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Tomada tan en solfa que parece serlo en serio

Por Rocinante
Cuando lo primero es lo primero
Aunque convencido estoy que nadie ignora el significado del concepto burocracia, nunca está demás repasarlo. Es así como, dicho en difícil, al mencionarla nos encontraríamos ante una forma racional de organizar una entidad para conseguir que la misma funcione con precisión, claridad, velocidad y eficiencia. Algo que Cesar Fuerte, explica como el gobierno de los que están en una oficina, detrás de un mostrador o de un escritorio.
Manual de campo de sabotaje simple
Aunque lo sospechaba, nunca hubiera tenido la certeza de que la burocracia puede ser utilizada como un mecanismo valiosísimo en materia de sabotaje, hasta que en forma casi fortuita me enteré de la existencia de un Manual de campo de sabotaje simple y de su origen.

Es que no hace de esto mucho tiempo atrás pude saber que en 1944, el precursor de la CIA, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), distribuyó un folleto secreto que pretendía ser una guía para los ciudadanos que vivían en las naciones del Eje pero que simpatizaban con los Aliados.

El Manual de campo de sabotaje simple, ese era su nombre. El mismo que fuera desclasificado en 2008 como documento y está disponible en el sitio web de la CIA y proporcionaba instrucciones sobre cómo la gente común podía ayudar a los Aliados a debilitar su país al reducir la producción en fábricas, oficinas y líneas de transporte.

"Algunas de las instrucciones parecen anticuadas, mientras que otras siguen siendo sorprendentemente relevantes", dice la introducción actual en el sitio de la CIA cuando señala: "Juntos son un recordatorio de cuán fácilmente pueden socavarse la productividad y el orden".

Todo lo que da pie para que un analista preocupado, luego de leerlo, haya hecho un glosa comentada del mismo diciendo que en realidad el manual iba más allá y propugnaba el uso de “estupidez voluntaria”, sumamente efectiva.

Recordaba, en abono de su tesis, que las instrucciones esenciales son estas: Insistid en hacerlo todo a través de “canales”. No permitáis nunca atajos para que las decisiones se tomen de forma rápida. En los encuentros de trabajo haced digresiones. Hablad tan a menudo como sea posible y largamente. Ilustrad vuestros argumentos con pesadas anécdotas personales. Cuando sea posible, cread comisiones y enviadles los asuntos para estudiarlos más a fondo. Cuantas más personas formen una comisión, mejor; nunca menos de cinco. Tan a menudo como podáis, sacad a colación asuntos irrelevantes.

Agregaba que el manual recomendaba que para bajar la moral y, en consecuencia, la producción, sed amables con los ineficientes y ascendedlos a cargos que no merecen. Siempre que haya trabajo crítico que hacer, convocad una reunión. Aseguraos que tres personas tengan que aprobarlo todo, aunque con una bastase.
Volved a poner sobre la mesa asuntos que ya se decidieron en la reunión anterior e intentad reabrir el debate sobre si la decisión adoptada es prudente o no. Propugnad siempre “precaución” y pedid a los demás que sean “razonables”. Cuando asignéis tareas, siempre primero las que no sean importantes. Vigilad que las valiosas se asignen a empleados ineficientes. Aunque sean asuntos poco básicos, insistid en que el trabajo tiene que ser perfecto y enviad de nuevo a revisar todo lo que pueda contener un mínimo error.


Después de lo cuál y extendiéndose un poco más, es cuando señala que hay más sugerencias de sabotaje, todas jugosas y llega a la conclusión que si bien las escribieron durante la última guerra mundial, mientras las lees, ves desfilar frente a ti las trabas burocráticas que nos acompañan a lo largo de la vida. Muchas de las situaciones políticas que vivimos ahora mismo se entienden infinitamente mejor a la luz de ese manual saboteador, un espléndido “text of the nota” enviado, este sí, por la CIA primigenia.

Es por eso que corroborando esa conclusión, en otro trabajo y refiriéndose al mismo folleto se señala que Business Insider ha revisado el manual y ha recopilado los principales consejos sobre cómo llevar a su organización al terreno, desde el C-suite hasta la fábrica. Lo que es más divertido es que, a pesar del lenguaje seco y la especificidad del contexto, las actividades de trituración de la productividad recomendadas son comportamientos demasiado comunes en las organizaciones contemporáneas de todo el mundo.
¿A ese manual lo leyó Perón? ¿Lo anticipó Ortega y Gasset?
Repasando lo transcripto, me entra una duda: ¿ese manual pudo haber llegado a las manos del primer Perón? Porque no puedo dejar de pensar que si suyo (o prestado y volcado ingeniosamente con palabras simples) es la machacona insistencia de que todo debe ser en su medida y armoniosamente, no me puedo olvidar que también es suyo el consejo de que si uno quiere que una cuestión quede cajoneada, y por consiguiente irresoluta por siempre, lo mejor es formar una comisión para que se ocupe de ella. Y también se me vino a la cabeza que incluso no faltará algún gorila (como se los llamaba en otros tiempos) de los pocos que quedan, ya que la mayoría de ellos están ahora junto a Perón vaya a saber dónde, que con insidia afirme que el fundador del justicialismo no solo conocía ese manual, sino que para desgracia de todos nosotros, también se ocupó de aplicarlo aquí. . .

