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Desde dentro de aproximadamente veinte días –según las fuentes oficiales desde el 1 de septiembre próximo- las tarifas que nosotros –nos referimos a los usuarios residenciales o domiciliarios, haciendo abstracción de lo que de una manera coincidente ocurrirá con otras categorías- pagaremos por el consumo de energía y gas, sufrirá un fuerte incremento en su monto, atado en principio a dos parámetros, cuales son la condición económico social y el nivel consumo de cada uno de ellos. No podemos dejar de señalar una coincidencia en sus rasgos fundamentales, entre la metodología utilizada por el gobierno, luego de un ir y venir -fundamentado en gran medida por la falta de idoneidad demostrada por los anteriores funcionarios del área gubernamental con competencia en el tema- en arribar a un sistema razonable de la categorización de esos usuarios, con la que habíamos en su momento propuesto desde esta misma columna. Es que como debe recordarse el eje de la categorización de esa primera propuesta oficial. pasaba por un eje que ubicaba en su parte superior a quienes fueran propietarios de una cantidad igual o mayor a un determinado número de inmuebles y automóviles, y un ingreso en dinero que supere determinado piso.

Y en la parte inferior de ese eje colocaba, con diversas variantes, al resto de los usuarios de esos servicios. De esa manera aparte de la complejidad de la categorización, se venía a dejar de lado la cuestión que constituía el eje del problema; cuál es la necesidad de que nos mostremos todos cuidadosos a la hora de consumir tanto gas como electricidad. El hacer referencia a la similitud aludida entre la metodología propuesta y la adoptada por el gobierno no lo señalamos queriendo significar que el gobierno ha recogido la nuestra para luego pasar a vanagloriarnos de ello, algo que no se compadece con nuestra larga trayectoria. Se trata, en cambio, de una manera de expresar nuestra complacencia al ver como desde el ámbito oficial se aplicaba el sentido común para elaborar su decisión, el cual no era otro que el cual habíamos aplicado al elaborar nuestra propuesta.

Algo que sí debemos destacar, es el hecho que entre los economistas existe una postura mayoritaria, en el sentido de asignarle a la decisión sobre “el cuadro tarifario”, un valor que puede pasar inadvertido a simple vista; máxime teniendo en cuenta la incertidumbre cargada de enojo y hasta de zozobra de los afectados por la novedad. Es que en ese ámbito se destaca que la decisión que comentamos significa dar un importe paso en un itinerario que significa dejar atrás lo que es tan solo un relato: eEl cual a muchos entre nosotros ha producido una suerte de encantamiento. Ello así, para reingresar en el terreno de la realidad, muchas veces cruel, y otras amigable y hasta venturosa, del que nunca deberíamos haber salido.

Es que no se debe pasar por alto que en el campo de la economía todo tiene su costo - y aquí convendría aludir al hecho que estamos llegando a una etapa de la historia, en la que se convertirá en un mentís hasta ese conocido dicho que afirma que el “aire es gratis”. Ya que éste, para respirarlo con un alto de pureza, se está convirtiendo en algo cada vez más costoso. Es por eso que pensar que “la luz y el gas” no tienen un costo, es una falsa creencia, que peligrosamente se fue consolidando con el paso del tiempo, durante el cual se llegó a ver su suministro, en algo cada vez más parecido a “un regalo”. Pero no queremos ocuparnos de las causas que nos llevaron a este estado de cosas, ya que lo pasado ya fue, y es necesario que miremos hacia adelante. Aunque reconocemos la importancia de desentrañar esa experiencia, porque consideramos que es no es la oportunidad de hacerlo Ya que ahora lo que resulta indispensable es que desde las esferas oficiales se lance una campaña educativa, la cual nos ayude a aprender de la mejor forma de convivir con “la restricción energética”.

Para concluir, una sola mención de una experiencia que adaptándola a las actuales circunstancias, podría ser de utilidad para el manejo de las luminarias en los espacios públicos. Se trata del hecho que, durante el tiempo en que duró nuestro intento fallido de recuperar a las también nuestras Islas Malvinas, ante la eventualidad que los combustibles llegaran a escasear se procedió a llevar a cabo en esos espacios “un apagón” limitado y programado. Una experiencia que en nuestras actuales circunstancias tendría que, de aplicarse, hacerlo compatibilizándola con las exigencias de brindar seguridad a la población.

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