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¿La imaginación al poder?

Uno de los graffitis más cautivantes, por no decir el mayor, que se escribieron en las paredes de Paris, durante esa mezcla de revuelta y revolución que constituyó lo que se conoce como el mayo francés de 1968, fue aquél en el que se podía leer la imaginación al poder.

Un movimiento que terminó en un fiasco, pero no concluyó en realidad como tal, por cuanto marcó, de una manera de la que todavía no nos damos cuenta todo lo que ha venido después siendo, como fue, la semilla de la cual brotaron innumerables transformaciones profundas en el ámbito de las ideas y prácticas sociales.

Pero si lo planteo en forma de pregunta, es porque soy consciente de carecer de las aptitudes y los conocimientos para dar una respuesta categórica sobre el tema; por más que me lleva a suponer que los cambios radicales esperados no se produjeron, ya que de haber ello ocurrido nuestro mundo sería otro.

De cualquier manera cabe señalar dos cosas. La primera, que la imaginación política, tiene que ver con la capacidad para elaborar e implementar una reconfiguración en las relaciones de poder que se dan dentro de cada sociedad y que aspira a hacerlo inclusive en la sociedad global, de manera que las relaciones jerárquicas de dominación de unos sobre otros, se transformen hasta el extremo máximo posible en relaciones de coordinación entre todas las personas a las que de esa manera se viene a reconocer, se le otorga y se la preserva en su autonomía plena, ya que solo queda acotada por la limitación que implica la idéntica autonomía con la se les reconoce a los otros componentes de la sociedad. Así de difícil, por no decir imposible, pero que de cualquier manera se trata de un fascinante desafío, al que no se debería de cualquier manera rehuir.
Un poder sin imaginación y al que le cuesta lo indecible permanecer presentándose como tal
Resulta casi un lugar común entre muchos críticos sociales actuales, la afirmación de que en la actualidad la imaginación política está muerta, o de no ser así está inmersa en una profunda somnolencia.

De ser así, vendría a resultar, hasta cierto punto al menos, disculpable la mediocridad de la mayor parte de nuestra dirigencia política.

A su vez, sin que ello implique seguir avanzando, sino tan sólo complementar lo hasta aquí expuesto, con el planteo de otra cuestión que independientemente de mis propias limitaciones no hacen a mi propósito actual. Ella es si la imaginación política brota del interior de un pequeño grupo de iluminados que persuasivamente la propagan de manera que toda la sociedad las haga suya, o si esa imaginación se plasma en ideas que surgen del seno de la sociedad, como consecuencia de que ese pequeño grupo al que me refería, no hace otra cosa que ordenar las ideas y expresarlas de una manera que sea posible llevarlas a la práctica.

Una circunstancia, la de la imaginación obscura sino ausente, que viene a disculpar al menos en una cierta medida la chatura intelectual y la inopia operativa que exhiben la mayoría de la dirigencia política y social que aparentemente por circunstancias y motivos varios, la mayor parte de ellos atribuibles no solo a su torpeza y otras motivaciones de mayor entidad en cuanto reprobables, se traducen en chatura intelectual, estrechez de miras y falta de medios para manejar un mundo desencajado que en todas partes se le viene encima.

Y son las mismas voces que se encargan de diagnosticar la ausencia de la imaginación política al menos en nuestro submundo occidental, las que señalan que la imaginación política operante asistió a su punto culminante a todo lo largo de nuestra historia, especialmente en el periodo que del siglo XVII hasta las postrimerías del siglo XVIII, o sea desde los tiempos que desde una perspectiva, sobre todo filosófica, se conocen como el Iluminismo y la Ilustración y eso en el caso que no consideremos a las dos como parte de una sola cosa.

No podemos, mientras tanto, dejar de señalar que de esa manera no hacemos justicia a los redactores de la Constitución de los Estados Unidos, que es el caso de la primera república federal que se inventa, y que ha funcionado mejor que muchos mecanismos de relojería, desde hace cuatro siglos hasta el presente.

Y en el aire de época en el que fueron signados por esos movimientos, fueron sus palabras simbólicas la Razón y el Progreso, así con mayúscula.
En lo que hacía a la Razón, se la llegó a endiosar (durante la Revolución Francesa no solo se hablaba de la Diosa Razón sino que hasta fue venerada en una estatua).

Solo se trataba de develar el progreso y la razón, y para eso estaba la educación, para que todos nos volviéramos buenos hasta el punto de que no se nos podría imaginar mejores, a la vez que de la educación recibiríamos los principios y los mecanismos con los cuales edificar la sociedad perfecta, integrada por hombres perfectos precisamente gracias a esa Razón que estaba allí, para ser descubierta, desentrañar sus enseñanzas y luego aplicarlas.

La Revolución Francesa es la expresión mayor de esa explosión racionalista, aunque por mi parte me pregunto si entre las manifestaciones más humildes del socialismo utópico – de la que es una descendencia fallida y que ignoro si no era desviada, el falansterio de Durandó, del que todavía pueden verse rastros en la cercanía de Colón- no fueron las expresiones más acabadas.

