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Un nuevo nombre para un horrible y viejo vicio

Viene a cuento, comenzar haciendo referencia a la comedia del célebre Molière, estrenada por el año 1670. La cual, titulada El burgués gentilhombre, gira en torno a un personaje, Monsieur Jourdain, un burgués con aspiraciones de convertirse en aristócrata, que con ese propósito contrata los servicios de un filósofo.

Por Rocinante

Y es en el transcurso de ese aprendizaje, es que nuestro Jourdain, en medio de una conversación que tiene un poco de lección con el filósofo, aprende algo que ignoraba, cual es que se puede hablar en prosa o en verso. Y que al momento en que se le iluminó la mente, ya que, sorprendido, no pudo menos que exclamar: ¡Por vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que hablo en prosa sin saberlo!…

En tanto, debe tenerse por cierto, que en todos los tiempos, aunque es novísima la palabra con la que se viene a dar cuenta del concepto, y que en nuestro caso su empleo viene asociado a la universalización del uso de Internet y a la aparición de lo que ha dado llamar las redes sociales, ha habido quienes bajo otras formas, pero con la misma intención, han sido muchos los practicantes de lo que ahora se conoce como la cultura de la cancelación. La que no hace mucho de esto, creció con fuerza en los Estado Unidos donde se hicieron presentes sus primeras prácticas, rápidamente extendidas. En lo que desde ya anticipo que considero una nueva forma, para una antiquísima modalidad de comportamiento.

Debo confesar el hecho que, en mi caso, todo comenzó cuando leí en un diario, un texto que decía hay que cancelar a Trump. Un personaje público el cual, dicho sea de paso, no goza precisamente de mi simpatía, por motivos harto obvios.

Es que esa fue la primera vez que vi utilizada la palabra de esa forma, la que según pude enterarme al poco tiempo acerca de que en el idioma inglés, se hace referencia con ella a algo que se denomina cancel culture. Se trata de una práctica, bastante de moda en los Estados Unidos, como ya lo he indicado, en los tiempos que corren y que ha hecho que inclusive se hable de la irrupción de la época de la cancelación.

En tanto, la traducción de esa expresión inglesa al español hace referencia a lo que se considera como la práctica popular de retirar el apoyo a (cancelar) figuras públicas y empresas después de que hayan hecho o dicho algo considerado objetable u ofensivo. Pudiendo añadirse, a modo de explicación aclaratoria de esa descripción, que la cultura de la cancelación, se hace presente en las redes sociales, como forma de castigar a una persona o un grupo de ellas, haciendo público (de esa manera) que se los tiene como objeto de vergüenza social.

Es por eso que existen quienes señalan que el acto de cancelar, es una forma de boicot en el que se boicotea a un individuo (generalmente una celebridad) que ha actuado o hablado de manera cuestionable o controvertida.

Aunque no puedo dejar de advertir que el caso de todas esas descripciones y explicaciones acerca de esa palabra y el concepto subyacente, se soslaya una circunstancia que considero fundamental, cual es la de la naturaleza de la intención perversa de las personas o grupos al incurrir en esa práctica.

En tanto, el concepto me quedó en claro, paradojalmente, cuando en el teclado de mi computadora atendí a la tecla que indica delete, una expresión que se traduce como borrar, suprimir o … cancelar. Ya que entonces comprendí que con esa práctica lo que se pretendía no era otra cosa que borrar, suprimir o cancelar un grupo. En fin, de una aniquilación simbólica.

Es que rebobinando todo lo precedentemente dicho, cabría señalar como lo hace un autorizado autor, que la definición del diccionario de cancelar, es destruir la fuerza, efectividad o validez de… Es por eso que se agrega que, cuando las personas dicen que están cancelando a una persona famosa, eso es esencialmente lo que están tratando de hacer. Quieren quitarle su poder o su capital cultural. Quieren disminuir su importancia, ya sea a través de un boicot personal o hacerlo sentir la vergüenza pública, que con ella se asocia.

