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Siempre resulta impiadoso, y por ende incorrecto, referirse a una persona viva o muerta de manera descalificante, rayana en el insulto. Dicho de otra forma, hacerlo de una manera que venga a mostrar la presencia de ensañamiento, aún solo entrevisto, cuando no ostensiblemente manifiesto y desbocado contra alguien. Con más razón en el caso de los muertos y en un grado equiparable en el de las personas vulnerables por circunstancias diversas, porque la piedad o compasión son sentimientos que siempre debemos tener la disposición de mostrar abiertamente.

Y es con esa manera de tocar hechos o situaciones en las que todos nosotros podemos llegar a estar involucrados, es que no puede dejarse de abordar la conmocionante noticia de la enfermedad de Florencia K. si se tiene en cuenta que su propia madre, la ex presidente Cristina Fernández, mediante un audiovisual con el que anotició a los argentinos y al mundo entero, vino a convertir lo que era una delicada situación privada –eso es lo que por nuestra parte consideramos- en un hecho público.

Algo en cierto modo desusado, ya que el único caso que se sepa, en que no solo es una posibilidad sino una exigencia, sacar una enfermedad del recoleto ámbito familiar es en el de los presidentes o de los reyes.

De los trabajos y los días de Florencia K hasta el momento de esa conmovedora información, hecha pública de una manera que estrictamente puede ser calificada como cinematográfica, era poco y nada lo que se conocía más allá del estrecho círculo de su familia y conocidos, a diferencia de lo que acontece en el caso de sus restantes miembros.

Se sabe así poco y nada de su paso por sucesivas escuelas y colegios, y de sus estudios terciarios, -estos últimos, unos imprecisos estudios enfocados al cine-, algo que es lo correcto y esperable de los hijos de personas públicas, considerando lo mal que la exposición mediática termina haciéndoles. También se conoce que tuvo una fallida relación matrimonial con un integrante de una familia de linaje de lo que en forma eufemística cabría calificar del “peronismo de izquierda”, de la que quedó una niña, de la que se sabe poco y nada, como también corresponde.

Solo el hecho de que hubiera participado en la producción de una película sobre el trágico final del tatuador Santiago Maldonado permitirá inferir que su labor profesional tiene un trasfondo político, pero eso solo en el caso – que por nuestra parte desconocemos- de que en ella se tuviera por cierto que aquél murió asesinado por gendarmes, y no ahogado como ha quedado judicialmente establecido.

Es con esos elementos no solo escasos y dispersos, que en realidad y por encima de todo apenas dicen poco y nada, que se puede inferir de una manera que puede sonar a temeraria, y por lo mismo hasta nos hace vacilar al momento de seguir hacia adelante, al momento de intentar elaborar su perfil, que Florencia K es alguien que a lo largo de su vida fue siempre super protegida, hasta el punto de que por ahora no ha podido romper los estrechos vínculos familiares que la llevaban a comportarse de ese modo. Es que es casi un lugar común, y por ende por todos conocido, lo que se quiere decir cuando -ante una mujer hecha y derecha-, los integrantes del grupo familiar, algo que conocen los miembros de su círculo más estrecho, es mencionada y tratada como “la nena de la casa”, como si se tratara de una de esas aves, utilizando una figura literaria, que nunca terminan de aprender a levantar vuelo.

Lo único que sabemos, y que ha tenido trascendencia pública, es que se constató en una caja de seguridad bancaria de la que era titular y que fue abierta en el transcurso de un procedimiento judicial, la existencia de una gran cantidad de fajos de billetes de dólares que al ser recontados resultaron una cantidad muchas veces millonaria.

Dejamos de lado los juicios que se le siguen ante la justicia federal, en causas en que tanto su madre como su hermano están también involucrados, donde la situación de todos ellos, inclusive la suya es complicada; con el agravante que en su caso es la única que no está “aforada”, es decir, que no puede esgrimir como defensa la “inmunidad de arresto” que es uno de los fueros que gozan los parlamentarios, como si pueden hacerlo su madre y hermano.

Debemos dejar en claro que no se trata aquí de aventurar opinión alguna sobre esas causas, que quedan libradas a la resolución de la justicia, sino de referir a otra circunstancia que en la actualidad parece haberse transformado en casi una constante. Se trata del hecho que así como antes la regla era que los ladrones buscaran la manera de no involucrar a sus hijos, de modo que en nada tuvieran que ver con sus fechorías, ahora la constante es la inversa, ya que es casi un lugar común ver a los hijos y hasta a “las nueras” trabajando en “el negocio” de sus padres, y asumir como “herederos” el manejo de la “empresa” ante su fallecimiento.

Ignoramos si Florencia K está aquejada de la enfermedad de que se ha informado. De lo que estamos seguros –con el grado de certeza que es dable en los juicios médicos formulados en abstracto- es de que, según autorizados clínicos, la linfedema no puede ser provocada ni por el estrés ni por los ataques de pánico. Dado lo cual en el caso de que los problemas de salud de Florencia K. sean reales – y no es nuestra intención no considerarlos así - nada tienen que ver con las causas generadoras atribuidas por su madre en su presentación.

Es más, con ese montaje, cuidadosamente preparado por especialistas en producción cinematográfica en la Institución Patria, que la misma Cristina Fernández preside, se puede llegar a considerar fundado el juicio del analista, que sostiene que aquélla con el corto difundido no está victimizando a su hija, sino que la está utilizando para potencializar la estrategia de victimización con la que pretende disimular sus repetidos saqueos. Algo que no sería extraño –aunque no es nuestro ese juicio- si se tiene en cuenta que ella es por sobre todas las cosas “la señora del relato”.

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