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Marzo no está signado sólo por la árida discusión en paritarias del gobierno con los gremios docentes y con los estatales que promete ponerse aún más áspera, también es el mes en el que el campo en 2008 empezó a plantarse frente a un gobierno que impuso, como consecuencia de sus medidas, el monocultivo y una de las primeras grietas de los últimos tiempos.

La nostalgia de los mejores años del campo, por los precios internacionales, es inevitable como lo es la angustia de estos días secos que empujan al desastre a lo productores y que perforan también los números y estimaciones de la provincia a la que le faltarán ahora unos 10 mil millones en un trazo grueso, pero que serán algunos más si se tiene en cuenta cómo afectará la sequía al transporte, las estaciones de servicio y claramente, a las economías de los pueblos que viven del campo.

El misticismo del 2008 impregna a los dirigentes agropecuarios que se pusieron al frente de esa lucha que les asigna una página en la historia del reclamo que, individual en su origen, se volvió colectivo con el paso de los días cuando toda la sociedad resolvió acompañarlos en una protesta que se diluyó con el no positivo del radical kirchnerista Julio Cobos, olvidado por el campo, pero también por los radicales y más aún por los kirchneristas.

Los dirigentes de esos años, mucho de los cuales ocupan también hoy en representación del campo lugares decisivos en el orden nacional, integraban la Mesa de Enlace local, donde estaban el ahora senador nacional por Entre Ríos, Alfredo De Angeli; por el ministro de Agroindustria de la Nación, Luis Miguel Etchevehere; el actual vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Jorge Chemes y por el dirigente de CONINAGRO, Gonzalo Álvarez Maldonado.

El monocultivo, en un contexto de precios internacionales increíble, fue la consecuencia de un plan que atendió la necesidad de recaudar, pero no la de desarrollar un sistema que, además de proveer alimentos, asegura recursos al Estado en cada uno de sus órdenes.

Del campo dependen, además de los municipios, provincias y la Nación, las sensibles economías de los pueblos que se desarrollaron para que la familia se uniera y permaneciera cerca en función del trabajo de la tierra y sobre todo, de sus generosos recursos. También del trabajo rural depende la economía nacional y provincial como las buenas relaciones con el mundo que hoy siguen resquebrajadas pero en recuperación.

El campo, que Cristina Kirchner sintetizó en el “yuyito” le dio a su gestión las mieles de ingresos increíbles que aún derraman sobre los municipios y que a pesar de un tipo de cambio generoso y de condiciones climáticas afines, no fueron a ningún otro lado porque faltaron obras, asistencia y medidas que balancearan el traslado hacia un modelo de monocultivo que terminó empobreciendo al país, toda vez que incumplió el resto de sus acuerdos internacionales.

A una década del inicio del conflicto del campo son numerosas las postales que dejó la lucha del campo, como varios los dirigentes que no pudieron sobreponerse al paso del tiempo y a sus propios yerros y muchos menos a su propio ego.

De la histórica Mesa de Enlace, pocos sobrevivieron a su propio peso y tantos otros sucumbieron a las prácticas políticas que se los devoraron en sus primeros pasos, porque claramente lo partidario deglutió todo lo mucho que de social y gremial acumuló el campo al que la política tuvo que pedirle prestados unos cuantos candidatos y se los devolvió maltrechos y desgastados.

Los políticos tomaron del campo lo mejor de cada casa. Los del campo hicieron sus primeras herramientas y con los galardones y jinetas recorren ahora los pasillos gubernamentales tratando de recuperar los centavos que la economía les quita. El inconveniente es que lo piden, justamente donde se los restan. El Estado, a la hora de las cuentas, recorta de la cadena primaria la misma tajada que se cobran los intermediarios.

Una década más tarde, la carencia de liderazgos en la política sigue siendo una constante que obliga a una autocrítica del mismo modo que la dirigencia agropecuaria sigue careciendo de lobistas que le garanticen buenos acuerdos políticos. El resultado de esta mala relación no puede ser peor. Una producción sin interlocutores y una política sin protagonistas y el común denominador de enfrentar el mismo desafío: Ser competitivos y calmar las expectativas de la gente, aunque algunos en esa cruzada arriesgan todo lo que les queda.
Fuente: El Entre Ríos

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