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A lo dicho se hace imprescindible agregarle algunas salvedades, las cuales permiten que una evaluación de este tipo –como pasa por otra parte en el caso de todas ellas- no cabe considerarla como inconmovible, como si se tratara de una condición pétrea. Ya que mientras se vive -a ese respecto- todo es inseguro y es así que por una acción postrera nuestra, podamos quedar justificados o condenados al fin de nuestra existencia.

Sin perjuicio de lo cual, resulta una verdad incontrastable que todos somos iguales desde el momento mismo de la concepción, y no ya tan solo desde el nacimiento. Y también resulta de esa manera el hecho que se dan distinciones, de las que son válidas aquellas que tienen que ver con valores y habilidades, de cuya relación intrínseca con cada cual, se van dando muestras a lo largo de la vida, plasmada en actitudes y comportamientos.

Esa igualdad innata entre los seres humanos, es la que debe llevarnos a ver en todos y cada uno de los “otros”, una réplica de la misma naturaleza de “uno mismo”. Algo que nuestros antiguos paisanos explicaban con enfática contundencia -con una frase que por nuestra parte apreciamos mucho, y por lo mismo insistimos reiteradamente en su mención, de una manera que ignoramos si es la literalmente correcta, pero que de cualquier modo viene a mostrar fidelidad en su contenido- cual es que “naide es más que naide”.

Pero esa igualdad innata tiene que ver tanto con el hecho que todos deberíamos tener una total “igualdad de oportunidades iniciales”, lo cual desgraciadamente no es nada fácil de lograr en los hechos, aunque eso no debiera provocar la ausencia de la insistencia en ese empeño, ya que su ausencia viene a decirnos de la presencia de la injusticia, pero no significa que, a lo largo del vivir, sea reprobable que se nos evalúe teniendo en cuenta nuestras actitudes y comportamientos.

Es por eso que, desde un punto de vista ético, y partiendo de la base que ninguno de nosotros es perfecto, ni aun en el caso de los santos –los cuales pueden merecer esa designación, aunque ese hecho no los convierte en ángeles- se nos puede encasillar en una línea valorativa en ese aspecto, que va desde aquellos que se puede ver como “muy buenos”, hasta los que es de lamentar que tengan, en el otro extremo, ser considerados todo lo contrario, es decir de “maldad extrema”. Recalcando lo antes dicho que nada en nuestra vida ni es in-enmendable, ni por el contrario terminar mal, lo que siempre estuvo bien.

Todos estos circunloquios tienen el propósito de edulcorar en lo posible, la molesta y hasta enojada preocupación que nos provoca el cuadro que en estos momentos exhibe nuestro escenario público, donde se ve comúnmente a los actores, y en nuestro caso específico la dirigencia política que permanece sin hacer nada – y por el contrario alimenta el fuego- que esté a su alcance, para evitar que ese ámbito, sea por la opinión pública confundida con “un reñidero”.

De esa manera, venimos a tener una prueba, del estado de atomización a que ha llegado la “disociación” de una sociedad ya descompuesta, como es el caso de la nuestra. Porque como sucede con mucha frecuencia, el estado de cosas al que aludimos, no es consecuencia de purismos ideológicos, o una cuestión de principios. Ni siquiera se hacen presentes discrepancias ni en materia de estrategia o de tácticas; dado lo cual a lo que se asiste aquí no es otra cosa que a una puja de poder, y más que eso inclusive a enfrentamientos por la distribución de cargos y de “las cajas” con las que los mismos conllevan.

Todo lo cual ocurre en momentos en el que la mayoría de las voces que se escuchan en ese ámbito –o por lo menos, en el caso de los sectores más moderados- no se cansan de hacer referencia a la “unión de los argentinos”, mientras con esas actitudes y comportamientos no se hace otra cosa que avanzar en la dirección opuesta, sin detenerse un solo instantes en tratar de poner un mínimo de orden en la propia casa.

Sin dar la impresión que esa situación de conflicto interno en crecimiento, que la fragmentación de los partidos políticos que en un primer momento se trató de recomponer con la conformación de “coaliciones partidarias” más o menos permanentes, no termina de agravarse. Una circunstancia alarmante ya que existen quienes advierten que se vislumbra lo que puede suceder que en cualquier momento se haga presente, en proporciones hasta el momento imprecisas, el “voto antisistema”.

Y sobre todo en momentos difíciles como los que vivimos, en los que corresponde que se arríen todas las banderas menos la azul y blanca. Cumpliendo así con lo que para el Martín Fierro es “LA LEY PRIMERA…”

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