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Partimos del relato de un vecino joven de Colón y una circunstancia que le tocó vivir, quien se acercó a nuestra mesa de trabajo con el objeto de compartir su vivencia. Nos dijo que prefería reservar su nombre -estaríamos ante una versión ampliada y hasta un poco forzada del “off de record”- porque no quería pasar por víctima, pero a la vez creía necesario que lo que a él le ocurrió se hiciera público, ya que no es de descartar que el suyo sea el único caso sucedido, y que seguramente se presentarán otros en cualquier momento.

Por nuestra parte nos preguntamos, en cuántas localidades de nuestra provincia puede ocurrir o llegar a ocurrir lo mismo.

Sucede que nuestro visitante es el padre de tres hijos pequeños. Uno de ellos, el más chico, a la madrugada se despertó con vómitos. Preocupado por esa circunstancia, se trasladó con su hijo enfermo a un sanatorio local, con el objeto lo examinara un médico. Contaba con la credencial de una obra social que lo habilitaba para obtener atención, pero ese no fue el problema.

Lo que ocurrió es que no había médico pediatra de guardia, dado lo cual fue despachado, a pesar de preguntar si había otro profesional de guardia, aunque no fuera guardia pediátrica.

La misma suerte y por idénticos motivos, tuvo en el hospital local. Por un momento se sintió desconcertado, dado que según sus dichos en Colón es por lo menos difícil, sino imposible, encontrar un médico pediatra que admita atender fuera de los horarios de consultorio y menos de madrugada. El mal rato tuvo un final feliz, ya que recordó un médico de niños, que lo había atendido a él siendo entonces niño, que lo ayudó a superar el trance.

La situación a que se hace referencia no puede causar extrañeza, por cuanto situaciones similares se repiten en innumerables ocasiones y lugares de nuestra geografía lugareña.

Es que pareciera que hemos entrado no ya en el mundo de la especialización afinada, sino de la “compartimentación” extrema, palabra horrorosa para describir un mundo lleno de “pequeñas quintitas” en el que nadie sino su dueño puede entremeterse. De allí que la situación expuesta se repita en el caso de quien concurre a una oficina pública con el objeto de informarse de la marcha de un trámite, y se los despacha -inclusive con una inusitada amabilidad que complace- yéndose en el mismo estado que había llegado, o sea sin recibir información, porque se le ha explicado que “justo ese día” no está presente en su puesto de trabajo el oficinista “que lleva el trámite”.

De donde tanto en un caso como el otro, se asiste a lo que aparece como un estado de cosas generalizado, y quien recurre a un servicio público, es “maltratado”, dicho esto sin ninguna intención peyorativa, porque es común y corriente que ese “maltrato” sea efectuado con los modales más amables imaginables.

No olvidamos la vieja frase que hace referencia a “cada maestrito con su librito”, pero consideramos que en la situación a la que nos referimos su aplicación resultaría forzada. Ya que no se trata del librito del maestro, sino de un maestro ausente. De allí que cabe considerar como una negligencia grave de parte de alguien que es médico de guardia, aunque no sea guardia pediátrica,?que no le preste atención médica a un niño, por la falta de pediatra. Porque los médicos estudian en principio para poder dar atención a cualquier tipo de enfermedades -cada vez se habla más de enfermedades y menos de enfermos, algo que es mucho más grave de lo que se cree-, y por consiguiente no es razonable de inhibirse ante una emergencia, que inclusive un enfermero experimentado puede dar respuesta. Lo mismo que todo oficinista de un organismo público cualquiera, debería estar en condiciones de suministrar una información vinculada con los trámites de la dependencia a la que pertenece, aunque “no lo lleve” personalmente.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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