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Los vencimientos se acumulan y la necesidad de extenderlos es una cuestión que Fernández deberá encarar desde el arranque de su gestión

Antes de las elecciones del 27 de octubre, Fernández reclamaba por la caída de las reservas y se lamentaba por el cúmulo de deuda a vencer en un contexto en que el mercado ya no estaba dispuesto a financiar al país.

El domingo de las elecciones, el gobierno de Macri endureció el cepo y resolvió el primer problema. Desde entonces, el Banco Central comenzó a comprar dólares y a acumular reservas netas.

Con la deuda poco pudo hacer; Macri ya no es un interlocutor válido para los acreedores. El reperfilamiento de la deuda de corto plazo redujo la fuga de pesos hacia el dólar y, en parte, la salida de los dólares hacia el exterior o los colchones. A cambio, pateó la pelota de los vencimientos al mandato de Fernández. Éste encuentra, al comienzo de su mandato, vencimientos que antes le caían a Macri.

Hasta fines de 2020, la República enfrenta vencimientos de capital e intereses por el equivalente a US$55000 millones, en partes más o menos iguales entre pagos en dólares y otros en pesos. Lograr un acuerdo que permita reprogramar estos pagos es una cuestión urgente. Que sea exitoso dependerá de las formas.

No es compatible una negociación exitosa con un discurso bolivariano

Durante su entrevista con Rafael Correa, Fernández dio a entender que la deuda no puede pagarse en tiempo y forma, pero también que es legítima y habrá que honrarla, “como siempre la hemos honrado” (la historia no parece ser uno de sus puntos fuertes).

Esta declaración parecía en línea con la idea de restructurar “a la uruguaya”, es decir, estirando los plazos pero sin quita de capital. Pero, después de entrevistarse con el presidente Tabaré Vázquez el jueves, la idea ya no lo convence, pues “no necesariamente son las mismas situaciones”. La “uruguaya” parece haber comenzado a cruzar el río y a lucir cada vez más como la “argentina”.

Algo olisquean los bonos, cuya caída de precios no cesa. La falta de precisiones respecto de quién se hará cargo de Economía y quién llevará a cabo las negociaciones, más los entredichos con los EE.UU. sobre la cuestión de Bolivia, hicieron que, al borde del precipicio, los bonos volvieran a tambalear.

No es compatible una negociación exitosa con un discurso bolivariano. Necesitamos que los acreedores y los países en que están los acreedores crean en la propuesta y la apoyen. Al cierre del viernes, los títulos transaban con paridades de entre 34% y 43% de su valor según el plazo.

Parecerían existir, en algunos asesores de Fernández, ideas discutibles respecto de la estrategia más conveniente para encarar la negociación. Algunos suponen que cuanto menor sea el precio de los bonos, más sencilla será la negociación. Sin embargo, los precios ya están en territorio de “buitres”. Las cláusulas de acción colectiva y otras protecciones contractuales de los bonos no serán un obstáculo insuperable para estos expertos en litigios, a quienes ya hemos sufrido en el pasado.

Una renegociación (o restructuración, o reperfilamiento) de la deuda sólo hace sentido si permite la reapertura del mercado de crédito

Otra idea discutible es la de negociar primero con los bonistas y sólo después con el FMI. Es difícil que esta estrategia llegue a buen puerto. Entre 2022 y 2023 habrá que repagar el grueso del préstamo al FMI. ¿Sería aceptable un acuerdo con bonistas que no contemple una refinanciación de esos pagos? Y más: ¿Quién le prestaría a un deudor que enfrenta esa montaña de vencimientos irresueltos?

Una renegociación (o restructuración, o reperfilamiento) de la deuda sólo hace sentido si permite la reapertura del mercado de crédito. Es decir, si consigue fondos que eviten una retracción severa de la economía por falta de inversión. No incluir al FMI en las negociaciones podría impedir cerrar el acuerdo o, peor, cerrarlo y no conseguir nuevos fondos. Tal escenario sólo mejoraría la posición negociadora del FMI.

Que habrá que restructurar la deuda es un hecho. El cúmulo de vencimientos de corto plazo apura la necesidad de empezar cuanto antes con las negociaciones. Si la idea es cumplir, no apurarse tendrá un costo alto en términos de reservas (que no hay tantas) y de emisión monetaria para financiar al Tesoro (que podría acelerar la inflación).

El prontuario de Argentina en materia de deuda hace que reabrir el mercado de crédito suponga un diseño prolijo de la oferta de restructuración y una ejecución rápida e impecable del proceso. El mercado se pregunta si estarán preparados Fernández y su equipo.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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