Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
Todo lo que viene de aquí en más, cabe considerarlo como archisabido, y por ende sobreabundante, aunque está lejos de serlo. Es que se nos ocurre, que en mayor o menor medida todos damos cuenta sino de una doble personalidad, algo que sería del todo preocupante, ya que nos llevaría a consultar un psiquiatra; de “desdoblamientos” ocasionales, aunque muchas veces frecuentes; un trastorno menos grave, pero que de cualquier manera resulta preocupante.

Se trata de un fenómeno, que en el caso de ser filósofos, cosa que ni pretendemos ser ni lo somos, nos llevaría a hablar del “mundo del ser” y mundo del “deber ser”. O sea dicho en buen romance la manera como “deberíamos” comportarnos, por un lado, y la forma en la que efectivamente lo hacemos.

Inclusive, aunque ello signifique en apariencia irnos por la tangente, es dejar establecido si cuando se hacen presentes esos desdoblamientos entre “lo que es” y “lo que debe ser”, somos o no conscientes de ellos. Es que si no nos damos cuenta de que estamos haciendo lo que no se debe, lo hacemos sin darnos cuenta de ello y como si fuera la cosa más natural, ese comportamiento se califica como “amoral” y a la inversa si somos conscientes de que lo que hacemos está mal y a pesar de ello lo hacemos, estamos actuando de una forma “inmoral”.

Dentro de ese contexto, es que se deberíamos preguntarnos qué se entiende por “elecciones limpias”, una cuestión no menor, si por un lado tenemos presente la vieja admonición que impone que “sepa el pueblo votar”, hasta hablar del “día de las elecciones” en el que todos quienes figuran en los padrones son convocados a hacerlo, en lo que debería ser una jubilosa “fiesta cívica”, ya que si se viene a ver bien las cosas, se trata esa ocasión, de un “período de diez horas” espaciado en el tiempo en que el “pueblo”, al ejercer la soberanía puede llegar a considerarse soberano.

Y al respecto, lo que no puede perderse de vista, es que al hablar de “elecciones limpias”, se debe no caer en la confusión de tener por “la elección”, a un único y solitario día que es aquel en que se celebra el “acto comicial”, oportunidad para la cual todos los ciudadanos empadronados son convocados a votar, sino un “proceso”, que se despliega a través de una serie de actos regulados minuciosamente en forma sucesiva, que van desde la confección de los padrones hasta la aprobación por parte de la autoridad competente del escrutinio definitivo, pasando por los pasos a cumplir para la designación de candidatos, y lo que es y todos conocemos como tal, la campaña electoral.

De donde para que pueda hablarse de elecciones limpias se hace necesario entonces advertir que no es suficiente que el “acto comicial” lo sea, sino que no deben registrarse anomalías, ni interferencias, presiones o cualquier caso de “intervenciones” extrañas a todo lo largo de todo el proceso electoral.

Demás está destacar que el escenario de las patéticas miserabilidades, según palabras que hemos terminado por hacer nuestras aunque se sabe no lo es su autoría, no puede ni imaginarse ni hablarse de procesos electorales “total y absolutamente impolutos”, porque no los hay, dado que no puede haberlos.

Es que para que ello ocurra se tendría que contar con un proceso en el que ningún candidato contara con ventaja alguna con respecto a los demás fuera de sus variadas condiciones personales y el tenor diverso de sus principios programas y propuestas.

Es cierto que es mucho lo que se ha avanzado en la materia, en un accionar que junto a tecnologías novedosas, se debe agregar la presión de la opinión pública, canalizada por organizaciones de la sociedad civil que ponen su acento tanto en la transparencia como en el acceso a la información pública, como a poner freno a los actos de corrupción, como así mismo al mejoramiento de la cultura cívica como la cultura electoral. Pero si mucho se ha hecho, es más lo que queda por hacer si se tiene en cuenta la presencia de resistencias que han impedido la instauración de la “boleta única”, sin siquiera hablar de “voto electrónico”.

Pero si es utópico pensar en procesos electorales impolutos, de cualquier manera la meta que debemos imponernos es llegar a procesos electorales que se esfuercen por acercarse lo más posible a ese ideal. Desgraciadamente en nuestro país, y sobre todo en lo que resulta palpable en tantos lugares a nivel municipal, aparte de tácticas de alcance corto, como es en ciudades fronterizas el voto de extranjeros a quienes se les “ha fabricado” una doble nacionalidad, la “desaparición” o el “falseamiento” de boletas de un determinado partido en el cuarto obscuro, existen dos prácticas totalmente escandalosas, que no dejan de crecer.

Una de ellas son los “aprietes”, o sea las presiones provocadoras de miedo para obtener el voto a favor, la “inundación” de funcionarios y empleados, “desocupados de última generación”, ya que no se trata de personas que se conforman con lo mínimo, o lo apenas indispensable para subsistir –que también los hay- y sobre todos las prácticas clientelísticas- que han llegado a extremos que van camino de transformar a la nuestra en una “sociedad prebendaria”.

Es que no se trata ya de los “planes” o de los “bolsos” de comida distribuidos con un criterio no solo discriminatorio, si no en los que se hace presente algo más grave cual es el desvío de ellos a quienes no los necesitan, sino de la desembozada “compra de votos” en un programa de tres pasos. Regirarlo ya. Factura para la administración, que es la que paga. Voto para quien se encargue de que ello ocurra.

Lo más grave del caso, es que todos –y en ese todos nos incluimos- somos protagonistas de ese verdadero interminable escándalo, en el que se encuentra una de las causas que explican nuestra situación actual. Porque al tentador curruptor, hay que agregar el tentado corrupto. Y allí se hace presente quien está en conocimiento de ese acto de corrupción. Pero que aplica la vieja práctica del “no te metas”. Actitud “que no impide hacer circular lo visto, de manera que en el “boca a boca” se vuelva una versión distorsionada de lo que se vio. Algo frente a lo que la justicia se mantiene ciega, sorda y muda. Y que quienes desde otras banderías, al conocer los hechos no hacen otra cosa que rezongar en voz baja, y a lo sumo indignarse un poco para después callar. Mientras que en los “medios” en el mejor de los casos damos cuenta de hechos de este tipo como una versión, sin entrar como deberíamos a investigar.

Enviá tu comentario