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Un tramo que se cierra, de un camino sin fin

Soy escéptico ante la posibilidad que un debate de este tipo lleve a que nadie cambie su postura inicial en relación al tema materia de discusión. Aunque también es necesario porque, al menos por una cuestión de respeto, resulta indispensable escuchar atentamente los puntos de vista del oponente. Ya que por encima de las diferencias existe la afortunada necesidad de tener que convivir.

Por Rocinante

De cualquier modo sigo convencido de que es un hecho científicamente establecido a esta altura de los avances de la ciencia, que desde el momento de la concepción, se hace presente una vida humana a la que jurídicamente se debe considerar incluida en la categoría de “persona por nacer”. Que suenan a forzadas las argumentaciones con las que muchos – inclusive intelectuales de nota- pretenden convencerse, y a la vez, convencer de que no es así. De donde tanto el aborto, como la congelación de embriones o la operación de caza en las que son perseguidos los óvulos fecundados que deambulan por el útero en procura de anidarse, son atentados contra la vida, en algunos casos efectivos y en el de los embriones congelados en teoría al menos potencial, que aunque les demos nombres diversos, en el caso de los seres humanos hechos y derechos recibe el nombre de homicidio.

Dado lo cual la operación con la que se los destruye no tiene la misma entidad que el eliminar un pólipo del aparato digestivo o de la vejiga, ni atrapar un óvulo fecundado no sea más que una operación de limpieza de un cuerpo extraño en el aparato reproductor femenino.

Es más, de no existir certeza –como se pretende- acerca de si con la concepción comienza la existencia humana y se hace presente una persona, ¿por qué ante esa circunstancia no apostar a favor de la vida, sino en su contra? Ya que conocido es aquello de que en la duda, abstente.
Un debate hueco por haber sido vaciado de contenido
¿Qué es lo que ha quedado de las notas precedentes? A ese respecto debe recordarse lo que se señaló sobre el destino previsible de la mayoría de los embriones congelados, destino disfrazado de un eufemismo que utiliza para ser descripto la palabra destrucción. Igual apelativo que puede aplicarse a las consecuencias que tiene sobre un óvulo fecundado la utilización por la mujer de la pastilla del día después, ambos procedimientos que deben considerarse como legalmente autorizados.

Es que en realidad, la despenalización del aborto en nuestro país es un hecho enmarcado en el derecho. En su oportunidad, y en una ocasión que parece ya lejana, desde estas mismas páginas se editorializó en forma severamente condenatoria un fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (Autos “ F.A.L. s/ medida autosatisfactiva” Fallo del 30 de marzo de 2012) por el cual arrogándose potestades legislativas el tribunal impulsó la elaboración de un Protocolo a aplicar en todos los hospitales públicos y centros de salud, atento a que de acuerdo a lo establecido en el artículo 19 in fine de la Constitución Nacional, que se traduce en el art. 86 inc. 2 del Código Penal, dicho protocolo no exige ni la denuncia ni la prueba de la violación como tampoco su determinación judicial para que una niña adolescente o mujer pueda acceder a la interrupción del embarazo producto de una violación.

Agregando a renglón seguido que si bien este tribunal advierte la posibilidad de “casos fabricados”, considera que el riesgo derivado del irregular obrar de determinados individuos, -que a estas alturas solo aparece como hipotético y podía resultar eventualmente un ilícito penal- no puede ser nunca razón suficiente para imponer a las víctimas de delitos sexuales obstáculos que se constituyan en riesgo para su salud.

Dicho en palabras llanas: cualquier persona de sexo femenino independientemente de cual fuere su edad, según la posición fijada por nuestro máximo tribunal, al presentare ante un centro de salud, indicando que se encuentra embarazada como consecuencia de una violación, lo que deja asentado en una declaración jurada, puede solicitar sin más se le practique un aborto y el mismo, sin otra exigencia alguna, debe ser realizado (debe acotarse que la alusión a los casos fabricados más que un argumento realista, es sobre todo una cobertura que no puede considerarse ingenua porque no tiene nada de inocente).

Dado lo cual, frente a todo lo hasta aquí relacionado, ¿qué puede decirse en relación al tema en debate, cuando la despenalización del aborto –el tan mentado aborto no punible- es ya un hecho requeté consumado?
Valores y comportamiento ético
Comportamientos legales. Comportamientos ilegales socialmente aceptados

Un análisis de ese cuadro de situación exige que se efectúen una serie de distinciones. Es que se hace presente que en el tema que nos ocupa se hace presente el valor vida y los comportamientos que el respeto a ese valor conllevan. Además cabe señalar que los comportamientos autorizados por las leyes no son, necesariamente, coincidentes con los valores que signan a la ética. Y por último que existen comportamientos sociales que a pesar de ser ilegales son aceptados en una determinada comunidad.

