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Necesita del Congreso
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El discurso anti casta es cautivador. La experiencia argentina de los “mismos de siempre” sólo ha sabido dar resultados decepcionantes durante muchísimas décadas, durante las cuales sólo unos pocos lograron mejorar su estándar de vida de manera visible, a costa del sacrificio de una mayoría pauperizada.

El problema radica en que desarraigar a la casta no es ni una tarea sencilla, ni tampoco una tarea de corta duración, y en que durante el proceso de transición la casta guarda las llaves que abren los mecanismos de la transformación pretendida por el presidente Milei.

El Presidente heredó una economía en terapia intensiva, no sólo por la mala administración que lo precedió, ni por la dilapidación de los recursos públicos que inescrupulosamente llevó a cabo el exministro Massa, sino que es el resultado de una sucesión prácticamente interminable de malas decisiones históricas. De hecho, el discurso de Milei se remonta a menudo a los logros de finales del siglo XIX, como si poco o nada hubiera para festejar desde aquel entonces.

Durante los primeros cuatro meses de su gobierno, los logros financieros han sido impresionantes: se recompusieron las reservas del Banco Central, el riesgo país bajó más de 10 puntos porcentuales, las acciones aumentaron muchísimo su cotización y, menos tangible pero más importante, Argentina volvió a estar en el radar de los inversores globales.

También han sido importantes los logros macroeconómicos, y en especial los referidos a la recomposición en marcha de precios relativos, el fortísimo recorte de subsidios económicos a los habitantes del Gran Buenos Aires, la caída a cero del déficit fiscal y la eliminación del financiamiento al Tesoro por parte del Banco Central. No son resultados perfectos, pero son señales de que estamos desandando un camino que, aunque doloroso, es necesario transitar si queremos asentarnos sobre bases más sólidas.

En los próximos dos o tres meses, estos esfuerzos deberán comenzar a dar frutos en materia de reactivación y caída de la inflación. Ésta última, aunque está en un sendero declinante, sigue en niveles insoportablemente elevados. En algún momento, la luz que se ve al final del túnel deberá dejar de ser algo alejado.

Estos logros financieros y macroeconómicos, sin embargo, corren el riesgo de ser efímeros si no se logra aprobar la Ley Bases, y si el Congreso o la Justicia rechazan el DNU de diciembre. Ello daría por tierra con el Pacto de Mayo y con la que quizás sea la última chance antes de las elecciones legislativas de 2025 para introducir reformas estructurales.

Eso de las reformas estructurales no es una creación teórica, sino que comprende un conjunto de desregulaciones, simplificaciones operativas, reformas impositivas, y aperturas de mercados, entre otros, que apuntan a bajar el comúnmente llamado costo argentino. Que no es otra cosa que el costo de sostener el funcionamiento de un aparato estatal sobredimensionado restando recursos al sector privado.

Avanzar con las reformas estructurales es la única manera de devolver recursos al sector privado, el único capaz de crear riqueza y generar empleos de alta productividad. Es la única manera de extender la frontera del crecimiento potencial, y de lograr consistencia en la baja de la inflación y la mejora de los salarios, con mejoras en la productividad.

Claro que, para lograr avanzar con el paquete de reformas, es necesario el Congreso. La casta tiene que aceptar reducir sus privilegios, algo que, aunque parezca que la sociedad lo demanda, la representación parlamentaria no lo refleja. Sin una estrategia consistente que permita avanzar la agenda legislativa, no cabe esperar más que un rebote estadístico del nivel de actividad, en lugar de una recuperación consistente. Hasta hoy, la estrategia legislativa del oficialismo es por lo menos errática. No queda mucho tiempo para que el destino de la Ley Bases quede dirimido y para que sepamos si el esfuerzo vale la pena.
Fuente: El Entre Ríos

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