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Soledad o vulnerabilidad para los ancianos son dos de las consecuencias observables de los cambios demográficos que se vienen dando como resultado en la modificación de la proporción de los distintos segmentos etarios, en el marco de la población de la sociedad.

Esa situación que, en su momento, era representada como una pirámide con una base amplia, ocupada por los más chicos y un vértice alargado en el que se encasillaban los más viejos, mientras que el resto de la población, que se iba angostando según aumentaba la edad, constituía el segmento intermedio.

En la actualidad, lo que antes se representaba como la pirámide descripta, ahora se lo ve con una forma que lleva a recordar a un ataúd. Se ha angostado lo que antes era la base etaria de los menores, se ha adelgazado la franja intermedia y se ha ensanchado la franja de los de mayor edad, hasta tener un ancho apenas menor que lo que anteriormente era la base de la pirámide.

Todo lo cual se puede resumir aludiendo al problema que significa la mayor esperanza de vida promedio observable y que tiene como contra partida la disminución de los nacimiento, y su conclusión, cual es el “envejecimiento poblacional” de las sociedades.

Lo cual trae un sinnúmero de problemas complejos y de dificultosa solución, que pueden plasmarse en una sola pregunta harto simplificadora: ¿qué hacemos con nuestros ancianos? Una solución que no pasa, evidentemente, con llevar a la práctica la monstruosa idea de eliminar a los que han llegado a una determinada edad, idea que de cualquier manera no aparece tan descabellada si se tiene en cuenta que ese es el estado final de toda sociedad que despenaliza el aborto.

De cualquier manera a lo que en la ocasión queremos hacer referencia es a un aspecto de esa cuestión, cual es el que se califica como el “drama de la soledad” de los ancianos. Con lo cual se hace referencia –aunque lo incluye- el hecho que los ancianos “se van quedando solos” por la explicable y comprobable muerte de sus coetáneos.

Algo que en realidad es y no es un problema de soledad. Porque una de las características de las sociedades avanzadas es que todos, en mayor o menos media “estemos solos en medio de la multitud”.

En Holanda, por ejemplo, se asiste en la actualidad a un experimento social encaminado a tratar, al menos, de paliar ese problema y que tiene su origen en una práctica que se ha vuelto tradicional cual es que, al final de la primaria, los niños holandeses suelen visitar algún hogar de ancianos de su localidad. Los alumnos de secundaria también lo hacen, en especial para Navidad, y toman algo con ellos. A ello se ha agregado después, la supresión del alojamiento en hogares colectivos a los ancianos que no muestren incapacidades que vayan más allá de las normales de su edad, lo que se completa con el traslado de aquellos a hogares de familia que estén dispuestos a acogerlos, por el pago de una contraprestación.

Y es allí, donde se hace presente un problema distinto del que representa el carácter efímero de la visita de niños y jóvenes a los de mayor edad, cual es el del financiamiento del sistema.

Por nuestra parte, se nos ocurre que se debería ir avanzando lentamente en la búsqueda de una solución lo más integral posible. Que comienza por un cambio en la actitud observable en la actualidad en relación a las personas de mayor edad, a diferencia de lo que antes era la regla, y que no se compensa con el hecho que se haya hecho habitual el nombrarlos como “abuelo” cuando alguien se dirige a ellos.

A ello debería agregarse el prestar atención a una situación que en realidad tiene poco que ver con la soledad, cual es la vulnerabilidad. Porque no es lo mismo sentirse solo, que sentirse vulnerable. Y esto es de una entidad mayor. Y que se da en el caso -para citar uno solo a modo de ejemplo- de los hijos que “secuestran” las tarjetas con las que los ancianos jubilados cobran su jubilación, para luego de ello extraer y apropiarse de la mayor parte de ese beneficio. Tendría que buscarse la forma de implementar un sistema para prevenir esos infames hurtos, a la vez que tomar medidas de prevención para evitar las entraderas en las viviendas de las personas ancianas, que están a merced de cualquier ladrón que fácilmente puede convertirse en asesino.

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