Iguales dudas surgen en el frente cambiario. La suba en dólares del costo de vida parece sugerir un retraso incipiente del tipo de cambio que no necesita de un cálculo histórico para ser olfateado. El BCRA acumula dólares sobre todo porque también mantiene el cepo de Sergio Massa, y restringe el pago de importaciones, como lo hacía aquel. La caída del tipo de cambio paralelo a niveles que parecerían hacer sencillo un relajamiento de las restricciones, sin señal alguna en tal sentido, no tardará en generar nuevas dudas respecto de la sostenibilidad del deslizamiento del tipo de cambio a un ritmo muy inferior al de la inflación. ¿O será que, como otros, el atraso cambiario es usado como ancla inflacionaria?
Si la gente votó por un cambio rotundo en la agenda, ese cambio rotundo está muy presente en el discurso, pero es poco visible en la realidad. Cabe preguntarse cuán conforme está el Presidente con el rumbo que están tomando las cosas, o incluso si está al tanto de las cosas que están pasando, o si lo aburre la agenda cotidiana.
El Gobierno parece tener separadas la gestión política y la gestión administrativa. El Presidente se ocupa casi con exclusividad de las cuestiones políticas, principalmente en lo discursivo, pues todavía no está cómodo negociando con otros actores. Deja las cuestiones administrativas a los ministros-gerentes de cada área.
Hace bien el Presidente en ocuparse de la política, porque estamos entrando en una etapa en que la política será inevitable. En algún punto, despejar las dudas requerirá que se logren mecanismos para que los logros que se ven frágiles se solidifiquen. Esos mecanismos comprenden aprobar nueva legislación en materia previsional, laboral y tributaria, entre otras, que permitan que el equilibrio sea más estable.
Despreciar a la política y pretender avanzar sin estas reformas estructurales llevará la fragilidad en aumento. Lo simbólico es importante, pero la realidad es más importante aún. No poder desarmar algunos de los modos de la anterior administración en cuestiones económicas es prueba de ello. La tolerancia social dependerá cada vez más de que la libertad avance y la realidad se parezca a lo prometido.
El Gobierno ha logrado derribar mitos que parecían escritos en piedra: sin emisión, el dólar paralelo y la brecha bajaron, y aunque muchos precios subieron, no hubo estallido social, y ahora algunos de esos precios están bajando, por efecto de la recesión y la falta de pesos porque la emisión, que se nos había hecho costumbre, desapareció. ¿Es suficiente con esto para sostener el fuego que convenció a los argentinos en noviembre pasado? Muchos cepos y restricciones se mantienen, y no se ve una salida clara de ellos. Para que la llama del discurso no se consuma, no hay que cambiar de ideología, pero sí de táctica política. No va a ser posible avanzar sin cambios que hagan creíble a la agenda presidencial. Solo el diálogo y la negociación, que el Presidente parece despreciar, podrán dotar a la gestión administrativa de las herramientas necesarias para que el discurso y la realidad se empiecen a parecer.