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El huevo y la gallina

El caso chileno es el último de brotes explosivos de anarquía, que se están dando a lo largo del mundo. Y como no hacemos otra cosa que reiterar al indicarlo, tiene la particularidad de que se da en un país, en el que no solo a nivel continental sino si se quiere también mundial, se lo veía como un ejemplo en contraste con otras realidades penosas a cuya existencia estamos acostumbrados.

Por Rocinante

Es que de Chile solo se decían maravillas, que hasta cabía la posibilidad de que provocaran una sana envidia, al mencionarse la caída que exhibía en los niveles de pobreza de la población, el surgimiento consiguiente de nuevos sectores de clase media, a lo que se agregaba su solidez institucional, demostrada por la alternancia no traumática en el poder, de gobiernos de distinto signo político.

Hasta parecía que el único problema –aunque se trataba de una cuestión no menor- lo constituía la forma de abordar la grave cuestión de la resistencia y más que eso larvada insurrección, por los componentes del pueblo mapuche que se resiste a identificarse como chileno.

De donde, dentro de ese marco, no pudo menos que causar sorpresa la reacción popular desenfrenada que produjo las revueltas dispersas, pero con tufillo a rebelión, que en el país vecino se han producido con las consecuencias perversamente dañosas auto infringidas ya conocidas. Máxime teniendo en cuenta una característica que se ve repetida en fenómenos similares, se asiste como actores a la presencia de movimientos horizontales, en la medida que más que referentes que se mantienen en la sombra, se trata de grupos espontáneos que carecen de referentes con los cuales sería posible entablar un diálogo en base a una agenda previamente acordada, a lo que se agrega que las convocatorias se hacen a un método parecido al de la comunicación boca a boca, aunque potencializado por la utilización de las redes sociales.

Máxime si se tiene en cuenta que su disparador, o sea el factor desencadenante, fue en el caso al que aludo, un aumento en el precio del pasaje en el transporte por subterráneos, que al menos a nuestros ojos acostumbrados a vivir inmersos en otras realidades, puede llegar a parecernos una reacción exagerada.

Mientras tanto lo peor que puede hacerse con el objeto de encontrarle una explicación a lo ocurrido, es mirarlo con los ojos de cualquier ideología, como es el caso de una izquierda que habla de brisas que llegan desde Caracas, o en sentido inverso, los que explican lo sucedido en función de la presencia (que bien pudo existir) de infiltrados venezolanos y cubanos.

Por su parte, los hechos a destacar, no ya en procura de efectuar un análisis de lo ocurrido, que más de una razón escapa a nuestras pretensiones sino a nuestras posibilidades, es apuntar a tres factores que consideramos deben servir de base para un posterior análisis objetivo. Con la ventaja que ese señalamiento cabría ser utilizado para buscar una explicación y consiguientemente apuntar posibles soluciones a fenómenos similares que se producen en muchas de las sociedades actuales.

Se trata de tres factores que los abordamos como si fueran en realidad parte de un mismo fenómeno, a cuya génesis han contribuido en forma convergente y simultánea; y no de una manera secuencial cual es la que se presenta cuando se problematiza acerca de que existió primero, si el huevo o la gallina.
Lo aparentemente intempestivo de lo ocurrido
Al respecto debe señalarse que lo sucedido cayó como un balde de agua fría sobre las cabezas, de quienes, como gobernantes de ese país, debieron estar atentos a las consecuencias que pueden llegar a generar, en sociedades sensibilizadas hasta el extremo, o que, en gran parte al menos, para estarlo ante cualquier medida de gobierno que resulte gravosa en cuestiones esenciales, más allá de su dimensión, a la población o a determinados sectores de ellas.

Y no disculpa, ya que existen errores de los que es al menos difícil volver, el hecho que a situaciones parecidas se haya asistido en otros países, como el caso más acotado y que fue superado con un costo menor, como el que se produjo en el nuestro cuando se quiso de forma abrupta eliminar subsidios y de esa manera sincerar el valor de las tarifas eléctricas.

Es que da la impresión de que existen circunstancias objetivas de carácter estructural que llevan a que en un momento dado la calma que precede a las tormentas, se las interprete como una señal de pacifica normalidad, sin advertir que está ante una de esas situaciones de las que comúnmente se describen, aludiendo a la gota de agua que rebasa el vaso.

Dado lo cual, al margen de otras circunstancias tales como el hecho mencionado reiteradamente de la novedad que representa una nueva clase media surgente, como consecuencia de la disminución de la pobreza, y que como consecuencia de ello se vio sorprendida por un frenazo. Consecuencia en parte de factores coyunturales como son el ascenso del precio del petróleo cuyas consecuencias se vieron agravadas por la caída del precio en el mercado internacional del precio del cobre (con efectos similares a la pérdidas registradas en el volumen de la pasada campaña agrícola como consecuencia de una gran sequía).

Frenazo que cayó sobre esa nueva clase media (y en la otra también) al que no cabe considerarse lo decisivo ante la explosión mencionada, sino que cabría supone que ese malestar extremo es consecuencia de la frustración en las expectativas de un mayor crecimiento y la impresión real de una situación de estancamiento, que no se hace presente tan solo en esos segmentos, sino que corta transversalmente a toda la sociedad.

En tanto los otros dos factores de los que paso a ocuparme, son merecedores de ser tenidos en cuenta en su importante dimensión, a la vez que debe considerarse que no inciden en la situación chilena, sino que resultan aplicables en grados diversos a la mayoría de las sociedades actuales, tal como lo he indicado.
La inequidad en la distribución de la riqueza
Se trata de una cuestión conocida, y en la que no abundaré en detalles, ya que no solo está omnipresente, sino no estoy en condiciones de hacer otra cosa que mencionarlo, dado la casi total carencia de conocimientos en tan escabroso tema, respecto al cual no se reclama tanta justicia como correspondería.

