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La perspectiva Berensztein

La cuestión materia de debate, tal cual resulta del título de esta nota, es la mayor o menor (o ninguna) incidencia que tiene la corrupción en la gobernabilidad (muchos hablan de goberanza), y por ende en la estabilidad de las que todavía se mencionan, paradójicamente, como jóvenes democracias latinoamericanas.

Por Rocinante

Mientras tanto Sergio Berensztein (@sberensztein), es un analista político argentino que en su currículo exhibe un doctorado en Ciencia Política (University of North Carolina, Chapel Hill) y una Licenciatura en Historia de la Universidad de Buenos Aires (UBA). A la vez que cuenta en su haber el ser Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y el socio mayoritario de Berensztein.com, la consultora que dirige y fundó en 2014, con una perspectiva regional y comparada. Luego de haberse alejado, por razones no del todo esclarecidas, de Poliarquía, otra consultora de la que era socio, considerada por muchos como la más importante consultoría en materia política de nuestro país.

Y si me he detenido en efectuar este pormenorizado repaso biográfico del nombrado es porque éste ha publicado en el diario La Nación de Buenos Aires, hace de esto muy pocos días, una nota (El riesgo de que la lucha anticorrupción afecte la gobernabilidad), en la que introduce un punto de vista audaz sobre el tema, que viene a contraponerse a la opinión generalizada acerca de esa cuestión.

Es que mientras son mayoritarias las posturas que sostienen que la corrupción tiene como efecto el deterioro primero, y la descomposición total hasta su extinción después de la democracia (y en realidad de todos los tipos de gobierno, incluida la cleptocracia, es decir un sistema de gobierno que, en lugar de buscar el bien común está centrado en el enriquecimiento de sus propios dirigentes, para lo cual aprovecha los recursos públicos) la posición de nuestro analista viene a dar cuenta que combatir la corrupción en el caso de nuestros países representa un riesgo significativo.
El despliegue de esa tesis
Es así como en abono de su posición señala:

- Que como ocurrió con muchos países europeos que fueron espejo de nuestras transiciones a la democracia, como Italia o España, la corrupción constituyó, lejos de un obstáculo para su consolidación, uno de los mecanismos de cooperación más potentes, en el sentido de modificar prácticas arraigadas dentro de las respectivas élites nacionales (políticas, económicas y sociales).

- Que si bien la corrupción no es el único motivo que explica el "éxito" de estas transiciones, sin embargo, el uso político de la corrupción implicó una innovación que discontinuó décadas de inestabilidad institucional y reversiones autoritarias.

- Que gracias a ella (¿la corrupción?), fue posible desandar las lógicas de confrontación intensa, el divisionismo, la polarización y la interrupción de la continuidad institucional con golpes militares.

- Que siendo así las cosas se arriba a una primera conclusión: la corrupción no es un fenómeno exógeno a la gobernabilidad democrática, tal como fue históricamente concebida en las últimas décadas de desarrollo político latinoamericano.

- Por el contrario, es endógena, inherente, parte integrante del arsenal de recursos que hizo posible que nuestras elites se convencieran de que les convenía jugar, individual y colectivamente, el nuevo juego de la competencia electoral y las reglas constitucionales, sistemáticamente ignoradas hasta hace tres décadas y media.

- Que además debe tenerse en cuenta que en nuestros países existieron siempre en muchos ámbitos grupos, en especial el empresarial y el deportivo, que no fueron ajenos al fenómeno de la corrupción.

- Que por el contrario desde esos ámbitos se alimentó ese círculo vicioso que explica, al menos parcialmente, la rápida "democratización" de las burguesías nacionales.

- Que no debe extrañar entonces la presencia permanente en nuestros países del capitalismo de amigos y la transferencia de rentas y cuasi rentas incluso, a empresas transnacionales.

- Que es por eso que no puede sorprender que los nuevos demócratas con su flexibilidad abrazaran, particularmente en la década del 90, el nuevo credo pro-mercado. Así, la agenda de reformas económicas sirvió también como excusa para limitar la influencia de las viejas elites autoritarias.

- Que todo lo cual permite arribar a la segunda conclusión: los vínculos público-privados no fueron ajenos a las prácticas corruptas, sino que constituyeron un componente fundamental, algo que ha ocurrido siempre tanto en casos de gobiernos autoritarios como democráticos. Esto ocurrió tanto bajo gobiernos autoritarios como en las experiencias democráticas que tuvieron lugar en las últimas décadas.


Todo lo cual lo lleva a afirmar que no existen respuestas sencillas acerca de la forma de romper con comportamientos corruptos y eliminar disvalores tan arraigados. Concluyendo, en apoyo de su tesis, a aludir a las conocidas investigaciones en Brasil en las que ve como reflejadas en un espejo lo que sucedió en Italia: afirmando que el colapso de un régimen político estructurado en torno a la corrupción (como lo demostraron el Mani Pulite y el Lava Jato), lejos de contribuir a la gobernabilidad democrática, pueden derivar en un ciclo de inestabilidad estructural y de oportunidades para que las fuerzas extrasistémicas, (populistas, autoritarias, claramente antidemocráticas) vuelvan a prevalecer.
Los neo-maquiavelistas
Resulta difícil encasillar a Berensztein, es decir tratar de establecer en cuál de las familias de la tradición de la filosofía política se lo puede ubicar. Pero es una dificultad a la que se es necesario acometer, si se pretende buscar una explicación a su postura.

