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Desde pesados legajos polvorientos con un olor peculiar, hasta los billetes, los libros y los diarios están amenazados por el avance del “soporte digital”.

No sabemos hasta donde es correcta la expresión “billetera mata galán” y hasta qué punto no es sino fruto de un despecho. Aunque admitimos que ha servido para que la reformulemos diciendo que “la digitalización mata el papel”, de poderse acentuar los actuales movimientos que se dan en el campo de distintas burocracia. Una situación que ha llevado a que se acuñe uno de esos horripilantes neologismos que junto con las abreviaturas, la sustitución de letras en las palabras y los conocidos emoticones están destruyendo nuestra lengua.

Palabra que en nuestro caso es la “despapelización” de la información, entre otras cosas.

Una “operación” que se hace posible en la medida en que la redacción, trasmisión y conservación de información de todo tipo se realiza en “soporte digital”, en la que se trata en todas partes de avanzar lo más lejos posible, volviendo en ese ámbito, hasta cierto punto, problemática la pervivencia del “soporte papel” y hasta del mismísimo papel.

Es que la existencia de computadoras y otros engendros parecidos, unidos a la existencia de una red constituida por otros monstruos a cargo de su interconexión, a lo que se agrega la posibilidad de archivar por procedimientos para nosotros ignotos en una nube también ignota, lo que a la vez no deja de inspirarnos desconfianza acerca de la certeza de su inmortalidad, ha producido ya una revolución. Para empezar se han dejado de escribir cartas, de esas que, en una época que nos parece remota, se escribían utilizando tinteros, tinta y lapiceras con plumas metálicas - y antes con verdaderas plumas de aves- las que se ensobraban y enviaban en ocasiones previo estampillado.

Ahora se está asistiendo a un fenómeno parecido con los clásicos diarios, sin perjuicio de que esté en debate la cuestión de su subsistencia. Mientras que con los libros sucede una cosa parecida.

Mientras tanto, se asiste a una aceleración de la transformación en todo tipo de trámites administrativos y judiciales, hasta el punto que se pueda llegar a pensar que pesados legajos polvorientos, con un olor peculiar, desaparecerán y los que eran sus contenidos habrá que buscarlos en la “nube”.

Extremando las cosas, se anticipa el momento en que así como casi se han esfumado las monedas, lo mismo ocurrirá con los billetes de papel moneda, y será una rareza su utilización, masiva en la actualidad.

De esa manera cobraría realidad, un relato que en su momento fue calificado como de ciencia ficción, que giraba en torno a una persona que no solo había dejado de contar con una tarjeta que simultáneamente servía para constatar transferencias monetarias a su cuenta y efectuar pagos, sino que además había desaparecido su nombre de los registros de cuenta, mientras que “los billetes” circulantes no existían, de donde había quedado reducida a la condición de una “no persona”.

Un relato que por otra parte, parece haber sido leído por Nicolás Maduro, el que ha instalado en Venezuela una suerte de “carnet bolivariano” que se otorga únicamente a sus fieles seguidores que se convierten en tales claudicando de sus convicciones, de manera de lograr la adquisición de todo tipo de artículos, comenzando por los combustibles a un precio diferencial, en cuanto inferior al de mercado.

Como complemento de todo lo cual parece adelantarse en las investigaciones encaminadas a obtener producir masivamente “plásticos biodegradables” que permitirían acabar con la amenaza que ellos representan para el ecosistema, circunstancia de la que, por fortuna, estamos adquiriendo una creciente conciencia.

Volviendo al papel, corresponde que tengamos presente lo que parece una obviedad, cual es la circunstancia, no siempre advertida y por consiguiente incapaz de alimentar preocupación alguna, de la escasez de celulosa, el insumo con que se produce el papel que se extrae con el corte y posterior trituración de los troncos de determinado tipo de árboles, entre los que se encuentra el tan mal visto eucalipto.

El interrogante que se hacía presente en un momento no tan lejano, era cómo nos arreglaríamos el día en que una demanda creciente de papel resultara imposible de atender con los árboles disponibles para fabricarlo, cuyo ritmo de crecimiento, por razones obvias, era muchísimo menor.

De donde una situación que no es evidentemente nimia sino importante, pero que de cualquier manera nos colocaba en un brete del que pareciera era imposible salir, se le ha encontrado, de una manera que muy pocos entreveían, una solución al menos parcial.

Es como si cuando todo parece un “acabose” de algún lugar nos tiraran una soga de donde poder agarrarnos y abandonar las aguas profundas que todo llevaba a pensar que iban a terminar tragándonos. Se daría así la presencia de lo que los creyentes designan como la Divina Providencia.

Y como una cosa lleva a la otra todo lo hasta aquí comentado debe llevarnos a la conclusión que nunca, ante las situaciones que parecen las más difíciles de imaginar y que su superación se piensa en principio imposible, debemos perder la esperanza de la existencia de caminos que posibiliten que lleguemos a buen puerto. Claro está que ello no significa erróneamente convencernos que tenemos en nuestro haber a “la lámpara de Aladino”, ni tampoco que caigamos en la tontera de decir, como en su momento lo hiciera Eduardo Duhalde, que “los argentinos estamos condenados al éxito”.

Ya que esa convicción vendría a decirnos que, hagamos lo que hagamos, nos empeñemos en incurrir en malas prácticas, o simplemente permanezcamos “haciendo la plancha”, todo nos será dado, en función de esa generosa munificencia que en realidad no tiene nada de condena.

Más oportuna es la apelación al dicho de nuestros abuelos que recuerda que frente a las dificultades que se hacen presentes en nuestra existencia, debemos actuar a “Dios rogando y con el mazo dando”. Sobre todo teniendo presente que la utilización del mazo, con todo lo que ello implica, es fundamental, dado que de no ser así, es posible que ni siquiera Dios nos pueda salvar.