Es entonces, que actuando de esa manera lo que se pretende, es destruir a una persona, dándose de ese modo una pretensión de omnipotencia, que se traduce en la convicción que resulta fácil y simple eliminar a las personas o las ideas problemáticas, con solo apretar una… tecla de la computadora.

Y aquí debe tenerse en cuenta, que cancelar no es una acción con la que se da rienda suelta a los deseos de ver al cancelado muerto, sino de lo que se trata es de lograr, cuando no su humillación, la aniquilación de su personalidad social, como manera de intentar excluirlo de su grupo social.

Demás está decir que de ese modo se asiste, como así se ha destacado, a la presencia de una sociedad enferma, que lo es de una manera cada vez más grave, en el caso de constatarse que esta práctica se vuelve en ella generalizada, ya sea de una forma súbita o paulatina.

He hecho referencia, y me interesa remarcarlo, que esta cultura de la cancelación, es una forma nueva de una manera de actuar inmemorial, que resulta posible tanto por la generalización de internet y la consecuente formación de redes sociales mediante su empleo.

Y esa insistencia tiene su explicación en la necesidad de dejar en claro que Internet es un medio de comunicación, que como todo instrumento es neutro. Dado lo cual su caracterización moral no depende de él, sino del propósito con el que se lo utiliza. Algo parecido a lo que sucede con las redes sociales, una práctica anterior a la invención de Internet, y que esta tan solo vino a facilitar su funcionamiento, por lo que al mismo tiempo que puede hablarse de redes sociales perversas, existen otras que permiten lograr objetivos nobles, y por esa razón, encomiables.

A la vez que refirmar que la única diferencia entre la cancelación y otras prácticas del mismo tipo, se encuentra en la posibilidad de ocultarse en un cobarde anonimato por quienes se valen de Internet con ese propósito, lo hacen muchas veces por la posibilidad de conjugar anonimato con una vasta circulación.
Cultura de cancelación vs. Cultura de convocatoria
Para concluir en poner las cosas en su lugar, de manera de aclararlas hasta en demasía, conviene efectuar la distinción entre la forma cultural a la que nos venimos refiriendo que vendría a ser la contra cara perversa de la cara buena, cual es el caso de la cultura de convocatoria. Es aquella que se hace presente en los movimientos de derechos civiles no desmadrados, y que se prolonga en la cultura de llamada, que se da en los casos de organizaciones que por medio de internet buscan la adhesión de otros internautas, con el objeto de sumarse por esa vía a reclamos en favor de determinadas de políticas o acciones públicas.
La humillación como forma de desvirtuar a la vergüenza
El propósito de dañar que se halla presente en la cultura de la cancelación, tiene una de sus expresiones en la búsqueda de humillar a quien se dirige la embestida.

Ello hace que el sentimiento de vergüenza que se pretende provocar en aquél contra quien está dirigida esa embestida venga a quedar desnaturalizado ante la presencia en la acción de una intención perversa.

Es que la sociología ve en la vergüenza un importante instrumento de socialización de cualquier grupo humano. Se la tiene que ver de esa manera en cuanto es un mecanismo básico, aunque indirecto, que tanto sirve para la prevención –cuando actúa anticipándose al comportamiento que se supone como vergonzoso- como de castigo y corrección de determinadas conductas.

Es así como la antropóloga Ruth Benedict señala que las culturas podrían clasificarse por el énfasis con el que recurren al sentimiento de culpa o a la vergüenza de sus miembros, en el curso de los intercambios sociales.

Es por ello que ha resultado ser la opinión común que las conductas esperadas pueden causar el sentimiento de vergüenza individual (así como la reprobación pública) especialmente si contravienen principios eficazmente establecidos por el total de una comunidad o hermandad.

Pero indudablemente, en el caso de la cultura de la cancelación la intención es muy diferente a la de buscar enmienda en aquéllos que se ocupan de humillar. De donde la intención con que se actúa no es la de lograr una socialización más eficaz, sino la de ahondar las divisiones y desencuentros.
El tratamiento ignominioso como un antecedente de la cultura de cancelación
Si se miran bien las cosas, la cultura de la cancelación tiene su antecedente en la presencia de sus efectos y consecuencias en las sociedades antiguas.

