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Quienes escuchan hablar a los que nos gobiernan, y a un grupo de comunicadores sociales identificados con ellos, ya sea por convicción o por una recargada obsecuencia, no pueden menos que hacerse la opinión de que para aquéllos, entre sus principales –sino el único relevante- enemigos se encuentra a lo que comúnmente se conoce como la prensa, o en su caso los medios de comunicación social independientes.

A los que inclusive, aparte de utilizar en su quehacer una metodología fundada en la emisión de noticias falsas, de manera de engañar a la población tratando de convencerla de la irrealidad del relato oficial, y que anida aparte un ánimo voraz de lucro, un objetivo principalísimo de naturaleza destituyente. Dado lo cual, al menos en apariencia y con un resultado de éxito dudoso, se la presenta prácticamente como el mayor responsable de los males que aquejan al país en la actualidad.

Se asiste así, a un sutil cambio en la orientación de una estrategia, que no es de hoy sino que viene de atrás. La hasta ahora utilizada por los personeros gubernamentales “antes de que volvieran mejores”, era atacar a las grandes empresas de este rubro, en especial al que se designa como “el gran diario argentino”, poniendo el acento en que se trataban de “grupos concentrados” al servicio “del capital”.

Ahora, cuando el actual oficialismo cuenta con el apoyo de “multimedios” del que son propietarios personas o grupos de ellas que pertenecen a “su propia tropa”, como es el caso de aquél a cuya cabeza se encuentra el reconocido Cristóbal López, se ha producido una sutil modificación en esa estrategia. Es que ya no se pone el acento, sin que eso signifique que se lo olvide, en “el diario que miente”, sino que se mete en una misma bolsa a toda la prensa que no esté alineada con el oficialismo gobernante.

Y de ese cambio de estrategia, es el resultado que la asfixia económica de la prensa – sin descartarla- ha dejado de ser el mecanismo fundamental que hace a su objeto, para dejar paso a intenciones ya proclamadas de la “regulación” de sus contenidos.

Todo ello olvidando que toda regulación significa “censura previa”, que ello es violatorio de claras y terminantes cláusulas constitucionales protectoras de la libertad de prensa, y que de allí la verdad incontrastable del conocido axioma que señala que “la mejor ley de prensa, es la que no se dicta”.

Una amenaza cruel y en gran medida estéril, si se tiene en cuenta que la contracara de la toxicidad que se atribuye al empleo por parte de la mayoría de la población de instrumentos digitales, es que la misma se ha convertido en una barrera difícil de franquear para quienes pretenden silenciar la información y las opiniones. Basta la referencia a la experiencia china o a la cubana, como una manera de corroborar lo señalado.

Por lo demás, no puede dejar de advertirse que “acallar la prensa”, es el primer paso para clausurar a la república democrática, en un camino que tiene por objeto instalar el “pensamiento único”, que lleva a la instauración de regímenes autocráticos, y que inclusive puede desembocar en uno de naturaleza totalitaria.

Es de desear que los temores que de esa manera quedan expresados permanezcan tan solo en el ámbito de las malas intenciones. Lo cual no quita la necesidad que la sociedad toda –y no solo “el mundillo de los medios”- permanezca atenta y vigilante.

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