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Casi como si se hubiera tratado de una explosión atómica. Esa es la impresión que provocó a todos los que, a lo largo como a lo ancho del mundo, tuvieron la oportunidad de verlo de una manera que la circunstancia que la pantalla televisiva sirve para amortiguar su realidad espantosa, no pudo sino mostrarse de esa manera.

Nos estamos refiriendo a los aproximadamente treinta mil kilos de nitrato de amonio, que de un momento para otro estallaron en Beirut, la capital del Líbano, ubicado en el extremo occidental de Asia, en una región que una visión eurocéntrica del mundo dio, en su momento, en llamar –y por eso ser así conocida- como “Cercano Oriente”.

No se conocen todavía las causas reales de lo sucedido, respecto a lo cual se barajan diversas hipótesis, pero que lo que más allá de cual llegue a ser la que resulte la correcta – algo que puede, por otra parte, nunca llegar a conocerse, y que de serlo dar motivo a controversias que permitan terminar obscureciendo lo que había quedado en claro- ya de por sí, lo ocurrido constituye un síntoma que no se puede dejar pasar por alto.

Ya que es poco probable que en una sociedad estructurada como un “Estado en serio”, o sea lo que en otros tiempos designaríamos, por así considerarlo, como un “Estado normal”, se hubiera dejado pasar más de seis años, desde el momento en que una partida de nitrato de amonio de ese volumen, un material que puede ser alternativamente usado como fertilizante o explosivo, fuera incautado en el puerto de esa ciudad de un barco ruso que había recalado en su itinerario a Mozambique, que transportaba ese cargamento, el que fuera depositado “transitoriamente”, y en el que quedó como consecuencia de un “dejarse estar” gubernamental –algo de lo que tanto sabemos por experiencias propias- hasta que, se desencadenaran los infiernos.

Es que la circunstancia aludida es de por sí, la manifestación de encontrarnos algo que, de un tiempo a esta parte, y cada vez con más frecuencia, los cientistas políticos han dado en llamar “estados fallidos”, seguramente a la espera harto pesimista de lograr encontrar el nombre apropiado, para lo cual hasta los ideólogos apocalípticos, apenas si se atreven a dar a conocer como “lo que vendrá”.
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Ello así, porque si bien nadie puede negar que por circunstancias azarosas, hasta en el estado mejor organizado que pueda existir, es dable que ocurran “accidentes” como el producido, de cualquier modo las posibilidades de que llegue a suceder son, en el caso de uno merecedor de esa calificación, cabe considerarlas como remotas.

Mientras resulta por lo menos problemático encontrar una vinculación entre lo allí sucedido, y el atentado de la AMIA, salvo el hecho del material idéntico causante de ambas explosiones, se debe prestar atención a otras circunstancias.

La primera de ellas, tan solo de interés histórico, es aquella en la que se da la presencia de ingredientes cuyo entrecruzamiento, lleva a que al menos, en el caso de los ignorantes como es nuestro caso, a preguntarse si en realidad no es allí, en ese Cercano Oriente que para otros el Oriente Próximo, y menos comprensible el Oriente Medio, donde en forma misteriosa se dan las condiciones por las que pueda verse allí sino el centro, al menos “el ombligo del mundo”.

Ya que es precisamente allí donde se produjeron los cruces de culturas y hasta de civilizaciones, acontecimiento en el cual cabe encontrar nuestras raíces, como así también las de muchas otras culturas que se desarrollaron en otros pueblos. Algo de lo que resulta la corroboración más acabada, el hecho de ser allí donde tuvieron su origen las tres religiones “del Libro”, en alusión al judaísmo, el cristianismo y la musulmana.

Hasta se puede decir, de una manera eufemística, que allí se hizo presente, precisamente por esa circunstancia, el hecho que ya en forma alternativa, ya en forma simultánea, esos entrecruzamientos de pueblos y sus culturas se convirtiera en un espacio en el cual se hicieron presente, en una suerte de minué, una extraña danza entre una paz civilizadora y la guerra destructora.

En el caso del Líbano se da la situación especialísima de que allí han cohabitado desde tiempos milenarios hasta el presente, pueblos, muchas veces hasta étnicamente hermanados, pero separados por profundidades barrancosas de naturaleza religiosa, que los lleva a mirarse con recelo, cuando no simplemente a agredirse con fiereza, con intenciones entre las que está presente hasta el exterminio del otro. Y todo ello a lo largo de siglos, que no les falta nada para convertirse en mucho más que un milenio.

Es por lo mismo que para intentar una explicación de la situación actual de Beirut, y del Líbano de la que es su capital, se hace necesario comenzar por atender a lo dicho y a sus actuales límites terrestres, con Israel al sur y con Siria al norte y al este. No es de extrañar entonces, dado el hecho de estar ubicada entre dos polvorines, se haya transformado también ella en un tercer polvorín.

Provocada por la siempre precaria convivencia, que se da de cristianos, la mayoría de ellos maronitas, por una parte, con musulmanes - divididos entre sunnitas y chiitas-, por la otra; como grupos principales.

Tan es así que el Líbano, el que fuera parte del Imperio otomano desde 1516 hasta 1918, cuando este se derrumbó al final de la Primera Guerra Mundial, y que después estuvo bajo la “tutela” francesa hasta su independencia alcanzada en 1943, por esa circunstancia, a ese momento estableciera lo que se define como un sistema político único, con la particularidad que se le asignara un abstruso nombre. Es aquel que resulta conocido como el “del Confesionalismo”, entendiéndose por tal un tipo de “consociativismo” entre comunidades religiosas.

Con el cual pudo prosperar y transformarse en lo que se llegó a conocer como “la Suiza del Cercano Oriente”, dentro de la cual Beirut era comparada a “una perla”. Todo ello hasta que “el diablo metiera la cola”, ya que no otra cosa significó una consecuencia no prevista, la partición de Palestina en un estado judío y otro que no termina de nacer, que es el palestino, conformado por los árabes. A ello se suma el hecho que cuando los palestinos refugiados en Jordania fueron expulsados de allí, se radicaron precisamente en ese país.

De allí en más, y en un juego en el que participan no solo israelíes y árabes, sino también las grandes potencias, fue haciéndose cada vez mayor la zanja que separaba a cristianos de musulmanes. Una situación que se volvió más complicada todavía con la conformación del Hezbollá - “el partido de Dios”, convertido en un movimiento de dos caras, ya que actúa tanto como grupo terrorista con su “milicia armada”, por llamar así a lo que es un sofisticado ejército; como en la condición de partido político- en la que se han convertido actores principales, con el apoyo irrestricto de Irán, en todos los órdenes al que se suman los libaneses chiitas y una mayoría de los grupos palestinos inmigrantes.

Como consecuencia de lo cual, se puede decir casi literalmente que el Estado Libanes “voló por los aires”, y que el estado de cosas en ese país es cada vez peor con un Hezbollá, que se ha convertido en “un Estado dentro del Estado”, y que se ha atrevido a intervenir con sus milicias en el paralelo conflicto sirio. Todo ello, con la parálisis de la actuación de este último, o sea el Estado Libanes, que ha quedado en una situación de “bloqueo” como consecuencia de la circunstancia apuntada.

Es de interés por eso pasar a efectuar una cronología de los principales puntos de ese proceso:

(i) 1958, estalló la guerra civil entre musulmanes panarabistas influidos por el presidente egipcio Nasser y fuerzas del Gobierno libanés del cristiano Camille Chamoun, a cuyo requerimiento desembarcaron tropas estadounidenses en Beirut.

(II) 1970, la Organización de Liberación Palestina (OLP) se instaló en Beirut, expulsada de Jordania, y aumentó los ataques sobre Israel desde el sur del Líbano.

(iv) 1975, se desencadena la Guerra Civil Libanesa (1975-1990) que acaba con el equilibrio político en ese país.

(iv) 1982, Israel invadió el sur del Líbano para expulsar a las guerrillas de la OLP, dirigidas por Yaser Arafat, atacando a las fuerzas sirias en el valle de la Bekaa y asediando el sector musulmán de Beirut (Beirut Oeste).

(v) 2000, Israel retiró por decisión unilateral todas sus tropas del sur del Líbano confiando que FINUL evitaría futuros ataques de Hezbollá contra su territorio.

(vi) 2006, en julio, luego de una incursión de Hezbollá en territorio israelí, se produce una crisis israelí-libanesa con el bombardeo de gran parte de la infraestructura del país destruyendo gran parte de ella, y una respuesta armada de Hezbollá con armas provistas por Irán y Siria sobre las ciudades del norte de Israel.

De allí la situación de virtual bloqueo paralizante de esa sociedad, que lejos de su anterior calma prosperidad, parece avanzar hacia “vaya a saber dónde”.

En tanto, si nos hemos detenido luego de hacer referencia a la explosión en Beirut de una manera harto simplificada, incompleta y hasta incorrecta es para mostrar no ya la escasa distancia que existe entre un cielo que no es cielo y un infierno peor que el mismo infierno, sino hasta qué extremos catastróficos puede llevar la perpetuación siempre en aumento en el encono entre dos partes de un mismo pueblo.

Nada que tenga que ver con nosotros, por ahora. Mientras mantenemos la esperanza que los restos de cordura que nos quedan, permitan orientarnos y seguir el camino correcto, que avente toda idea maligna.

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