Es así como se ha señalado que la palabra ignominia en su etimología remite a la pérdida del nombre (in-nomen, sin nombre). Se trata de un término al que el diccionario de la Real Academia Española define como una afrenta pública, en el sentido en que constituye una ofensa personal que queda a la vista de una comunidad que la condena unánimemente.

Por su parte los historiadores enseñan haciendo referencia a la ignominia, que la pérdida del nombre se ha visto históricamente manifestada como señal de ignominia. En Roma, la damnatio memoriae (literalmente maldición de la memoria) se consideraba la medida más extrema para reprobar a los tiranos, como Nerón o Calígula. El procedimiento incluía el borrado de sus nombres de los edificios públicos y la remoción de cualquier efigie pública dedicada a su memoria, así como funerales de deshonra.

A su vez se advierte que la legislación medieval de las ciudades-estado de Italia prescribía ejecuciones "en efigie" de los criminales públicos más notorios, así como la descripción de sus delitos y su retrato en lugares establecidos, como las murallas de una ciudad. Del mismo modo, el "afeamiento" público de la conducta ha sido tradicionalmente identificado con un afeamiento físico, y así es como se interpretan las marcas con que se distinguía a los diversos criminales o a los acusados de colaboracionismo con el enemigo en tiempos de guerra.

De donde provocar vergüenza – o sea denunciar a alguien por ignominia- es según los psicólogos sociales, una técnica común de agresión relacional. Suele darse en el entorno laboral, como una forma encubierta de control social o ataque. En este contexto suele combinarse con sanciones, el "ninguneo" o el ostracismo.

Es por lo mismo que según las mismas fuentes una "campaña de vergüenza" es una estrategia mediante la cual individuos particulares son aislados por su conducta o faltas imputadas, que suele realizarse de modo público como vía de legitimación. Añadiéndose que el objetivo mismo de una campaña de este tipo es la deshumanización de otra persona ante y con la participación del público. Se trata entonces de procedimientos que no caben no solo en el ámbito de la justicia, sino que son repudiables en las personas o grupos por la intención de que están impregnados, a la que ya nos hemos referido.
Un final a toda orquesta
Paso a transcribir un fragmento de un artículo del conocido escritor y conferencista Bernardo Stemateas:

“La imagen social es importante para los seres humanos porque somos gregarios, nos aglutinamos como especie y así subsistimos. No pertenecer a un grupo nos genera la sensación de que no vamos a sobrevivir. De allí, la importancia de establecer un grupo de pertenencia, de ser aceptados por los otros. En este sentido, nuestra familia y nuestros amigos pueden ser una "madriguera afectiva de aceptación".

Hay tres clases de espacios: el espacio público (lo que la gente sabe sobre mí); el espacio privado (lo que solo algunos que están cerca saben sobre mí); y el espacio íntimo (lo que solamente yo sé sobre mí y no se lo cuento a nadie). A todos, nos provoca dolor ser rechazados porque desde las primeras horas de vida necesitamos la atención total de nuestra madre para sobrevivir. Si ella no nos cuidara, ni nos tocara, ni nos amara, sin duda moriríamos.

Para concluir, el rechazo duele porque todo lo hacemos con la mirada puesta en los demás, ya sea que lo sepamos o no. Entonces el aislamiento nos lleva a deprimirnos porque dependemos del otro. Si alguien nos rechaza, nuestras acciones no tienen valor alguno. Pero ni vos, ni yo, ni nadie vale menos que los demás. Pensamientos como "no valgo nada", "nadie me quiere", "no sé si lo voy a lograr" y "todos me ignoran" solo nos mantienen percibiéndonos incapaces de estar a la altura de las circunstancias, pero todos podemos sanar la vergüenza que sentimos cuando descubrimos nuestro verdadero valor.


Y lo he hecho, por cuanto esa manera de ver las cosas se encuentra en las antípodas de la cultura de la cancelación.
Fuente: El Entre Ríos

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