% manifiesta que los demás son solidarios).

• Poco honrados (más de un 70% considera poco o nada honrados a los demás).

• Desinteresados en los demás (cerca de un 60% cree que a los demás les importa poco lo que les pase a otros).

• Oportunistas (un 24% cree que los demás tratarán de sacarle partido y aprovecharse y solo un 8% que tratarán de ser justos).

• Que en los últimos años los estándares éticos-morales han empeorado (el 60% considera que han empeorado algo o mucho).

Por su parte el sociólogo Humberto Maturana, en una nota en la que benevolentemente nos excluye, referida a los niveles de confianza social en América latina, señala que en nuestro subcontinente solo 14 de cada 100 personas manifiestan confiar en los demás. En Europa, son 32 de 100. Lo interesante en ambas regiones es la variación entre países. En América latina los ecuatorianos y chilenos tienen valores cercanos a países europeos, mientras Brasil no llega al 7%; y en Europa los noruegos y finlandeses tienen respecto a los portugueses y polacos una diferencia de 50 puntos.

Por mi parte descreo de la corrección de esas conclusiones, al menos en lo que a nosotros respecta, porque tengo la convicción que somos mejor de la manera en que se nos presenta.

Independientemente de lo cual, teniendo en cuenta la calidad del humor social existente en nuestro medio, entre cuyos ingredientes se encuentra la crispación producto de una inseguridad (la que es algo más que una sensación, y que no solo se circunscribe al delito; sino que incluye amenazas y realidades vinculadas con el no tener trabajo formal o informal; y la posibilidad de perderlo o no encontrarlo; así como la creencia, muchas veces explicable, que el futuro se encuentra clausurado por una cortina cerrada, a los que son una minoría aquellos en condiciones de eludir) que por su generalización y dimensiones viene, como resultado de aquel estado de ánimo, a que nos veamos llevados a considerarnos mucho peor de lo que somos. Todo ello independientemente del hecho de que además de este sinceramiento-sincericida pasajero, aunque recurrente, no por eso dejemos de buscar alivio a nuestras cuitas apelando a otros chivos expiatorios.
Acerca de lo que se entiende por confianza social o pública
Se debe comenzar aquí por la confianza desde la perspectiva personal o singular, o sea la existente entre persona y persona (la que, por lo general, es recíproca y que se da entre quienes se conocen entre sí) y la confianza social, que es la que una persona deposita en un número impreciso de personas o de grupos. La que a su vez, puede ser horizontal cuando se da entre un conjunto grande de iguales, o vertical, cuando se da entre personas ubicadas a niveles distintos, en especial el caso de los individuos frente al Estado o sus instituciones.

En tanto, mientras el primer tipo de confianza es la confianza en sí mismo, o sea la seguridad de su valer, la confianza personal o singular, o sea la dirigida a otra persona, es la expectativa o esperanza firme que se tiene a un conocido.

Es lo que la distingue de la confianza social, ya que en esta no se da este grado de firmeza, sino que siempre se hace presente la incertidumbre, aunque lo sea en grados diferentes. Lo cual lleva a que si siempre la confianza es una suerte de apuesta, lo es en un grado mínimo y acotado por su rasgo de firmeza, pero que se vuelve impredecible en diversos grados en el caso que la apuesta tenga que ver con la confianza social.

Es por ello que tanto en el caso de la sociología como de la psicología social, se recurre a una definición englobante en cuanto abarcativa, señalándose así que la confianza es la creencia en que una persona o grupo será capaz y deseará actuar de manera adecuada en una determinada situación. O sea que para ambas disciplinas la confianza es una hipótesis que se realiza sobre la conducta futura del prójimo. Se trata de una creencia que estima que una persona será capaz de actuar de una cierta manera frente a una determina situación. De donde la confianza supone una suspensión, al menos temporal, de la incertidumbre respecto a las acciones de los demás. Cuando alguien confía en el otro, cree que puede predecir sus acciones y comportamientos.

La confianza, por lo tanto, simplifica las relaciones sociales, ya que gracias a ella es posible suponer un cierto grado de regularidad y predictibilidad en las acciones sociales, simplificando el funcionamiento de la sociedad.

Conviene a la vez poner el acento en la importancia que tiene la confianza social para el afianzamiento de la democracia. Es que, como bien se ha advertido, aumentar la calidad de la democracia demanda una ciudadanía activa e involucrada, exigente y comprometida, que se movilice y castigue a los representantes políticos incompetentes y que esté dispuesta a cooperar en la realización de bienes públicos. Asimismo, la cooperación entre burócratas, entre elites de gobierno y entre el Estado y la sociedad civil mejora el desempeño del gobierno y da lugar a políticas públicas más eficientes, eficaces y legitimadas.

Todo ello sin dejar de señalar que también la confianza social favorece el desarrollo económico en la medida que reduce los costos de transacción. Si los sujetos confían no serán traicionados, se utilizarán menos recursos para prevención y vigilancia de las conductas de aquellos con quienes interactúan. Esto último, aumenta los recursos disponibles para invertir en otras cosas como son la innovación e investigación, a la par que facilita la transferencia de información y conocimiento e incrementa las probabilidades de coordinar actividades más complejas, costosas o de largo plazo.
El Estado como destructor de la confianza social
Si bien no se trata de esquivar las responsabilidades que a todos nos tocan -se debe recordar aquello de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen-, cabría señalar que el manejo institucional de los poderes del Estado por décadas largas, a través de gobiernos diferentes, nos ha llevado a una situación -la actual, que cabría considerar apenes mejor de no habernos contagiado la pandemia- en la que se viene asistiendo a un deterioro creciente de la confianza social, dado el hecho que una gran parte de la población, a pesar de mantener su adhesión al ideal democrático y republicano, se muestra cada vez más descreído respecto tanto a la idoneidad como el perfil moral de un número significativo de quienes ocupan posiciones de gobierno.

Es que se asiste a la presencia de imperita negligencia, y la honradez se ha vuelto escasa en quienes nos gobiernan, dado lo cual esas circunstancias convergen para que ni los que aquí vivimos y muchos de los que se vinculan de afuera con nosotros “no sepamos a qué atenernos tanto por la ineficacia como la ausencia de previsibilidad del accionar de los tres poderes estatales”.

Se da así una situación del tipo de quién fue primero, si el huevo o la gallina. Cuestión que seguirá en veremos, aunque lo cierto es que por nuestra parte seguiremos siendo el pato de la boda.
Fuente: El Entre Ríos

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