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Mi tío fue hasta no hace mucho -son infinitas las cosas que ha hecho en su no demasiada larga existencia- y no se avergüenza ni de reconocerlo ni de haberlo sido, ni que yo ahora lo cuente; ha sido como digo, “un datero”.

Me explicó, alguien que estaba enterado -siempre ha sido muy curioso y por lo mismo enterado de que había alguien que buscaba cualquier cosa para comprar- sea un terreno, un auto, un calefón o una vaca, por hacer corta la lista o de que había otro, por una de esas casualidades, interesado en vender o permutar cosas del mismo tipo, y entonces se las arreglaba para ponerlos en contacto a uno y otro; y que cerraran el acuerdo o, mejor dicho, el negocio.

Me dijo siempre, que nunca cobró nada por esos acercamientos, fruto de ser un enterado, porque se enojaba cuando alguien llegaba a preguntarle si él iba en algo en todo eso, ya que él me decía que era un informante de buena voluntad y que cuando mucho, y eso muy de vez en cuando, aceptaba un regalito. No le creía del todo porque a veces es escondedor, el hombre; por más que estoy totalmente convencido que es incapaz de meter la mano y siquiera pensar en algo raro.

De allí que me espanté y grité como un desaforado llamándolo, al tiempo que le decía “¡de lo que te has salvado, mi tío del alma!”. Es que me acababa de enterar que en Concepción del Uruguay se había condenado penalmente a un tipo, entre otras cosas por vender terrenos sin contar con título de corredor inmobiliario…

Ya más tranquilo me puse a pensar en el por qué a los montones de universidades e institutos que hay, y que están a la pesca de alumnos para carreras que no se cansan de inventar, no se les ocurre jerarquizar los llamados “oficios nobles”, como son los de peluqueros, carpinteros, electricistas y tantos otros en los que no acierto a pensar en este instante.

Aunque les recomiendo que si realmente la idea los cautiva -a todos nos embelesan las malas ideas, sobre todo si dejan guita-, que se aviven, porque si encaran mal la cosa, van a derrapar. Porque lo peor que podrían hacer, si tienen en cuenta la lógica (la que está la pobre como perdida en estos días), no es ponerse a crear carreras a lo loco. Piano, piano va lontano, como me decía un viejo albañil de la Liguria. O sea que lo primero es conseguir un legislador amigo que se las ingenie en sacar una ley creando, por ejemplo, un “colegio de peluqueros”. En el que puedan inscribirse todos los peluqueros sin diploma existentes en la provincia, hasta la fecha en que la ley entre en vigencia. Y de allí en más, para que puedan ejercer su profesión u oficio se les exija contar con el título de “técnico peluqueril”, expedido por una universidad y no en una academia de morondanga donde se pueda cursar en forma paga un curso de dos años, en el que se enseñen materias varias que vayan desde el corte de pelo con navaja para clientes de orientación masculina, hasta “alargues” y “tinturas varias -teñidos que le dicen- para clientes de orientación de fémina.

Y así hasta que no quede nadie sin doctorarse. ¿No les parece genial? ¡Y después me llevan la contra cuando digo que soy un grande!
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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