Pero en ese mismo tren, existen también quienes procuran encontrarle precursores, en cuya fuentes abrevaron los redactores del, a esta altura remanido, manual. Es así que, llegan a sostener que entre ellos se cuenta el filósofo español Ortega y Gasset (el mismo de la famosa y tan desoída incitación argentinos, a las cosas (¡¡!!) quién habría dicho, y esto en 1910, que todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes.
El Principio de Peter
Pero no es ese el caso de Laurence J. Peter, un pedagogo canadiense que empezó a trabajar en 1941, para mudarse luego a California, donde llegó a ser profesor titular del departamento de pedagogía, de un centro de enseñanza y coordinador de programas para niños con trastornos emocionales en la Universidad del Sur de California y que en 1963 obtuvo el grado de doctor en la Universidad Estatal de Washington.

De quien no me ocuparía, y hasta diría que serían muy pocos los que hoy de él se ocuparían, si en el año 1969 no hubiera publicado un libro al que sin ninguna muestra de falsa modestia puso ese nombre, el Principio de Peter.

El mismo que ha quedado formulado de la siguiente forma: las personas que realizan bien su trabajo son promovidas a puestos de mayor responsabilidad, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia. O como lo simplificó, aunque no tanto, un periodista estadounidense: en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: luego de lo cual lo remata agregando que la nata sube hasta cortarse. . ..

Pero lo que en realidad no tiene desperdicio son otros dos principios, que él mismo enuncia como corolario del anterior y que son los siguientes:

- Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.

- El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia.

A su vez, entre quienes han hecho de su obra un motivo de prédica, se encuentra alguien que se ocupa de señalar mirando a su alrededor que cosas llevaron Peter a esas conclusiones.

Es así como se señala que Peter lo dedujo luego de un análisis de cientos de casos de incompetencia en las organizaciones. Añadiendo que el mismo sirve para explicar los casos de acumulación de personal, según el cual el incremento de personal se hace para poner remedio a la incompetencia de los superiores jerárquicos y tiene como finalidad última mejorar la eficiencia de la organización, hasta que el proceso de ascenso eleve a los recién llegados a sus niveles de incompetencia.

Nada que no hayamos visto, que no estemos viendo y que en el futuro lamentablemente podremos casi seguramente volver a ver.
¿Quiénes pudieron saber de él entre nosotros?
Así como con anterioridad he podido especular acerca de que si Perón, pudo haber sabido de la existencia de aquel manual de sabotaje, con más razón cabría preguntarse acerca de si de su existencia saben los que entre nosotros ocupan posiciones de máxima responsabilidad en todo tipo de organizaciones.

Razonablemente cabría llegar a suponer que puede saber de su existencia el presidente Macri, y que incluso haya dado muestras (calificadas por los que los malquieren, de una forma odiosa de incoherentes y hasta inconsistentes), de intentar valerse de ese principio y buscar aplicarlo, con algunas disposiciones del mega decreto de necesidad y urgencia que tanto ha dado que hablar y que, entre otras cosas, intenta desembarazarse de mucho papeleo, como un paso hacia una en apariencia imposible desburocratización.

Tenemos dudas que lo conozca Moyano. Aunque en el caso de que algunos de sus escribas que sepan de su existencia e implicancias, y en función de ello le hayan soplado ideas, de cualquier manera es harto probable que su prodigioso espíritu intuitivo, le haya permitido sino olfatear la sustancia incorpórea del Principio de Peter, arribar a conclusiones parecidas a las recogidas en el aludido manual de sabotaje simple.

Es que en fuentes periodísticas, a las que no cabe sino considerar como serias, se ve circular con renovada fuerza la versión de que, si Moyano desistió de convocar a un paro nacional de camioneros, habría retomado el análisis de la idea de llevar a cabo lo que por mi parte no vacilo en describir como un novedosísimo piquete ambulante, el que consistiría no en otra cosa que disponer que los choferes sindicalizados de camiones, cumplan su trabajo circulando por los caminos de la República a una velocidad horaria de . . . diez kilómetros.

Una broma con visos de seriedad. Pero no existe nada de ello en la pregunta que todos debemos formularnos, acerca de tantos de nuestros comportamientos negligentes, de tantas nulidades encumbradas, de tantas exigencias retorcidas e imposibles de cumplir con las que nos topamos día a día, si no estamos haciendo otra que sabotearnos a nosotros mismos, y viniendo a costa de algo a lo que cabría referirse como LA GRAN PETER. . . El principio de Peter llevado a su máxima expresión o su aplicación catastrófica, que el mismísimo Peter nunca concibió que fuera posible.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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