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No sé si alguien ha prestado atención, como es mi caso, algo de no extrañar dada mi vigilante perspicacia (dicho esto sin falsa modestia), a las imágenes que facilitan las autoridades para su publicación en diarios y televisión luego de un procedimiento exitoso contra la delincuencia.

Fotos que realmente son un verdadero primor, ya que se observan balas de distinto calibre correctamente alineadas por categorías, en grupos que le escapan al ángulo recto, formando figuras verdaderamente logradas. En un conjunto en el que no están ausente armas que lucen apagadas, pero de cualquier manera bien limpias. Sin olvidar al telón horizontal libre de toda mácula en el que todo lo descripto está colocado.

Imagen que se ve casi repetida, en esa presentación fotográfica de cubos esmeradamente empaquetados de marihuana, a los que se los ve presentados como un damero de ravioles o de alfajores.

La prolijidad, que así le dicen, haciéndose ver en un ejemplo práctico. Algo que debo reconocer, precisamente por ser modesto, es que nunca dejé de ser desprolijo, y que la prolijidad no es en realidad una virtud, sino tan solo una forma de organizarse. La forma deseable y correcta debo admitirlo.

Y que por eso, todos deberíamos aspirar a hacerla nuestra, ya que el que seamos en todo cuidadosos y se nos vea actuando con esmero y orden, hace a todos que las cosas nos resulten más fáciles.

Aunque no es cuestión de exagerar, porque como en todas las cosas el exceso es malsano. Que lo digan sino esos policías que por ser demasiado prolijos, se los encontró con cajones repletos de sus escritorios con la lista de la manera en que, en cada comisaría, era distribuido el “peaje por protección” que recibían de los comerciantes del barrio.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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