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Roberto Baradel
Roberto Baradel
Roberto Baradel
Más allá del trato prioritario al momento de aplicar la vacuna contra el coronavirus

Debemos reconocer que nuestras coincidencias con la manera de pensar y de actuar de Roberto Raúl Baradel son casi inexistentes, sin que ello implique que dejemos de admitir, con el debido respeto, su constatable éxito en el ámbito del sindicalismo docente.

Para el caso de que exista entre nuestros lectores alguien que no sepa de él -algo que resultaría verdaderamente extraordinario, dada su estampa que resulta imposible de olvidar, y su público batallar- habría que señalarle que se trata de un abogado, docente y dirigente gremial que lidera, en calidad de secretario general, tanto el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires, como a la Central de Trabajadores de la Argentina en la provincia de Buenos Aires.

Sin embargo, y al mismo tiempo que la pandemia nos golpea, ha servido para que coincidiéramos con él, al menos por esta vez siquiera, en su reclamo de lograr se brinde un trato prioritario, al momento de comenzar a aplicar la vacuna contra el virus.

Reclamo que de la manera en que él lo plantea, no es un privilegio, sino que tiene su fundamento razonable y hasta legítimo en la circunstancia que a los maestros debe considerárselos un estamento clave de nuestra sociedad. Dado que lo es, en la medida en que tienen a su cargo la prestación de un servicio público no solo esencial para nuestra sociedad, sino también para su futuro, ya que su destino está condicionado en una medida incalculable, a la enseñanza que se les imparta e incorporen nuestras más jóvenes generaciones, comenzando por los niños.

Hemos aludido a esa coincidencia básica en torno a prioridades de “índole vacunatorio”, resultado de ser la labor educativa nada menos, pero a la vez y sobre todo un servicio público esencial -tal como lo hemos indicado y ahora remarcamos- para dejar planteada la cuestión que, si dada su naturaleza, la prestación del servicio cabría ser discontinuada por parte de sus operadores; tal cual padres, alumnos y la sociedad toda, hemos “naturalizado” el hecho de padecerla. Aún en estos tiempos, en los que los paros se han convertido en “apagones”.

Se trata de una cuestión de mayor entidad, y que precisamente, frente a los reclamos de los docentes -que por vocación y la naturaleza del servicio a su cargo son mucho más que meros “trabajadores”, aunque sea ésta una manera de ser nombrados que de por sí es una expresión de dignidad- se debe lograr una alternativa de canalizarlos, que no signifique menoscabo del servicio educativo y al mismo tiempo de la defensa de sus derechos.

No se trata, como se ve, de una cuestión que ataña aunque más no sea de una manera indirecta a esta pandemia. Aunque se deba reconocer que la misma, entre tantos terremotos, ha provocado un cataclismo mayor en el ámbito educativo. Y el cual, dadas sus consecuencias -las que son por ahora apenas perceptibles- se volverán claramente notorias a mediano y largo plazo, en desmedro tanto de los que ahora deberían estar “transitando por la escuela”, como también, tal como ha quedado antes dicho, en el futuro de nuestra sociedad.

Aunque se deba reconocer -por eso de “poner al mal tiempo buena cara”- el hecho que, como contrapartida de la circunstancia antedicha, la pandemia ha servido para desnudar, en una dimensión que parece que nunca hubiera sucedido antes, también en ese ámbito, una cruda realidad, que hemos venido a lo largo de décadas empeñados en el engaño de no verla tal como es.

Cruda realidad en la que en el ámbito educativo cabe una especial misión. No solo por la escandalizada vergüenza -la que parece no provocarnos todo lo suficiente que debería- el hecho que prácticamente uno de cada dos de nuestros chicos son pobres, y la mayoría de ellos pobrísimos. Sino también porque ese estado de cosas no es sino una de las caras de un fenómeno de mayor envergadura, cual es el deterioro creciente de nuestro “tejido social” dañado en todos los ámbitos y a todos los niveles, y en cuya restauración el servicio educativo tiene también una contribución importantísima que hacer.

Es que lo tengan o no del todo presente, los docentes constituyen un segmento importantísimo de nuestra dirigencia social. Y como consecuencia, ellos también deben asumir la porción, aunque sea menor, que le corresponde en la deuda que esa dirigencia tiene para con nuestra sociedad.

Deuda que se traduce en su falta de aptitud para elaborar políticas, que partan del ineludible presupuesto de esa cruda realidad. Políticas que no sean a la vez nada más que simples paliativos, que para lo único que sirven es para posponer el momento de una culminante debacle.

Deuda que no solo es de esa dirigencia, sino de una porción mayoritaria de la sociedad, la que se hace presente en el hecho que no siempre -esto dicho de una manera benévola- se la ve haciendo esfuerzos proporcionales al máximo de sus posibilidades, como contribución a que de una vez por todas las cosas encajen, y comencemos a funcionar como empresa común.

Dicho así, por el significado que tiene la “acción de emprender”, aún conscientes de la injusta mala imagen con la que se las mira por parte de muchos a “las empresas”, consideradas como un segmento social más.

Un ejemplo de lo expuesto lo encontramos, volviendo al ámbito de la educación, en lo dificultoso que ha resultado llevar adelante un proceso educativo “a distancia”, por la enorme cantidad de “limitantes y condicionantes” tanto en materia de infraestructura, como de capacitación docente en la utilización y el aprovechamiento de las nuevas tecnologías, a lo que debe añadirse una dificultad aún mayor en el caso de los educandos, por las circunstancia antedichas.

Conciencia de esos “limitantes y condicionantes” cuya mención no significa desconocer la existencia de todo tipo de “superfluidades”, ya que en el ámbito educativo, como en tantos otros vinculados con la gestión de la cosa pública, como ya hemos tenido ocasión de repetir de una manera insistente, la cuestión no pasa por “la plata que falta”, sino que el problema se encuentra en “la forma de gastarla”.

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