Es por eso que en un acto de verdadera temeridad, dado que soy plenamente consciente de mis limitaciones, considero posible que a nuestro invitado de hoy, se lo pueda considerar como un continuador de la línea de pensamiento de la que se ocupa James Burnham, en su obra Los maquiavelistas, en la que reflexiona sobre pensadores políticos como Mitchel, Pareto o Mosca. Personajes a los que otros estudiosos aluden como neo maquivelistas (a la vez que hacen la distinción entre lo maquiavélico y el maquiavelismo, ya que lo maquiavélico es astucia, malicia, doblez y odio, mientras que el maquiavelismo sería otra cosa distinta a la que me referiré en seguida).

Es que a Maquiavelo existen dos maneras de verlo. La más popular, que es la que lo considera como el maestro que enseña a los tiranos a mantenerse en el poder a cualquier medio, confundiendo lo que se denomina razón de estado con su propio interés, y los que ven en él un patriota libertario, cuya visión era lograr una Italia unificada y autónoma.

A la vez lo que hacen los maquiavelistas (hombres serios si los hay) es ir más allá del propio Nicolás Maquiavelo y de su obra más conocida cual es El príncipe, para hacer una operación que seguramente de una manera no del todo afortunada, cabría describir como un destilado del pensamiento de su pretendido predecesor.

Destilado que estaría encaminado a establecer qué es realmente el poder (ese poder que tanto tiene que ver con la política), y como consecuencia de ello comprender las relaciones de poder.
Es decir, no se ocupan de cómo debe ser el poder, sino de cómo el poder funciona a través de las relaciones que hace nacer.
Algo que también quiere decir (y es bueno que ello se destaque), que los maquiavelistas no pretenden formular ningún juicio de valor, sino que se limitan a describir lo que ellos creen ver, sin estar, necesariamente, conformes con lo que ven.

No quiero ni sé hasta dónde estoy en condiciones de meterme en honduras, que por lo demás no resultan adecuadas para una nota periodística. Pero de cualquier manera las cosas serían más o menos como a continuación señalo.

En todo grupo que alcanza determinada dimensión, existe la necesidad de algo similar a una burocracia. Ello llevaría indefectiblemente a la aparición en el mismo de una escisión entre los que serían los que mandan y el resto (una acotación: por lo general se da a los que mandan o los que tienen pretensiones de hacerlo se los menciona como formando parte de élites, una palabra que no me gusta, a pesar de ser la empleada en las traducciones de los textos de esos autores, por tratarse de un galicismo con un tufillo que lo asocia a una alta clase social, y que la veo como no expresando en forma adecuada a lo que apunta: grupos de personas con maneras de pensar y objetivos afines en lo que hace a su coincidente aspiración de hacerse con el poder que pujan con otros grupos de las mismas características y con idénticos propósitos. De esa manera debe ser entendido en todos los casos en que uso esa palabra)

El origen y la manera de seleccionar a las mal o bien llamadas élites es diverso. En la alternativa que se considera democrática, se asiste a una puja entre conjuntos de aspirantes a convertirse en la élite mandamás, por ser la opción elegida por el conjunto.

Del resto de formas que se pueden utilizar para llegar a mandar, mejor ni acordarse. El consuelo (consuelo parcial e insatisfactorio) está en el hecho de que se asiste a un fenómeno que se conoce como la circulación de las élites. Es decir como decía nuestro filósofo Julio Humberto Grondona todo pasa, a lo que añadiría, sin pretender estar a su altura, que el ir por todo a la larga termina mal.
Lo que me desagrada de lo que dice Berensztein
Tengo, primero, algo que es un recuerdo que nada tiene en realidad que ver con lo que dice el autor del artículo. Que me lleva a pensar en aquello que un poco de inflación es conveniente para dinamizar la economía. Que es como decir que un poco de fiebre resulta especial en invierno, porque a uno le permite quedarse abrigadito y sin salir de la casa.

Es que la impresión que da nuestro maestro es que, en nuestras siempre incompletas e inmaduras democracias, la corrupción sería algo así como el aceite lubricante que permitiría facilitar el funcionamiento de ese mecanismo que es el todo, acercando y amigando a todos los que mandan o aspiran a hacerlo, a los que veríamos así amuchados y convertidos en una especie de peculiar mafia. Con el argumento de que todo sea por la gobernabilidad (menos mal que de esa forma nos hemos vuelto modestos y ya no decimos todo sea por la patria. . .).

Me da también espina, el argumento esgrimido, en el sentido que, de ser todos o la gran mayoría de nosotros (tanto los que mandan como los que debemos estar a la orden) más o menos corruptos, nadie tiene autoridad para reclamar que las cosas cambien. Con lo que se olvida el mandato evangélico que sigue a la admonición respecto a quienes están autorizados a tirar la primera piedra (vete, y no peques más). A lo que viene a agregarse lo que interpreta como la idea de que quien se comporta mal no puede cambiar y convertirse en bueno, postura que no comparto, porque de no ser así no se salvaría nadie. . .

Demás está decir, que no he caído en la ingenuidad de que entre todos podamos llegar a conformar no ya una sociedad de ángeles, sino siquiera de carmelitas descalzas. O sea que la corrupción en germen y como tentación está siempre presente. Pero ello no debe llevarnos a la pasividad ante lo que no es otra cosa que un virus mortal, y quedarnos acostados en una hamaca paraguaya con la mala excusa de que no vale la pena combatirla (como lo mismo pasa con el juego o con la droga) porque no la vamos a cortar jamás.

Lo único en que no puedo discrepar es en el hecho que la lucha contra la corrupción en países como el nuestro puede llegar a poner en riesgo tanto la gobernabilidad como la democracia republicana misma. Aunque por mi parte agregaría que se debe ver en esa circunstancia una señal más de la necesidad de luchar por erradicarla. No con el furor de los conversos, sino con la paciente prudencia de los sabios.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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