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Macron, presidente francés, estuvo en Washington. Y más precisamente en la Casa Blanca. Donde fue recibido por Trump. Con quien, en sus jardines, se los vio, y así quedó registrado, plantar un pequeño ejemplar de roble, ante la presencia hierática de Melania y el corretear despistado de Brigitte.

De eso trata la noticia y las fotografías, pero la cuestión es lo que pasó con ese roble. Se trataba de un roble fresnal, el cual llega con los años a convertirse en árbol robusto, de porte majestuoso con la punta de la copa a cuarenta metros arriba de la tierra que esconde sus raíces, y que había viajado con Macron, precisamente con la intención de ser plantado.

En suma, un regalo digno de un rey a otro rey, ya que por nada se lo conoce al roble como el rey de los árboles.

Pero el roble del relato no echó raíces en el lugar en el que fue plantado. Sino que lisa y llanamente desapareció. Algo intrigantemente escandaloso. Ya que en apariencia resulta inconcebible el que pueda llevarse nadie un arbolito, para colmo todavía no arraigado, de uno de los lugares que se supone más celosamente vigilados del planeta.

Y que a la vez que intrigante, se volvió un hecho escandaloso, cuando alguien hizo pública la temeraria sospecha que el mismísimo Trump era el autor del desbarajuste. “Es que Donald no permite que nadie le haga sombra”, dijo quien así lo insinuaba. Quien de cualquier manera se alarmó, al ser retrucado por alguien que lo escuchaba atento, diciendo “mira, que eso significa que el colorado piensa no solo ser inmortal, sino también quedarse en el cargo para siempre”.

Afortunadamente, entre nosotros no existe este tipo de problemas. Ni la posibilidad de esos intercambios de opiniones. Porque aquí, ¿a quién se le ocurriría mandarse a mudar llevando un árbol?

Celulares, ojotas y cosas parecidas, casi seguro. Una planta de jardín, puede ser. Pero ¿un árbol? Ya que los árboles están para ser rotos cuando chicos. Y leña cuando ya son mayorcitos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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