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Vista la gravedad institucional que supuso el fallido atentado contra la Vicepresidente, llama la atención lo efímero de la conmoción que provocó el evento. Más sorprende el escaso foco que se ha puesto sobre las causas que motivaron el evento, la mecánica del mismo, y la flagrante deficiencia del numeroso operativo de seguridad para impedirlo.

No hay otros culpables de que los hechos parezcan destinados a pasar a un pronto olvido que aquellos que más barullo buscaron hacer a partir de su ocurrencia. Puesto que no se trató de un barullo tendiente a que la cuestión fuera canalizada por las vías judiciales correspondientes, sino con el único objetivo de utilizar los acontecimientos con fines políticos.

El kirchnerismo parecería hacer varias lecturas erróneas, no sólo en éste, sino en varios hechos. Con más arrogancia que racionalidad pretende endiosar a la Vicepresidente y al movimiento. El problema es que a la deidad le está costando encontrar fieles: siempre vemos a los mismos, y la novedad es que comienzan a hacerse notar algunas ausencias. Tanto show empieza a agotar.

El kirchnerismo no parece reconocer que su poder de enamoramiento no es el mismo de varios años atrás, y que sus formas han perdido la simpatía de la calle. Quizás esa no sea más que la consecuencia de una sucesión de muchos años con políticas repetidas y resultados malos, igualmente repetidos. Las antiguas deidades parecen estar cayendo al mundo de los mortales.

En este punto, el proyecto de endiosamiento de una figura desgastada se vuelve caricatura, la caricatura se vuelve humor negro, y el humor negro se vuelve tedio, cuando no desagrado. Los tiempos actuales no están propicios para jugar con fuego. Irritan los intentos por negar la validez de un juicio con argumentos que no tienen sustento legal o procedimental, sino apenas simbólico, tanto como irrita el uso de un atentado de enorme gravedad institucional con fines políticos. La opinión pública no sólo no acompaña, sino que mira de soslayo a quienes pretenden victimizarse.

La mayor parte de los analistas políticos parecen coincidir en que Cristina Kirchner continúa siendo la política argentina con mayor caudal de votos propios. Pero tal coincidencia ya no tiene la contundencia que tenía hace una década. No es banal en las dudas que comienzan a aparecer el hecho de que también es ella quien mayor rechazo en la opinión pública genera.

Que no puede ganar una elección por si sola quedó manifiesto cuando se vio obligada a recurrir a Alberto Fernández como mascarón de proa de su proyecto electoral en 2019. ¿Puede volver a funcionar el mismo truco en 2023, o la ciudadanía ya lo descubrió? La inquietud está a la vista. No sólo se escucha a algunos de sus seguidores más fieles quejarse de la democracia misma, calificándola de impedimento para llevar a cabo su plan. Una queja con la cual la misma Vicepresidente empezó a jugar esta semana, cuando argumentó que con el atentado "se rompió el pacto (de no violencia) de la democracia". No ganar podría ser un golpe demasiado duro para sostener la teoría del lawfare, de la persecución judicial: los votos podrían siquiera sostener esa dudosa idea de que los votos absuelven.

Es que los límites de la tolerancia popular parecen estar siendo tocados. Con la economía en estado muy frágil, no hay espacio para la épica en la vida cotidiana. Con un crecimiento anémico, falta de empleos de calidad, altísima inflación, inseguridad, baja calidad de la educación pública, pocas esperanzas de progresar social o económicamente, la opulencia de la política irrita. Como irrita la épica vacía de soluciones. No se trata de que el atentado haya sido un asunto banal, sino que el uso político del mismo lo es. La política tiene problemas que no hacen mejor la vida de los ciudadanos normales.

La democracia está frágil en muchos países. No parecía ser el caso de Argentina, pero hacemos esfuerzos por repetir las experiencias de tantas otras naciones latinoamericanas. No sólo el kirchnerismo irrita, sino que gran parte de la política lo hace. Muchos políticos se sienten superiores a la democracia, a la República y a la Constitución. La opinión popular está gritando que los políticos no son dioses. “Que se vayan todos” no es una solución democrática. Pero la política se ama más a sí misma que a la democracia.
Fuente: El Entre Ríos

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