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Así se definen los nuevos tiempos apenas entrevistos, como manera errónea de aludir a la “post-pandemia”. Y calificamos esa designación como errónea, dado que a decir verdad, poco y nada tiene que ver con ella, del mismo modo que erramos al identificarla con “cuarentena”.

Ello así, por más que exista una tendencia lógica a asociar esos conceptos, los que de cualquier forma siguen siendo diferentes. Ya que de esa manera lo único que se logra es agregar una confusión más, a estos momentos en los cuales, según el acertado título de un libro de recientísima aparición, se ha dado en considerar “la vida en suspenso”.

Es que todos, incluyéndonos, partimos de una interpretación equivocada, acerca de los trazos gruesos -por otra parte, no pueden ser de otra manera- del futuro que nos espera. Hasta podríamos dar a la situación que es el tema del libro a que se ha aludido, un título mucho más fascinante por lo novelesco, si no fuera demasiado largo, cual sería “el día en el cual el tiempo detuvo su marcha, para de allí en más volver a ponerse en movimiento, como si nada hubiera sucedido”. Algo así como el “decíamos ayer” tal cual, según nos relatan, fueron las primeras y famosas palabras pronunciadas por Fray Luis de León en su cátedra, tras su confinamiento.

Es que nuestra impresión primera -insistimos en lo de errónea- es la de que, superada esa crisis sanitaria, todo va a seguir siendo como antes. O dicho, quizás de una manera más precisa, “una vez llorado los muertos y reconstituido todo lo reparable”, las cosas van a seguir su marcha tal cual lo eran, en el mundo en que hasta apenas ayer vivíamos, no ingresando tal cual pareciera en una “nueva normalidad”. Sería de ese modo como una manera de continuar marchando en un derrotero más o menos idéntico al que dejamos atrás, por un lapso interrumpido azarosamente.

Pero las cosas no son de ese modo y esa “nueva normalidad”, que de una manera abrupta se ha hecho presente ante nuestros ojos, de alguna u otra manera -casi cabría decir de una manera ineluctable-, la habríamos en cambio, visto al pasar por el camino a recorrer en pequeños trozos, y también por qué no en pedazos grandes, hasta que llegara el momento en que, sin darnos cuenta del todo como habíamos llegado hasta allí, nos encontraríamos inmersos en un paisaje que era y no era el mismo del que habíamos partido, por todos los cambios que exhibía.

La súbita emergencia del coronavirus, desde esa perspectiva, vino a significar una “disrupción” -o sea, una ruptura brusca entre un antes y un después- que vino a acelerar un proceso que se hubiera dado de cualquier manera, con sus costos grandes y ciertos a pagar, y con, por lo menos por ahora, sus tan solo conjeturables beneficios. Los cuales, de cualquier manera, para muchos y para su desgracia, inclusive aún en el caso de concretarse, no serían tales.

Existe un viejo dicho que advierte que “el diablo vuelve ciego a quien quiere perder”. Una afirmación de la sabiduría ancestral que sigue siendo verdadera, con solo que, para quienes no creen en la existencia del Maligno -en lo cual cierta escolástica veía la prueba más acabada de la astucia de aquel- les basta reemplazar la palabra “diablo” por cualquiera de nuestros vicios o adicciones compulsivas, para que el dicho aquel, recupere su perdurable frescura.

Una prueba de lo hasta aquí dicho, la tenemos en el hecho según el cual mientras existen actividades y profesiones que veremos renacer recompuestas de la crisis -tal puede ser el caso del turismo que nos toca tan de cerca-, en cambio existen otras que están condenadas a desaparecer.

Es que, como bien se ha dicho -y aunque nos duela y mucho- “los avances tecnológicos son grandes destructores de ejemplos”. Con el agravante que contra la afirmación que viene a señalar con exactitud que al mismo tiempo que desaparecen empleos, se hace presente la demanda de otros, lo cual es en gran medida cierto.

Aunque, de esa manera, se pasa por alto la circunstancia de que quienes quedan sin empleo, no cuentan, en la mayoría de los casos, ni con las habilidades ni la capacidad para ocuparlos. Y en el caso de los de más edad, hasta el tiempo necesario para adquirirlos.

En un contexto como el indicado, el que se podría describir como el “caso Uber” -ello sin negar los verdaderos y extensos dramas que el mismo puede llegar a generar- resulta casi anecdótico. Algo que va en algún momento a suceder, para dar un primer ejemplo, con el transporte automotor, un ámbito en el que se estima que la mayoría de los camiones serán conducidos no por choferes de carne y hueso como en la actualidad, sino por robots.

Es así como puede leerse en una nota periodística, que “la investigación aplicada a los alimentos, ha alcanzado a pasos agigantados en la producción de carnes sintéticas. Esta se elabora en laboratorios de última generación, con la aplicación de técnicas derivadas de la ingeniería de tejidos y de la ingeniería genética, y se produce solo en tres meses”.

Añadiéndose que “las células madres bovinas se alimentan y se procesan en un biorreactor que funciona como un medio de cultivo donde proliferan y forman tejido muscular”. Es por eso, que también se señala que “en lugar de alimentar al animal con pasto, se nutren las células con aminoácidos, sales y vitaminas”. Para concluirse diciendo que “aparte de erradicar el sufrimiento animal, disminuirán los desmontes de superficies de terreno con el objeto de destinarlas a la siembra de forrajes y habrá menos emisiones de metano, ya que como se sabe las vacas en cantidades masivas vuelven peligrosas, dada la cantidad con la que lo hacen, su generación”. No nos pregunten qué pasará con “las vacas”, porque nos hicimos la misma pregunta, sin encontrarle respuesta.

De cualquier forma, lo que resulta vital es el de prepararnos para convivir -o vivir dentro, como prefieran- con la “nueva normalidad”. Ya que de no estar tanto nuestro gobierno, como cada uno de nosotros capacitándonos para enfrentarla en la única forma posible, que no es la de la reacción en su contra, sino adecuándonos a ella, no haremos otra cosa que incrementar el volumen trágico que ya tienen los grupos marginales, no solo entre nosotros, sino en la mayoría del mundo por no decir en su totalidad.

De allí, y tal como quedó señalado en una de nuestras habituales columnas de opinión, la ley sancionada en nuestro país, con el objeto de regular el “trabajo a distancia”, no es sino una ley “reaccionaria”, paradojalmente dictada con el voto de los sedicentes “grupos progresistas”.

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