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Con la expectativa puesta en el partido del sábado, el país se juega entre el optimismo reverdecido sazonado por el espíritu triunfalista de los que nos ven campeones del mundo y los que, con pesimismo y entre dientes apuestan a un equipo perdedor. Las dos posiciones, alimentadas por la misma pasión, no tienen argumentos técnicos sino sólo expectativa y convicción propia que es casi lo mismo que mueve a los votantes a elegir una u otra opción frente a las urnas.

Esa ambivalencia, que no es exclusividad del mundo del fútbol, caracteriza el humor social argentino donde hay 40 millones de directores técnicos y una cifra igual de ministros de cada disciplina. Buenos todos a la hora de las conclusiones, no lo parecen tanto, a la hora de los diagnósticos.

Los resultados en uno u otro campo, el del deporte y el de la función pública, son sometidos a rigurosos fundamentos apoyados más en el misticismo de las creencias que en la lógica de las ecuaciones. Es la selección argentina una representación del país que tenemos o lo es sólo del deporte o de los deportistas que tenemos? Y si gana un partido, por propiedad traslativa el país es mejora espontáneamente o es el humor social lo que se modifica y trae un respiro a las mesas de café que se debaten en entre la estampida del dólar y la mala y acomodaticia memoria de la CGT.

El transcurrir del Mundial ruso desplazó a la política del centro de atención. Esto no quiere decir que no pasen cosas en el entretiempo. Aunque cierto es que lo que sucede no es nuevo, sino un par de eslabones más en una línea de tiempo que se muestra coherente y casi ordenada en una misma dirección y siempre sin primicias.

El desafuero y elevación a juicio de la causa que enfrenta Sergio Urribarri por peculado; la investigación de la causa por narcoestado en Paraná; la puja por el tratamiento en el Senado de la ley de despenalización del aborto, entre otros, fueron los temas de la semana que estuvo más atravesada por el run run de las internas y el punto de partida hacia futuros armados que por la agenda popular.

Desde el inicio de este mandato, en el orden local y nacional, algunos temas no han dejado de plantearse nunca: La necesidad de sanear las cuentas y avanzar en una reforma política han sido algunos de los tópicos constantes entre los gobiernos, además de, claramente, la imperiosa necesidad de los esfuerzos conjuntos.

Sin embargo esas conversaciones políticas de mesa chica y las de la hinchada suceden de la misma manera pero en escenarios muy diferentes. Entre las dos, el común denominador es la esperanza y el fanatismo y se suma a las analogías la convicción de los que opinan sin más conocimiento que el de la intuición.

Sin embargo, para ir al fondo de la cuestión el lenguaje se vuelve esotérico. Es decir, sólo compartido entre unos pocos, que concentran, además de poder, la herramienta invalorable del conocimiento. Y, en lo político ser el que reparte el juego es un rol nada despreciable.

Estos temas, todos de agenda cerrada, se debaten en un tiempo perentorio y crucial: La previa a una elección. 2018, tiene, como otros años antes, el estigma de ser un año preelectoral, peso que gravita sobre las decisiones políticas y de Estado frente a las cuales, muchas veces, el electorado es un espectador que descansa en el pensamiento mágico la resolución de las cosas.

Las personas que actúan en base a su pensamiento mágico no ponen en duda la percepción que tienen de las cosas que asumen como reales y fidedignas sin necesidad de testeo. Así, un candidato puede reducirse a bueno o malo, sin que amerite pruebas para ninguno de los dos casos.

La resolución de los problemas del gobierno o el desenlace de un partido de fútbol parecen estar atravesados por este mecanismo ilusorio que se carga de animosidad en una u otra dirección, siempre motorizados por la pasión.

Se contrapone a este pensamiento mágico el rigor del método científico, aunque la política ha demostrado que no todo puede ser previsible en ella.

El pensamiento binario de perder o ganar con el que se juzga la posibilidad frente a un partido es la misma ecuación que se aplica al tiempo de una elección y a los resultados de un gobierno. Lo curioso, para tal caso, es donde nos paramos para esperar ese desenlace y más aún, que hemos hecho, en cada caso, para que sea de una u otra manera.

La pasión con la que se juzga a los jugadores de la selección argentina está impregnada de totalitarismo e intolerancia que disminuye o aumenta conforme tantos goles se aseguren en la cancha.

Sin que medien razones, hay una mirada crítica sobre cuestiones de las que no hay ningún dato, pero que el colectivo social comparte como una revelación dada. Esa costumbre de los dueños de la verdad está blindada al razonamiento y se nutre sólo de sí misma. En esa pobreza intelectual y humana los juicios de valor sin argumentación, condenan o salvan según el humor y en el medio queda la trunca e increíble posibilidad del conocimiento. Quizás ese juicio cerrado hable más de nosotros que de los jugadores y también por qué no, hable más de los argentinos que del mundial.
Fuente: El Entre Ríos

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