A su vez el encantamiento que provocaba la razón y el racionalismo, se vio potencializado por la idea del Progreso, concebido como un proceso lineal de una trayectoria que apunta, sin que cupiera pensar o admitir retrocesos, hacia una meta no ya fruto de las profecías de origen divino, sino de profecías seculares y hasta ateas, como las de Carlos Marx, quien vaticinaba que el día impreciso en el que se lograra erradicar la propiedad privada y transmutarla en propiedad común, viviríamos en lo que era el fin de la historia, en una sociedad sin clases sociales y sin Estado; en la que me atrevería a agregar, sino fuera una irreverencia a una personalidad merecedora del mayor de los respetos como era y es aquél, que de allí en más todos comeríamos perdices y seríamos felices.

Cabe acotar que el concepto de progreso era en realidad complejo porque, como lo ha señalado un autor, ya que en él convergían, y por ende nos encontramos en necesidad la de distinguir entre el que es su aspecto medular, la conciencia laudatoria del progreso, la fe en el progreso ley natural ley histórica; y una voluntad de progreso ciega, cuando debería ser crítica.
El ocaso de la imaginación política
Se podría explicar ese ocaso, ya que develados sus fundamentos, la imaginación se tornaba innecesaria. Pero, pasó lo que tenía que pasar y los resultados están a la vista. La visión crítica se hizo presente para ocultar, en cierta forma y hasta cierto punto al menos, a la imaginación, y surgió la pregunta (que para muchos es una certeza) si el progreso no solo no es irreversible sino también azaroso y que la trayectoria ascendente de la flecha no es tal, sino que en el mejor de los casos tiene la forma de una espiral que tratar de subir yendo más allá.

Mientras que en cuanto a la razón, al mismo tiempo que se asistió a una disección que permite hablar de una única razón (está el caso de la inteligencia o razón emocional) también como contrapartida no se puede dejar de ser conscientes de los extremos a los que puede llevarnos la razón instrumental, desprovista de todo ingrediente ético, el que -para no ejemplificar recurriendo a horrorosamente espeluznantes casos actuales- lo haré apelando al totalitarismo nazi y el Holocausto, y al totalitarismo estalinista y el Gulag.
Clamor por la reconfiguración del poder
Más arriba hice referencia a cuál debería ser el objetivo último al que deberían dedicar la atención todos los que se sienten llamados a volver realidad lo que cabe considerar la utopía realizable (al menos de una manera aproximativa) de la imaginación política.
La que describí de una manera abstrusa y difícilmente comprensible, pero que traté de plasmar de la mejor manera que me resultó posible al señalar que por imaginación política se entiende la capacidad para elaborar e implementar una reconfiguración en las relaciones de poder que se dan dentro de cada sociedad y que aspira a hacerlo inclusive en la sociedad global, de manera que las relaciones jerárquicas de dominación de unos sobre otros, se transformen hasta el extremo máximo posible en relaciones de coordinación entre todas las personas a las que de esa manera se viene a reconocer, se le otorga y se la preserva en su autonomía plena, ya que solo queda acotada por la limitación que implica la idéntica autonomía con la se les reconoce a los otros componentes de la sociedad.

Pero antes de pensar en ello debemos prestar atención (y eso también requiere imaginación política) a encontrar una solución en el berenjenal en el que estamos metidos y las acciones a las que deberíamos echar mano para convencer a nuestra renuente y sedicente dirigencia a nivel mundial a tomar conciencia de ello y que de allí en más dé muestras de la imaginación indispensable para salir del mismo.

Es que nadie puede negar, que puede escucharse en la actualidad de la existencia de dos prospecciones que describen escenarios opuestos para mediados de siglo: la pesimista, basada en el agotamiento de los recursos, y la optimista, basada en el avance tecnológico, en la confianza de dar con soluciones innovadoras para afrontar cada uno de los riesgos que identifica la corriente contraria.

Algo que dicho en pocas palabras podría expresare como Apocalipsis o Ciencia Salvadora. Frente a lo cual la opción no es fácil, sin que no pueda dejar de expresar mi convicción esperanzada (que va más allá de mi optimismo claudicante) de que encontraremos una salida.
La era de la perplejidad
Para concluir este largo relato, que en el mejor de caso sirve para dejar interrogantes abiertos, paso a mencionar cuestiones que se plantean en un libro de varios autores que lleva el título de este apartado, en el que se agrega un término más –perplejidad- a la forma de calificar el complicado tiempo en que vivimos (el texto íntegro del libro puede encontrarse en-https://www.bbvaopenmind.com/wp-content/uploads/2018/01/BBVA-openMind-La-era-de-la-perplejidad).

Es que los interrogantes a los que los autores de dicho libro intentan dar respuesta, y que sería provechoso que cada uno de nosotros buscáramos la manera de encontrarlos por nuestro lado, son los que siguen.

1- ¿La revolución tecnológica potenciará el bienestar o la desigualdad?

2- ¿Cómo utilizaremos internet tras la conquista del big data (un gran buscador)?

3- ¿Puede la tecnología quitar autoridad a los humanos?

4- ¿Está en riesgo la democracia debido al auge del populismo?

5- ¿Por qué están los ciudadanos enfadados con la democracia?

6- ¿Hasta qué punto han cambiado los nuevos medios a la política?

7- ¿Cómo funciona el activismo político en contextos digitales?

8- ¿Pueden los ciudadanos revertir el sistema neoliberal?

9- ¿Es el feminismo capaz de hacerse un hueco en la política internacional?

10- ¿Un mundo sin guerras o en ciberguerra?

Claro está que las grandes preguntas siguen siendo cómo acabar con la violencia, la pobreza y detener el cambio climático. Problemas frente a los cuales la imaginación política parece estar, al menos en gran medida, ausente.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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