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Lograr que la propuesta argentina sea aceptada será desafiante; ¿tendrá el Gobierno flexibilidad para llegar a un acuerdo?

La República Argentina presentó el viernes su propuesta de reestructuración de la deuda externa.

En la conferencia de prensa del jueves (que violó innecesariamente todas las formas que la cuarentena nos impone), el ministro Guzmán y el presidente Fernández habían anticipado que la propuesta sería lanzada sin que se hubiera llegado a un acuerdo con los acreedores.

En síntesis, la oferta argentina busca minimizar los egresos de caja durante el mandato de Alberto Fernández. No habrá pago alguno entre 2020 y 2022 y habrá pagos mínimos de intereses hasta 2025. La contracara de este agresivo recorte de intereses es que el capital apenas será recortado.

Durante la conferencia de prensa, Guzmán confirmó que también buscará negociar un diferimiento de los pagos del acuerdo con el FMI.

¿Dónde está el truco? El jueves, apenas terminada la conferencia de prensa, algunos bonos habían comenzado a subir de precio, quizás a causa de la supuesta generosidad para con el capital. Cuando el viernes a la noche se conocieron los pormenores de la oferta, la euforia habrá menguado. La diferencia entre el precio de mercado y el valor de la oferta no es tanta.

A la Argentina no le conviene entrar en default, ni cerrar un canje parcial con un conjunto de oportunistas, dejando latente el problema

La propuesta parece calibrada para satisfacer las necesidades políticas y económicas del Gobierno. Las razones de deuda a PBI casi no habrán variado luego del canje, pero las necesidades financieras en dólares de los próximos tres años serán casi nulas. Será imposible incumplir si no hay pagos por hacer.

Esta propuesta cierra el modelo teórico de Guzmán, pero enfrenta una dificultad: costará aceptarla tal como está diseñada. Es la tragedia de la ciencia: bellas hipótesis refutadas por la atroz realidad.

En finanzas, más que el valor nominal de un título importa su valor presente. Es decir, el valor de los flujos futuros traídos a hoy mediante una tasa de descuento. Cuanto más tarde ocurran los pagos, menor será su valor presente. A una tasa de descuento de 10% o 12%, que parece ser la que usa el mercado en este caso, tres años sin pagos y cupones de interés muy bajos reducen mucho el valor presente de la oferta.

La propuesta podría atraer a quienes compraron títulos hace unos días y podrían realizar una ganancia rápida al canjearlos. Este ejercicio enfrenta un desafío: que ese 10% sea realmente la tasa de mercado cuando los títulos se emitan. Si el nivel de aceptación de la propuesta es bajo y los títulos actuales entran en default, ese desafío será insuperable.

Pero, para quienes compraron los títulos a la par, no aceptar el canje sigue siendo una buena opción. En 2010, el gobierno de Cristina reabrió el canje de 2005 sin que quienes ingresaron cinco años tarde perdieran tanto valor respecto de quienes lo hicieron en 2005. Ahora, los bajísimos pagos de los próximos años reducen el costo de oportunidad de la espera, a la vez que mantienen viva, para los holdouts, la opción de acudir a las cortes, donde sabemos bien que tarde o temprano podrían cobran más.

Si esta propuesta es el puntapié inicial para una negociación, podríamos ir hacia un futuro menos azaroso

La victimización que hace Guzmán de Argentina como cautiva de prestamistas angurrientos que buscan altas tasas de interés sólo existe en su laboratorio. Con tantos defaults a cuestas, los gobiernos, la sociedad y el prontuario argentino son culpables, no víctimas, de ese alto costo. Esta restructuración engrosa ese prontuario.

A la Argentina no le conviene entrar en default, ni cerrar un canje parcial con un conjunto de oportunistas, dejando latente el problema. Ese escenario no sólo cercenaría su capacidad financiera a futuro, incluso su capacidad de recibir auxilio de organismos multilaterales, sino que mutilaría el acceso al crédito del sector privado. Pero no es evidente que el Gobierno entienda que no vamos a crecer de manera sostenible con emisión monetaria y planes sociales.

Si esta propuesta es el puntapié inicial para una negociación, el futuro podría resultar menos azaroso. Sin embargo, persiste una duda: ¿tiene Guzmán, quien fuera de su laboratorio carece de experiencia en estas lides, la flexibilidad para negociar? Si no la tiene, el Presidente deberá decidir si lo sostiene aun a costa de ser arrastrado al fracaso.

Guzmán volverá a su laboratorio, pero ¿Fernández? Cabe desear que su convicción respecto de que este problema debe ser resuelto sea firme. No como señal de debilidad, sino como muestra de una justa flexibilidad que le permita evitar que la insostenibilidad de la deuda pública pueda devenir en la insostenibilidad de toda la Argentina.
Fuente: El Entre Ríos

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