Solo hago mención al hecho que en la actualidad por lo menos la mitad de la riqueza total global, entiéndase por esto la manera que se quiera, están en poder de un número pequeño de personas, mientras que el resto de la población suma otra inequidad, participando en proporción diversa del resto.

Se trata, entonces, de una situación que para que no se convierta en explosiva a nivel continental se debe encontrar remedio. Mientras que lograrlo choca con dos obstáculos, el primero de los cuales es que los poseedores de esa fortuna se encuentran atrincherados detrás de ella, por una parte, y que los círculos intelectuales competentes en la materia, no están interesados, y si lo están aparecen como incapaces de encontrarle solución, a una cuestión que trasciende el ámbito socio económico, para convertirse en existencial.

A ello debe agregarse la circunstancia que las nuestras se han transformado en algo más que en sociedades de consumo, sino en sociedades consumistas, entendiéndose por tal aquellas en las que el consumo adquiere los rasgos que lo convierten en obsesivo y estérilmente vacío en cuanto al desarrollo personal auténtico; a la vez que muestra en muchísimas circunstancias la ausencia no solo de su necesidad, sino de utilidad, para el logro y disfrute de una vida plena.

Es por eso que lo que nos interesa aquí son los aspectos psicológicos de la cuestión, dejando de lado los económicos y sociales que esa situación conlleva, ya que desde ese punto de vista el concepto de pobreza no es cuestión de necesidades insatisfechas, sino la sensación de privación, frente a la posibilidad de acceso por parte de otros a bienes y servicios, que no están a su alcance. A lo que se agrega cada vez en mayor proporción la conciencia de sentirse marginado.
La crisis de la representatividad
Se debe partir aquí, para abordar este tema, de la diferenciación entre sistema y régimen político, ya que como lo enseña una autoridad en la materia, la consolidación de un régimen político no implica necesariamente la del sistema político. En abono de su tesis, lo vemos señalar que si bien nuestros regímenes políticos pueden considerarse aceptados por una sociedad en cuanto a los valores que encarnan, las instituciones estatales y las reglas de juego político; todo lo cual se plasma en un consenso teórico y un respeto muchas veces a medias, e inclusive menor que lo legitiman en la misma proporción, ello no es suficiente para que asistamos a la presencia de un sistema político.

Es que del paso de un régimen a sistema político consolidado se hace presente, lo que se señala como un largo camino por recorrer todavía, si se tiene en cuenta que en el mundo asistimos a la presencia de una cultura y comunidad política debilitadas, una opinión pública sesgada y estructuras de intermediación deficientes, como claramente se ha señalado con total justeza.

Algo que queda corroborado, dejando de lado por un momento la cuestión de la crisis de representación, en la situación de nuestro país, donde se asiste a una endeblez del régimen político ( al sistema podemos darlo por inexistente) que convierte a cada elección en una suerte de terremoto.

Para continuar se debe señalar que representar significa hacer presente lo que está ausente; o sea en sentido literal, lo que no está presente. Existe siempre en la representación una tensión entre “ausencia-presencia” que sólo puede atenuarse en la medida que exista un pleno entendimiento entre ambos extremos a nivel relacional.

En cuanto a la crisis de los partidos políticos, y me refiero en especial al caso de nuestro país, la misma es evidente. Es por eso que ha podido decirse que en la práctica los partidos políticos han llegado a un grado de deterioro tal que no producen a los líderes, sino los líderes llevan a los partidos. A veces incluso se toman líderes de un perfil público adquirido en otros ámbitos que crea un partido en los que se apoyan para concurrir a las urnas. Y esto presenta una doble alarma: por un lado, la falta de continuidad de los partidos, y por el otro, la predictibilidad de la acción política.

Nuestro autor trae el ejemplo de Guatemala (que piadosamente citamos para no mencionar el nuestro) donde desde la instauración de la democracia, ningún partido ha obtenido un segundo mandato; y los candidatos a éste a menudo concurren a la presidencia con un partido distinto de una a otra elección. También resulta frecuente que, a lo largo de la legislatura, los diputados cambien de grupo parlamentario.

Ello a la vez queda revelado por una situación que ya Platón mencionaba como una señal de alarma, cuando advertía que en la polis ateniense se daba el caso que las personas más dignas de poseer el poder son las menos dispuesta a aceptarlo, un estado de cosas que en la actualidad se señala como el escape (casi una disparada) a la vida privada.

Pero el hecho es que más allá de las honrosas excepciones (que las hay, y que por fortuna no son pocas) la calidad de los candidatos y de los representantes que son su consecuencia viene acompañada del desprestigio de los partidos consecuencia del de los candidatos que eligen.

Es que existe la impresión de que los que son representantes de sus electores, terminan representándose a sí mismos y lo hacen atendiendo a su propio beneficio, más que al interés público, el que inclusive no por su falta de idoneidad no están en condiciones de atender de una manera eficaz.

Quedaría por aludir a la falta de articulación de la relación entre representado / representante. Porque ésta, desgraciadamente la más de las veces brilla por su ausencia por la culpa de ambos, ya que el representado en forma repetida, no tiene por lo general la mínima idea de quién lo represente, del que solo conoce inclusión en una lista sábana, y no hace el esfuerzo mayor de cercanía al acompañarlo con su voto, mientras que de los representantes pocas veces se da el caso que sigan timbreando las puertas de las casas de los votantes, si es que lo hacen, después que resulten elegidos.

No es de extrañar que ante esa falta de comunicación recíproca se haga presente el asombro cuando las cosas salen mal de una manera impensada.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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