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Ha resultado una circunstancia afortunada el hecho que la reunión que convocara el presidente boliviano Evo Morales, actualmente residente en nuestro país, a la dirigencia de su movimiento político radicada en Bolivia, se llevara a cabo no solo en Buenos Aires, sino al mismo tiempo, en un lugar cerrado.

Y también lo ha sido el hecho que, no como estaba programado, la misma no se tradujese en una asamblea pública a cielo abierto, con el sabor de una celebración en el antiquísimo Ágora ateniense. Máxime si se tiene en cuenta que lo que se pensó inicialmente, era la realización de un acto de esas características, en una localidad del noroeste argentino lindante con Bolivia.

Es que resulta innecesario decir, que este último caso la reunión hubiera sido más numerosa, por no decir multitudinaria, por una cuestión de cercanía para los convocados. Con lo que ello implica desde los más diversos puntos de vista, comenzando por el económico.

Ya en ese caso se daba la posibilidad de que se produjeran incidentes generados por los propios convocados, o lo que no resultaría extraño, por agentes provocadores salidos de las filas de los enemigos de Morales.

Situación conjetural, que es inexplicable que no se hubiera tenido presente de entrada tanto por el convocante, como por nuestro gobierno, ante la repercusión que podrían haber tenido esos eventuales incidentes en las relaciones diplomáticas entre dos repúblicas hermanas.

Indudablemente en esa planificación, desechada la responsabilidad mayor, hubiera cabido a Evo Morales, quien al aprovecharse cada vez en mayor medida de la actitud complaciente de nuestro gobierno, en lo que respecta al régimen al que deben ceñirse los que buscan refugio o se asilan, ha tensado su condición de tal, hasta el extremo de ignorarla.

Saltando por eso, a convertirse, en los hechos, en alguien que goza en nuestro territorio de las mismas condiciones que un residente ilegal –por no decir de un argentino- independientemente del tratamiento especial que es notorio recibe.

Circunstancia esta última, que es consecuencia del confuso tratamiento que desde las esferas oficiales se observa, acerca de la manera en que debe desenvolverse Evo Morales durante su presencia entre nosotros. A ese respecto debe recordarse que inicialmente, antes e inmediatamente después de su arribo al país, nuestro canciller le pidió “discreción en su comportamiento”.

Ello así, como una manera diplomática –como, por otra parte, no podía ser de otra manera- de recordarle que dada su condición, no podía ni efectuar declaraciones, ni desplegar una actividad política notoria en cuanto a su difusión pública. Postura que luego cambió de una manera casi callada, seguramente por tenerlo a él también como un hijo de la ideológica versión de “la Patria Grande”.

Cierto es que es cada vez más complicado, en el mundo en que vivimos, lograr comportamientos, que hagan posible que resulten posible compatibilizar dos principios, en apariencia siameses, del derecho internacional, cuales son por una parte el de “no intervención” – se sobreentiende en los “asuntos internos de otros estados”- y por la otra el principio de “la autodeterminación” de los pueblos.

Pero de cualquier manera no puede dejar de ser claro que la realización de un acto público partidista por una agrupación política extranjera en nuestro territorio, con el objeto nada menos de avanzar en la designación de candidaturas, entre las que se encuentra la de la presidencia no puede, aunque más no fuera, dejar de constituirse, por omisión, en un acto de intervención en los asuntos internos de nuestro país, en notoria contradicción con nuestra tradición más pura.

Por otra parte lejos -y esto se remarca con énfasis- hemos estado de mirar con malos ojos a Evo Morales, cuya actuación como gobernante la reconocíamos más que positiva, hasta el momento en que su decisión de perpetuarse en el poder con el auxilio de una sentencia a la que no resulta difícil considerar como un esperpento; resolución amañada por un tribunal que se mostrara así más amiga de Evo que del derecho, le abrió el camino para su reelección indefinida, que es lo mismo que decir la entronización de su presidencia vitalicia.

A lo que se agrega la circunstancia que el nuestro, por ser en gran parte un conocido país acogedor de inmigrantes se ha mostrado invariablemente como “tierra de asilo” a quienes golpean nuestras puertas, extremando las cosas hasta el punto cuestionable, de haber dado acogida a importantes personeros del nazismo, al final de la segunda guerra mundial.

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