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De un tiempo a esta parte se ha convertido casi en un lugar común, la utilización con similar sentido al de la “herencia recibida”, por supuesto en estado desastroso, por otra cual es la de “tierra arrasada”. No entraremos en ese juego dialéctico, dado que no es éste ni el lugar y menos la ocasión para hacerlo. Por otra parte, nuestras preocupaciones son mucho más concretas, y tienen tanto su origen como su razón de ser en una preocupación hecha pública por la actual intendenta de Villa Elisa, por el estado del parque automotor, en especial el destinado a realizar labores dentro del ámbito vial.

Inferimos de sus declaraciones que se encontró con motoniveladoras, cargadoras frontales, camiones y otros bienes de igual naturaleza en un estado de “(des)mantenimiento” y de “(des)conservación” tal que hacía su utilización dificultosa hasta el extremo de la imposibilidad de su uso con el objeto de ser utilizados de acuerdo a su destino, cual es de atender al cumplimiento de funciones propias de toda municipalidad, entre las que ocupa un lugar principalísimo el mantenimiento en condiciones adecuadas de calles y caminos carentes de una capa protectora que los consolide. Demás está decir que esa situación no cabe considerarla como excepcional, ya que se ve repetida en el caso de otras municipalidades no solo de nuestra comarca, caso este último del que hemos tenido oportunidad de informar.

Pero que no deja de extrañar si se tiene presente la manera expeditiva con que actuaba en su momento Elcio Viollaz, durante su paso como intendente de esa comuna, en la que no esquivaba tomar en sus manos las tareas de un mecánico, las que por otra parte tenía mucho que ver con su actividad privada.

A lo que se suma que, en el caso del predecesor de la actual alcaldesa, llama la atención, dada su vinculación permanente con el cuerpo de bomberos voluntarios elisenses, no podía menos que estar al tanto de la importancia de mantener los vehículos de ambas entidades y que las cosas hayan llegado a ese extremo.

Y en situaciones de esta naturaleza, con el objeto de tratar de encontrar una explicación a lo inexplicable, se nos ocurre que, sobre una base cultural que no da importancia alguna a la prolijidad en cualquiera, lo que es lo mismo que decir la mayoría de los ámbitos, no es extraño que se haga presente esa incuria que se patentiza en el abandono, a lo que se suma la incompetencia manifiesta de muchos de los que tienen a su cargo el cuidado de esos bienes.

Sin olvidar la circunstancia de que existe en muchos la incorrecta convicción, que a pesar de serlo está arraigada, que los bienes públicos, entendidos estos en un sentido extenso que lleva a incluir como es nuestro caso a los bienes de propiedad estatal, que “por ser de todos no son de nadie”, y que se puede actuar con ellos de la misma manera que procede un mal enseñado y peor aprendido -en resumidas cuentas, un malcriado- “hijo de rico”.

Una queja que, sin esfuerzo alguno, puede extenderse al estado de conservación de muchos edificios públicos y del mobiliario urbano, por apuntar a lo que son otros ejemplos de ese comportamiento que se puede calificar de una manera mucho más grave que de ser meramente desaprensivo. De donde lo que debiéramos reclamar de nuestras autoridades es un comportamiento que, además de llevar al cumplimiento adecuado de las funciones a su cargo, venga a cumplir, como sobreañadido, la función docente de toda ejemplaridad encomiable.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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