La persistencia de la inflación en altos niveles indica que los objetivos eran muy ambiciosos o el diagnóstico estaba mal hecho

La suba de 3,1% en el Índice de Precios al Consumidor (IPC) durante diciembre, y la variación acumulada de 24,8% para el año son reveladores de cuán ardua es la faena de contener la inflación mientras a la par se busca reacomodar los precios relativos.

Es que muchas distorsiones acumuladas hasta diciembre de 2015 demandaron la introducción de ajustes que de ninguna manera serían neutrales ni para el nivel de actividad ni para las mediciones de inflación. La liberación del tipo de cambio y los aumentos programados de las tarifas de servicios públicos resultaron centrales para que el IPC terminara el año casi 8 puntos por encima de la meta del Banco Central (BCRA).

La inflación núcleo, que omite los efectos que sobre el índice general tienen los aumentos de los precios administrados, subió en diciembre un mucho más moderado 1,7% y cerró el año con una suba de 21,1%, casi cuatro puntos porcentuales por debajo del IPC general, pero también bastante por encima del rango de 12 a 17% que se había fijado como meta el BCRA.

La libre flotación del tipo de cambio y el aumento de las tarifas, que continuará hasta abril de 2018, probablemente no se podían evitar, pues peores efectos traían las distorsiones generadas por precios artificialmente bajos para ambos.

Evidentemente, falló en la mente del equipo económico la estimación del impacto que la flotación del tipo de cambio y la suba de tarifas tendría sobre los precios. Hacienda, Finanzas y el BCRA subestimaron el traslado a precios de estos ajustes. Tanto es así que 2017 concluyó con una suba del IPC que no difiere de la registrada en los años de la administración Kirchner, y que la inflación acumulada durante los dos años de la presidencia de Macri roza el 70%.

No se trata de cargar culpas sobre un Gobierno que heredó una situación macroeconómica muy frágil y que debió asumir el costo inflacionario de muchos de los ajustes. Pero, juzgado desde los resultados, no puede negarse que algo falló en el diagnóstico, primero, y luego en la solución, dejada en manos de la tasa de interés como única herramienta.

Las altas tasas reales no son inocuas para el nivel de actividad. Al mismo tiempo, la política monetaria ha llevado a un crecimiento importante del stock de Lebac. Un stock cuyo desarme no estará exento del riesgo de generar una corrida cambiaria, sobre todo si las tasas cayeran con rapidez. Una muestra de este riesgo fue provista por la reciente revisión de la meta de inflación al 15% (desde 10%), que derivó en una suba de casi 10% en el tipo de cambio. Habremos salido de la emergencia económica, pero seguimos delicados.

Cuando a fines de 2017 se anunciaron las metas de inflación revisadas al alza, el Gobierno seguramente aspiraba a generar un relajamiento de la política monetaria. Pero las cifras de inflación de diciembre hicieron que el BCRA recortara apenas 0,75 puntos de la tasa de política monetaria, bastante menos que lo que esperaba el mercado y, probablemente, de lo que esperaba el Ejecutivo. El tema es que las expectativas de inflación siguen firmes en niveles superiores a 17%, por encima incluso de la nueva meta.

No es sencillo bajar la inflación de manera gradual desde un alto nivel absoluto, pues el factor inercial resulta gravitante. Por lo pronto, muchos acuerdos salariales de 2017 vean ejecutadas las cláusulas gatillo con las que fueron alcanzados. Esto repercutirá sobre los índices futuros de inflación, que estarán igualmente puestos bajo presión, en los primeros meses de 2018, por los ajustes programados de tarifas de servicios públicos.

La diferencia entre inflación general e inflación núcleo, que en 2017 fue de casi 4 puntos porcentuales, es reveladora de que los aumentos de precios no fueron parejos. ¿Cuál corresponde mirar? Para los economistas y para el BCRA, la inflación núcleo es la que cuenta. También parece ser la que usa el Gobierno cuando intenta fijar el techo de las paritarias en 15% para 2018.

Quizás haga bien el Gobierno en pretender que las eventos extraordinarios no sean tenidos en cuenta, pero será un sapo difícil de vender en las negociaciones. Pues, como supo decir el filósofo Moyano, al final, la única inflación verdadera es la del bolsillo.

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