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La caída de los bonos y acciones argentinos demuestra que los esfuerzos del Gobierno no le aseguran la incondicionalidad del mercado

Desde comienzos de año, las condiciones financieras globales han venido empeorando lentamente. Las perspectivas de subas en las tasas de interés en EE.UU. han fomentado un aumento de la aversión al riesgo que en el mercado financiero se refleja a través de la migración desde los activos de mayor riesgo, como las acciones o los mercados emergentes, hacia activos más seguros.

En esa migración, tanto los bonos como las acciones argentinas han estado entre los activos más castigados. En lo que va de 2018, el índice EMBI de bonos soberanos, elaborado por el banco J.P. Morgan, muestra que el costo promedio de la deuda de los países de América Latina aumentó alrededor de medio punto porcentual. El índice de Argentina revela un aumento de más de un punto en igual plazo.

Algo similar muestran las acciones: desde inicios de año, según el índice MSCI elaborado por MSCI-Barra, las acciones de Brasil, México, Chile, Colombia y Perú están en territorio positivo en términos de dólares. El índice de Argentina acumula una caída de 6,6% en estos casi tres meses.

¿Por qué este trato desigual ante un aumento de la aversión al riesgo? Una explicación técnica proviene de la iliquidez del mercado argentino, en especial del mercado de acciones, que es pequeño en el contexto global, que sigue siendo considerado de frontera, que tiene poco sostén de inversores locales y que negocia una fracción pequeña de lo que a diario mueven las bolsas de Brasil y México.

Pero la explicación para el trato desigual, para la percepción de riesgo mayor que sufre Argentina, tiene otros matices estructurales que van más allá de la iliquidez y que llevará años torcer. Mientras nuestros vecinos tienen una historia para contar en su relación con el mercado financiero, Argentina tiene sólo puede mostrar un prontuario.

Sólo así se entiende que, con menos deuda y menos riesgo político, Argentina sufra más que sus vecinos cuando el mercado empeora. Muchos países de América Latina tienen por delante elecciones presidenciales, y las encuestas son preocupantes (para el mercado, se entiende) en muchos de ellos.

El 27 de mayo Colombia elige presidente. Si bien las elecciones legislativas trajeron tranquilidad hace un par de semanas, todavía sobrevuela el riesgo de que el candidato de la izquierda, Gustavo Petro, se meta en el balotaje. En México, las encuestas son contundentes: Andrés Manuel López Obrador, el eterno candidato de la izquierda, parece tener todas las de ganar. Y en Brasil, aunque el mercado saludó la prohibición a Lula da Silva para presentarse como candidato, es difícil prever que el sucesor de Michel Temer sea un hombre deseable para el mercado.

Todas estas indecisiones, que Argentina superó en octubre pasado, cuando Macri ratificó su liderazgo con mayor holgura de la que las encuestas auguraban, no le ganaron un premio a la certidumbre cuando las papas empezaron a quemar.

Porque podrá haber pesado la iliquidez, o el hecho de que sigamos siendo un mercado de frontera. Pero por sobre todo es la historia la que pesa demasiado a la hora de elegir. Ninguno de nuestros países vecinos tuvo de manera tan recurrente esos vaivenes pendulares tan acentuados como los que tuvo Argentina. En Chile, en Brasil, en Colombia, en Perú, se han alternado en el poder líderes de izquierda y de derecha, con políticas diferentes pero nunca tan disruptivas como para llevarlos a festejar un default, o a romper unilateralmente contratos, o a desconocer laudos de cortes internacionales.

No es la historia; es el prontuario lo que nos lastima. Es sabido que Argentina depende del mercado internacional para que su programa de ajuste gradual sobreviva. Si las condiciones cambiaran, como parecen haber comenzado a hacerlo, el Gobierno debería ajustarse con mayor rapidez. Tamaño desafío, a la luz de nuestro pasado, hace al mercado dudar de la respuesta del Gobierno. Quizás Macri reaccione de manera racional, pero ¿quién puede asegurar que Macri estará al frente del barco a fin de 2019?

Estas dudas, que erizan la piel de los inversores, no aparecen cuando las cosas marchan bien y es la codicia la que guía el ánimo inversor. Pero resurgen cuando los vientos cambian y la aversión al riesgo vuelve a ser la fuerza predominante.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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