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El de la Educación –así escrito con mayúscula- es un tema que nos atañe a todos. O sea que no se trata de una cuestión que debe quedar centrada en los niños y aquellos que en los tiempos actuales dan cuenta de “una cada vez más prolongada adolescencia”; en contraposición con los muchos de ellos que erróneamente se consideran “mayorcitos” al momento de poder contar con un carnet de conductor, –y aun antes de que ello suceda-.

Ya que debe verse en ese tema, algo que nos tiene a todos como sujetos de aprendizaje, incluyendo a los cada vez más numerosos integrantes de la “cuarta edad”. No hay al respecto que olvidar que ya se habla del emerger de una nueva categoría etaria, en la que quedarían incluidos quienes han logrado superar la barrera de los cien años, y que inclusive para ellos se les ha establecido una nueva manera de nombrar el colectivo, ya que en lugar de hacer referencia a una “quinta edad”, existen quienes la bautizan con la estrafalaria e incorrecta mención de la “madurancia”, o sea, ejemplares de una madurez casi “matusalénica”.

Todo lo cual, teniendo en cuenta la extensión temporal de la esperanza de vida en los seres humanos, que se da en tiempos de cambios constantes y cada vez más rápidos –no en balde estudiosos de diversas disciplinas convergen en aludir a una “aceleración del tiempo, como historia”-, lleva a que se reclame que entendamos que hemos ingresado en una etapa, en la que se vuelve indispensable la “educación permanente”.

Lo cual no quita que la preocupación social primordial tenga que seguir centrada en lograr la formación educativa lo más acabada posible de nuestros niños y adolescentes, la que en lo posible debería culminar con el egreso con estudios completos en un nivel terciario.

Y esa es precisamente la gran deuda que como sociedad tenemos para con ellos, si se tiene en cuenta que a nuestro sistema educativo lo seguimos viendo continuar en “caída libre”, al que vemos cada día más notorio de la “escuela sarmientina”, y al bastardeo de lo que fue la ley 1420; la misma que hizo en su momento efectiva una educación de calidad en el marco de una escuela pública de acceso abierto y que a la vez era gratuita y laica.

Ámbito en el que hemos recorrido una parábola que no puede dejar de avergonzarnos, ya que de ocupar en otros tiempos un lugar de privilegio en el mundo, por nuestros niveles de alfabetización, hemos descendido a un estado de cosas en el que aproximadamente la mitad de los estudiantes “no entienden lo que significa lo que leen”, ya que no es otra cosa lo que en las encuestas educativas se designa como “comprensión de textos”.

A lo cual, malo de por sí, debe añadirse un agravante, que no es otro que la más importante de las grietas, de las tantas que nos conducen a la disgregación social, cuál es la distancia cada vez mayor en la calidad de las mejores –algo que existen muchas a las que no les cabe ese nombre- escuelas privadas y las escuelas y colegios públicos, respecto a los cuales se debe reconocer también el hecho que todavía quedan unos cuantos que brindan enseñanza de excelencia.

Nos encontramos de ese modo no solo ante un frustrante bloqueo de las posibilidades de desarrollo personal, sino que entre sus consecuencias se asiste a un creciente distanciamiento social entre quienes están mejor formados desde el punto de vista educativo y quienes no lo están. Algo que, como primera consecuencia, da paso a la dificultad cada vez mayor de concebir a nuestra sociedad como “una república de iguales”.

Es dentro de ese contexto que se debe analizar lo que en principio es una buena noticia, cual es el anuncio por parte del actual Ministro de Educación de la Nación, según el cual este año "el 90% de las escuelas tendrán conectividad a internet" y que se entregarán 1,7 millones de notebooks a estudiantes del primer ciclo de las escuelas secundarias y rurales de todo el país, mientras que los maestros del primario recibirán también una notebook.

Pasamos por alto criticas mezquinas en apariencia, que se podían hacer al respecto. La primera de las cuales pasa por la ausencia casi total de fiabilidad por parte de la población de los anuncios oficiales, en una sociedad como la nuestra agobiada tanto por el descreimiento como la pérdida de confianza, que son en realidad la misma cosa. A lo que se agrega la indicación de la equivocada estrategia que se había seguido hasta ahora en la materia, ya que se comenzó por poner el acento en la distribución de notebook antes de haber asegurado la “conectividad” en los establecimientos escolares, cuando el proceso debió ser el inverso.

Pero lo que es una obviedad señalar –aunque entre nosotros, ni siquiera con frecuencia, a lo obvio no se lo atiende, y así nos va cuando actuamos en consecuencia de ello- es que “la conectividad y la notebook” no son otra cosa que maravillosos instrumentos utilizables también, indudablemente, en el ámbito educativo. Aunque, como en el caso de todo instrumento, su utilidad tiene que ver con la aptitud del instrumentista y la forma en que es utilizado, o sea en este caso tanto docentes como educandos.

Algo que, en nuestro caso, significa no sólo habilidad en el manejo de ese aparataje por parte de los docentes, junto con abundancia de contenidos de calidad educativa que se reciben a través de ese aparataje, sino superar tantas falencias que la complejidad del proceso educativo exige en estos tiempos.

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