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Resulta cada vez más complejo consensuar posiciones políticas que permitan superar la parálisis legislativa.

La radicalización de las ideas es un fenómeno cada vez más observable en nuestra sociedad. Es claro el aumento de la propensión a exaltar o denigrar, según el caso, todo cuanto parece favorable u opuesto a la propia opinión respecto de un conjunto de cuestiones de interés social.

Tan extendida se ha vuelto esta comprobación que se ha ganado un nuevo nombre. El nombre de grieta con que el periodismo de opinión denomina este fenómeno ha venido a conferir a esta palabra una nueva acepción, que la transforma en algo parecido a un antónimo de la palabra consenso.

Al parecer, tendencias similares a las que acá sólo nos permitimos intuir han sido bien analizadas en otras latitudes. Pew Research Center es un centro de investigación no-partidario en ciencias sociales que aspira con su trabajo a enriquecer el debate público y ayudar a la toma de decisiones de manera sensata en los EE.UU. En octubre de 2017 presentó un análisis acerca de la evolución, entre 1994 y 2017, de la brecha de opinión entre demócratas y republicanos respecto de temas como la ayuda social del estado, la discriminación racial, la inmigración y el uso de la diplomacia vs. el uso de la fuerza militar.

La brecha entre el demócrata medio y el republicano medio pasó de 15 puntos porcentuales en 1994 a 36 puntos en 2017: las posiciones se hicieron más extremas. En este contexto, no extraña que aparezca un Trump que le gana al periodismo y al establishment. El centro perdió popularidad.

Esta semana, Argentina vivió un ejemplo palpable de esta crisis del consenso con el trámite parlamentario del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Aunque sea probable que el viento sea imparable y que, más tarde o más temprano, se aprueben cambios en la legislación vigente, lo que interesa, en el contexto de esta nota, es la incapacidad de ambas partes para negociar un proyecto aceptable para la mayoría – en particular, a la luz del escaso margen por el cual se impuso la negativa.

Quizás el problema surja de la voluntad de imponer posiciones extremas, de uno y otro lado, sobre quien piensa diferente. La negativa absoluta de los celestes chocó contra la liberalidad absoluta de los verdes. Siendo éstos los que buscaban un cambio, su ceguera les hizo perseguir un derecho a costa del avasallamiento de muchos derechos ajenos. No es ésta una referencia exclusiva a los derechos del niño por nacer que defendían los celestes, sino a los de muchas personas ya nacidas: médicos, instituciones de salud, el propio estado. No acordar los llevó al fracaso. Eso sí: sin ceder. Para una sociedad cada vez más polarizada, no parecerían existir diferencia entre acordar y traicionar.

La intransigencia visible en el debate en Argentina y en las conclusiones del Pew Research Center, es también recogida en Brasil por una encuesta cualitativa de IBOPE. El 30% de los encuestados responde que en las elecciones de octubre votará por algún candidato nuevo, que no provenga de la política tradicional. Otro 29% advierte que votará en blanco o anulará su voto. El nivel de disgusto para con la clase política es enorme. Pero, además, el 77% de los encuestados piensan que Brasil necesita un líder fuerte, y el 51% (!) que necesita un líder autoritario.

Este apartamiento del centro, paradójicamente, moviliza muchas pasiones pero, a la vez, paraliza la toma de decisiones por la imposibilidad de crear consensos. Es probable que el exceso de información, y en especial el exceso de opiniones que emana de las redes sociales y blogs, espontáneos y no tanto, haga hervir la sangre de los internautas y los incite tomar posiciones intransigentes. El diferente no tiene derecho a opinar si no piensa como yo.

No hay que hurgar demasiado: los comentarios a esta columna reflejan domingo a domingo este signo de los tiempos. No importa ni leer ni interpretar lo escrito; sea lo que sea, está del otro lado y por ello merece el vituperio.

Se escucha con asiduidad una justificación para esta grieta, que la banaliza: que los argentinos somos apasionados para discutir. Cabría preguntarse si la incapacidad para alcanzar acuerdos es realmente un reflejo de esta pasión propia de nuestra nacionalidad o si, por el contrario, refleja un aumento de la intolerancia. Por lo pronto, nada indica que vaya a cambiar.
Fuente: El Entre Ríos