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Escuché a un viejo carcamán, hacerse el maestro “siruela” dando lecciones de buen comportamiento. Utilizaba para ello una “matriz” -ojo, que esta es una palabra de moda, que suena bien, aunque la mayoría no sabemos qué carajo significa en su utilización no ginecológica- en la que se mezclaban ingredientes viales (léase rutas cuidadas y bien señalizadas. Casi un imposible, digo para mi coleto) con automovilistas temerarios por diversas causas (chicos que vuelven a su casa cuando sale el sol, con una carga etílica que rompe los alcoholímetros; señoras o señores que han aprendido a manejar de grandes y saben poco hasta cuanto hay que apretar el acelerador; empresarios que no dejan de prestar atención al celular o de mandar mensajitos con el omnipresente adminículo).

Y esa mezcla que se veía casi como una receta de cocina la utilizaba nuestro pontificador, como una parábola acerca de cómo hay que comportarse, repito, en la vida (vida: palabra que ha ampliado últimamente su significado, ya que es frecuente ver participando un fallecimiento no por el esposo o la esposa sino por “el (la, le) compañero (a, e) de vida”).

Lo que pude escuchar, o al menos lo que entendí es que la vida es como una ruta impecable, por la que hay que circular con prudencia, de manera de evitar irse más allá de las dos líneas blancas que la encierran y evitar salirse a la banquina.

Porque, añadía, irse a la banquina manejando no tiene en ocasiones consecuencias mayores; pero en otras -el hacerlo- lleva a que el automóvil empiece, descontrolado a ir a los tumbos, y se da el caso que el auto se estrella contra un árbol o quede con las gomas para arriba, y su conductor o uno de los acompañantes, o todos los que iban en el auto terminen ya saben dónde.

Lo mejor del caso es que esa parábola no pretendía ser una lección de educación vial, sino que debo decir que todo comenzó cuando comenté de la detención de las dos hijas del secretario de Turismo y Recreación del Sindicato de Peones de Taxis de la Ciudad de Buenos Aires. La causa, que esas confundidas criaturas integraban una banda dedicada al acopio de armas y al tráfico de drogas.

Con lo que se viene a ver que las chicas, seguramente mal entendiendo los consejos de su padre, el del turismo recreativo, no habían comprendido que, si bien a muchos les cuesta hacerlo, el ayudar a que la gente se drogue y ande calzada con armas, no tiene nada que ver con lo que se entiende por recreación.

Es raro, sin embargo, que siendo el padre taxista, además de turista recreativo, no les haya hecho el cuento de la ruta, sus líneas blancas y la banquina. Aunque esa omisión tiene una explicación, ya que con lo desorientados que estamos no se sabe para dónde agarrar. Y que por más que haya tantos que piensen -no es ese mi caso- que en realidad no hay caminos; y ni siquiera se le puede hacer caso a Juan Manuel Serrat -quien afirma mi tío le copió la frase a un tal Antonio Machado- cuando recita entonado “caminante no hay camino, camino se hace al andar”.

Y para colmo de males, aunque este ya es otro tema, con lo que nos cuesta arrancar…
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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