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La economía se ha complicado durante los últimos meses y es probable que algunos de los efectos colaterales de los movimientos macroeconómicos se sientan en distintos sectores de la población estén todavía por verse.

Como siempre que ocurren estos movimientos desmesurados, habrá ganadores y perdedores. Muchos de estos últimos están entre los sectores menos competitivos de la economía, mientras que entre los ganadores está gran parte del interior del país, donde se encuentran muchas de las actividades relacionadas con la exportación y el turismo.

Pero, a la vez, convive con estos efectos disímiles sobre ganadores y perdedores otra cuestión que nada tiene que ver con los datos estadísticos duros: la interpretación que de ellos se hace.

En los últimos meses, se ha hecho manifiesto, en los medios nacionales, un aumento del sesgo negativo en la interpretación de los datos estadísticos. Como suele ocurrir, esta interpretación negativa generalizada ha venido acompañada de un exceso de foco sobre casos individuales, que no por poco relevantes impide a los expertos de opinión sacar conclusiones generalizadas acerca del estado de las cosas.

Es innegable que las cosas se complicaron más allá de toda previsión en 2018. Pero no todo está tan mal. De lo que se trata es de separar los datos de su interpretación, y de tratar de entender los motivos que subyacen a la interpretación. Cuando el trato mediático de una estadística se asemeja al que se da a un evento deportivo o a un enredo amoroso de personajes del ámbito del espectáculo, el televidente, el oyente o el lector recibirán opinión y no información. Aunque esta distorsión no siempre quede clara.

Un ejemplo concreto lo dieron los datos de Mercado de Trabajo de esta semana. El mensaje periodístico recitó que el mercado laboral se destruyó. El titular lo puso la cifra de desempleo, que entre el segundo trimestre de 2017 y el mismo período de 2018 trepó de 8,7% a 9,6%.

Sin embargo, la realidad (los datos del Indec) no muestra ese panorama sombrío que pintó la interpretación. En el mismo período, también subió el empleo. ¿Cómo se explica esto? Por el aumento de la Población Económicamente Activa, es decir, de la cantidad de personas que está en el mercado de trabajo. Durante el último año hubo 398 mil personas más en el mercado laboral, y hubo 247 mil personas más con un empleo. Es cierto que hubo 151 mil personas desocupadas nuevas, pero con todos los datos a mano, no parece que ello se deba a la destrucción de puestos de trabajo. Parece, por el contrario, un reflejo de que algunos de los nuevos ingresantes al mercado no consiguió todavía un empleo.

Este tipo de sesgo informativo mereció, durante la administración Kirchner, que se acuñara el slogan Clarín miente. En igual tono, Donald Trump hoy apunta contra los medios por lo que considera fakenews (noticias falsas). En la administración Macri, el sesgo pesimista en la interpretación de las noticias no provoca reacción alguna, aunque parece evidente (como ejemplo, durante la corrida contra el dólar se proyectaba en un noticiero nacional una sección sobre La previa del dólar; ciertamente ese medio no buscaba informar sino exacerbar el malhumor).

Es la escasez de datos y el exceso de interpretación periodística el que arma el clima pesimista en los medios. Parafraseando a Susan Sontag en el maravilloso ensayo de 1966 que da título a esta nota, la interpretación acaba por imponer reglas, limitando su capacidad de entender qué pasa en realidad.

El periodismo es una vocación. Pero el negocio periodístico es eso: un negocio. En 2018, el negocio viene mal por la recesión, pero más por la retracción del principal aportante al sostenimiento de los medios: la pauta oficial. Datos públicos sobre el gasto publicitario del Gobierno Nacional en TV, radio, medios gráficos y TV por cable de alcance nacional muestran que en el primer semestre de 2018 la pauta oficial fue 60% menor a la de igual período de 2017.

¿Será que la interpretación de la realidad que hacen los medios se relaciona con esta baja en la pauta? El Clarín miente, o el fakenews, son una aberración y un atropello a la libertad de prensa, a los que el Gobierno no se ha sumado. Pero la falta de respuesta no significa que todo lo que se ve, oye o lee sea real. La realidad, en no pocas ocasiones, está bastante alejada de la interpretación que de ella se hace.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa