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Entre sus muchas frases célebres, el premio Nobel de Economía Milton Friedman acuñó una que dice: “Nada es tan permanente como un programa temporal del gobierno.” Parece una frase oportuna para describir la actualidad de la economía argentina. Javier Milei llegó al gobierno, elegido por amplia mayoría, con un discurso agresivo que proponía orden, con libertad económica y un ajuste que pagaría la “casta” política.

El desbarajuste en que había caído la economía argentina hacía presumir que un arreglo sería imposible en el corto plazo. Eso mismo dijo Milei en su discurso inaugural, cuando auguró con crudeza un período de penurias antes de poder volver a ver la luz. No se le puede pedir al Gobierno que resuelva en apenas 50 días todo lo que hay por resolver.

Sin embargo, algunas de las iniciativas que se van tomando hacen germinar dudas entre los observadores más avezados, y entre algunos votantes del Presidente. Si bien la agresividad y omnipresencia de un ejército de troles, que nada tienen que envidiarles a los troles de Sergio Massa o de La Cámpora, se ocupan de acallar estas voces en las redes sociales, el runrún va creciendo.

Resulta que, en estos 50 días de Gobierno, el ajuste de la casta política parece haberse concentrado en algunos aspectos administrativos que, aunque importantes en lo simbólico, son irrelevantes para los grandes números de las finanzas públicas. El Gobierno no tiene prerrogativas para modificar la estructura del Congreso Nacional, ni las estructuras provinciales y municipales. Entonces, para el común de los mortales los ñoquis y los curros con los que convive en su cercanía siguen vivitos y coleando.

A la vez, comienza a lucir irritante el hecho de que muchos funcionarios de la administración anterior se mantienen en sus puestos; aun algunos sospechados de corrupción. ¿Es parte de negociaciones con Sergio Massa, que a muchos votantes de Milei se les harán difíciles de soportar, o es parte de la falta de equipos con la que Milei llegó a la Presidencia?

Sin embargo, es probablemente la política cambiaria donde más ruido se concentra, y donde más cuchicheo comienza a haber. Es cierto, y muy importante, que se eliminaron ese foco de corrupción que eran las SIRAs. Pero se mantienen: el cepo, el 80/20 para liquidar exportaciones a un tipo de cambio efectivo superior al oficial a cambio de mayores retenciones, las trabas para importadores, el programa de minidevaluaciones diarias a un ritmo menor a la inflación, y las restricciones para que las personas de a pie puedan acceder al dólar o disponer de los dólares que ya tienen a gusto. Trabas, todas éstas, que vienen desde la época de Massa y mantienen el gusto amargo que producían durante su gestión.

Es cierto que la devaluación (junto con otros artificios) permitió que el BCRA acumule reservas. Pero ¿valió la pena devaluar y tragarse las subas de precio consecuentes, mientras sueldos y jubilaciones no aumentaban, para luego desandar aceleradamente el camino que la sociedad aceptó aguantar? La brecha cambiaria volvió a subir y el mercado empieza a pensar que será necesaria otra devaluación. ¿Será tolerada tan bien como la primera? La política cambiaria es el aspecto menos entendible de la política económica del Gobierno. No haberse animado a tomar todo el dolor de golpe es, quizás, una señal de miedo que no transmiten los discursos. También quizás, la sociedad hubiera tolerado un mayor golpe en diciembre, pero podría estar menos dispuesta a tolerarlo con el correr de los meses.

El mundo está intrigado con el discurso de Milei y toma al experimento libertario argentino como un globo de ensayo. El flujo de inversores se ha multiplicado desde el 10 de diciembre pasado, y el mercado financiero celebra el cambio de rumbo con subas extraordinarias. Sobran las razones para estar optimistas con los negocios, aunque más no sea por haber cambiado el signo de la administración.

Pero, en una sociedad cuyo voto es extremista, las inconsistencias entre discurso y realidad serán soportadas solo en tanto sea creíble que las mayores retenciones, el atraso de sueldos y jubilaciones, los aumentos de precios, o la subsistencia de ejecutivos massistas y camporistas, entre otros, son un problema temporario. Si la temporalidad pasa a ser percibida como permanente, la tolerancia social y política, y el optimismo de los mercados, empezarán a flaquear.

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