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Que los festejos multitudinarios por la obtención de la Copa del Mundo hayan terminado en paz, y que los disturbios hayan sido una gota en el océano es mérito puro de los manifestantes. La imagen del ómnibus con los integrantes de la Selección abandonado a su suerte entre la multitud podría haber terminado en tragedia.

No fue así, y si no fue así fue simplemente porque la gente sólo sentía júbilo y admiración por quienes fueron capaces de obtenerles tamaña alegría. Y también por la buenísima predisposición de los futbolistas, cuerpo técnico y dirigentes, que soportaron con estoicismo, y aún con una sonrisa permanente, todo lo que pudieron una caravana que avanzaba a paso de caracol.

Será difícil adivinar a ciencia cierta qué falló, pero será menos difícil hacer conjeturas que involucren las miserias, envidias y zancadillas mutuas entre los gobiernos y funcionarios involucrados en garantizar la seguridad de la comitiva.

Entre el pase de facturas que seguramente le espetó el Gobierno Nacional a la AFA por el desplante que hicieron los jugadores que decidieron no ir a la Casa Rosada, el cortocircuito eterno entre Aníbal Fernández (Ministro de Seguridad de la Nación) y Sergio Berni (Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires) y la imprevisión del Gobierno de la Ciudad para despejar el trayecto original planificado para el ómnibus, que los jugadores hayan llegado a sus hogares es fruto de la Providencia. Quienes los tenían que proteger no lo hicieron, porque estaban ocupados en sus minúsculos menesteres, esos que a nadie que no sean ellos y unos pocos cronistas a sueldo importan.

Es probable que no vuelva a producirse una manifestación semejante en mucho tiempo, y que la euforia comience a aplacarse. Lo que será más difícil de borrar es esa imagen de millones (¿tres, cuatro, cinco? No es relevante) ansiosos por celebrar las cosas que le importan, mientras unos pocos dirigentes políticos se peleaban por cosas sin importancia. La política parece no ser capaz discernir entre lo importante (lo que a la gente le importa) y lo irrelevante (lo que a ellos le importa). Esa incapacidad estuvo a nada de arruinar una fiesta.
Fuente: El Entre Ríos

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