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El desempleo crece y preocupa
El desempleo crece y preocupa
El desempleo crece y preocupa
El reporte de empleo en los EE.UU. da cuenta de cuán desproporcionada es la reacción de los gobiernos a la irrupción del Covid-19

Este jueves se supo que en la semana del 14 al 21 de marzo hubo 3,3 millones de personas que pidieron cobertura por desempleo. Poco más del 2% de la población activa de aquel país perdió su ocupación en una semana.

En apenas una semana, en una economía que no está siquiera sometida a una fracción de las medidas restrictivas que ha implementado nuestro país, el impacto no usó anestesia.

Si Argentina replicara este impacto, se perderían 272.000 puestos de trabajo. Un costo enorme, pero que no parece impensable al recordar que sólo los sectores directamente afectados por la cuarentena emplean a un tercio de la población activa del país.

Las 18 muertes en 25 días desde que hay datos son menos que las que los accidentes de tránsito provocan a diario

No hay opciones óptimas para el Gobierno. La elección del presidente Alberto Fernández, que “entre la economía y la vida” dijo elegir la vida, fue aplaudida por la OMS y es objeto de aplauso por parte de médicos y sanitaristas argentinos. Se entiende: están en la primera línea del riesgo de infección.

Sin embargo, no puede soslayarse que la respuesta ha sido basada casi con exclusividad sobre la visión unidimensional de los sanitaristas. No se ponderaron, al menos en esta etapa, las premoniciones respecto de las consecuencias económicas y sociales de las restricciones impuestas.

Pues bien: las estadísticas de desempleo en los EE.UU. nos dan una aproximación a cuáles podrían ser esos efectos colaterales. Faltan los efectos de secundarios: dislocaciones en la cadena de pagos, caída en la recaudación impositiva, cierres de PyMEs, postergación de la restructuración de la deuda, emisión monetaria que podría disparar la inflación.

Claro que no sólo la economía sufre. Estas penurias impactan sobre un tejido social muy frágil. Para el 35% de la gente que vive por debajo de la línea de pobreza, los paliativos gubernamentales podrían tardar demasiado en llegar, o no llegar nunca. También acá hay efectos secundarios: para muchos, la resistencia a la autoridad no es una cuestión de machismo, sino de supervivencia.

El Presidente mostró gran aplomo en sus decisiones y convicción al anunciarlas. Sin embargo, ni el aplomo ni la convicción aseguran que hayan sido acertadas. Como tampoco aseguran que el enfoque de Brasil, México o los más estrictos pero no tan extremos como los adoptados por los países noreuropeos o los EE.UU. sean peores.

Nadie quiere estar en la lista de muertos, pero todo sugiere que hemos pasado la línea de la exageración

El pánico ha hecho que la imaginación tome el lugar de hechos para los cuales todavía no hay suficiente historia que los permita conocer. A ese pánico se oponen cada vez más voces científicas que, con los números a mano, ponen bajo sospecha a esta pandemia.

Un buen administrador escucha a todos sus consejeros para formar su decisión. Los ministros de salud, economía, trabajo, producción o desarrollo social tienen algo para decir. Si no existe una solución óptima, la mejor solución sólo puede ser la que provoque el menor daño. Ya no está claro que esa sea una enfocada con exclusividad en la salud.

A las caídas del nivel de actividad, China y los EE.UU. han respondido con paquetes fiscales que se miden en billones de dólares (trillones, según la jerga estadounidense). Y, sin embargo, sus “crisis” llegan tras 10 años seguidos de aumento del PBI. En Argentina, hace ocho años que el PBI no crece. Con 35% de pobres no nos podemos arriesgar a tensar el hilo y provocar un 2002.

En una encuesta global de Gallup, la mitad de los encuestados piensa que estamos ante una exageración. No sería una percepción loca en Argentina: hasta el viernes, había 690 infectados; el 0,0015% de la población. Las 18 muertes en 25 días desde que hay datos son menos que las que los accidentes de tránsito provocan a diario. El pánico lo genera el contador en vivo, no la realidad.

El hambre, el miedo a perder el empleo o el miedo inducido al Covid-19 generan como daño colateral un estrés cuyos efectos no se contabilizan.

Entre el 24 y el 31 de marzo, hubo 10.379 infecciones y 244 muertes por Covid-19 en los EE.UU. Ahora sabemos que por cada infectado se perdieron 316 empleos y por cada muerte 13.443. Nadie quiere estar en la lista de muertos, pero todo sugiere que hemos pasado la línea de la exageración. Y que, por lo tanto, estamos soportando un daño colateral desproporcionado.
Fuente: El Entre Ríos

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