Un comportamiento reñido por con la ética, aunque socialmente aceptado en algunos pueblos y a la vez no objeto de ninguna punición, es el que se daba en aquellas sociedades que en su momento –tal era el caso del Tibet- en el que la existencia del matrimonio poliándrico venía asociado a la práctica del infanticidio femenino. Se debe comenzar por señalar que el matrimonio poliándrico es aquel en el que una mujer se casa con varios hombres, generalmente dos que a la vez son hermanos entre sí. Ello como consecuencia de la escasez de mujeres en la comunidad, lo que es producto del infanticidio femenino (la muerte de una persona de ese sexo al momento en el que nace), práctica que a su vez se llevaba a cabo en esas sociedades como una manera de controlar la natalidad.

No es necesario agregar más para que quede en claro que el ejemplo se adecua plenamente al enunciado previo.

Se da asimismo el caso de comportamientos que son ilegales, pero que son socialmente aceptados, circunstancia que vuelve remotas la posibilidad de su condena. Del otro lado del río, en lo que en su momento se conocía como la Banda Oriental, por lo general el contrabando y la figura del contrabandista eran la expresión de una persona que hacía de un trabajo ilegal su profesión, pero que no merecía condena social alguna ya que no era mal visto en el medio en el que actuaba. Algo hasta cierto punto parecido a lo que sucedía, y todavía sucede, con el banquero de quiniela, el que pese a la ilegalidad de su comportamiento, independientemente del hecho que muchas veces se escondiera bajo la fachada de titular de una licencia para operar en ese juego, tampoco era socialmente rechazado.

El aborto, el abortista y quien practica el aborto se mueven en un ambiguo espacio en el que el rechazo a esa práctica es generalizado (es común oír decir a alguien “que en mi caso no practicaría o sería cómplice de un aborto, pero estoy a favor de su despenalización”), pero el que implícitamente se lo admite con el silencio que acompaña a la noticia de una práctica de esa tipo, silencio que a continuación viene acompañado con el camino hacia el olvido.

Todo ello viene a decir que el aborto está despenalizado de una manera a medias implícita y a medias explícita entre nosotros, y que en teoría al menos, no existe impedimento alguno para su práctica.

Dado lo cual, ¿qué es lo que en realidad pretenden los que vociferan por una ley despenalizadora en la materia? La existencia de un papel, en el que se proclame formalmente el derecho de libre elección en la materia, de manera de poder exhibirlo como una falsa victoria en el camino a la emancipación plena de la mujer, la que de esa manera subiría un escalón más hacia la igualdad de sexo (con olvido de que los varones no pueden quedar embarazados, o al menos no se sabe que ninguno de ellos se ha hecho merecedor del premio que se decía que otorgaba la reina Victoria para el primer varón preñando que llegara a dar a luz un crío); aunque en realidad se trata de un falso escalón dado que el derecho de la mujer a su propio cuerpo, no lo es con respecto a quien lleva en su seno como consecuencia de su embarazo, en la trepada a lo que es sin duda alguna lograr la total igualdad de sexos y de géneros.
La necesidad de ser coherentes y consecuentes
En tanto quienes asumen una posición en favor de la vida lo que debe quedar claro en el caso específico de la despenalización del aborto, es que lo más importante de todo es crear, en la mayor cantidad de componentes de la sociedad que ello sea posible, conciencia del hecho que la vida de la persona humana comienza desde el mismo momento de la concepción, y de lo que realmente significa en consecuencia agredirla en cualquier momento a partir de ese instante. A ese respecto es bueno recordar como una manera de ver las cosas de ese modo ha ido creciendo y consolidándose en los Estados Unidos a lo largo de los últimos años.

Pero no se trata tan solo de eso, ya que sin salirse de ese ámbito es necesario que todos reclamemos y nos sumemos a una campaña educativa cuyo primer jalón sea revertir las alarmantes cifras de embarazo juvenil que se dan entre nosotros, con las consecuencias perversas que tanto en el caso personal, y en los ámbitos familiar y social ello acarrea.

Yendo un poco más allá, se deben extremar las medidas enderezadas a dar protección y apoyo a la madre soltera y a su criatura, en todas las formas que sea dable pensar, a la vez que poniendo de relieve todo el valor presente en la decisión de dar a luz una nueva criatura.

Todo ello pensado y actuado dentro de un contexto en que trate de hacerse también presente en el gran problema que representa la niñez desnutrida y desguarnecida, ya que habría mucha hipocresía si por una parte se asume la decisión de defender a la persona por nacer, y nos sentimos despojados de toda responsabilidad frente a los que ya han nacido.

Y lo que es más importante aún, en medio de una sociedad globalizada en la que cada vez más ha ganado lugar la cultura de la muerte, y en la que una secularización creciente se muestra desinteresada y conforme con sentirse privada de todo sentido y sentimiento de trascendencia, de lo que se trata en definitiva es de bregar por una cultura que ponga el respeto a la vida en su centro con todas las implicancias que ello conlleva.

Rocinante
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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