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Cuando se hace presente un temor acerca de la forma en que se nos está comenzando a gobernar
El cuadro de situación inicial
Tal como es el caso de toda persona que procura comportarse de una manera honesta y a la vez y por ende bien predispuesta, recibimos a las nuevas autoridades electas, deseando para ellas (que es lo mismo que decir para todos) lo mejor.

Sabía como todos de la grave crisis que atravesamos, y que estimaba de tal gravedad, que lo indispensable más que entretenernos -y por eso perder un tiempo que si siempre vale oro, más aún en la actual situación-, que poner el acento en la herencia recibida (un oxímoron de vieja data que desde siempre procuramos mantener vivo, de manera de poder explicar ya nuestra falta de idoneidad o la inoperancia en el ejercicio de la función pública, y servir así de un práctico y a la vez simple reaseguro que resulta dable utilizar frente al fracaso) era dar los pasos necesarios para salir del brete en el que nos encontramos.

Es que a pesar de nuestros innegables, y por sobre todo unánimemente reconocidos desafíos, a los que debe sumarse su complejidad, se daba la presencia de algunas señales, todavía vivas y que suponíamos que íbamos a cuidar entre todos de que no se marchitasen, de que esta vez las cosas iban a ser diferentes, y no solo así, sino mejores.

Es que todo llevaba a pensar, y por mi parte sigo convencido de ello, que habíamos dejado atrás los delirios fundacionales -de los que en más de una ocasión la mayoría de nosotros fue partícipe hasta de una manera costosamente ingenua-, con los que acompañábamos la actitud -que no describíamos como fundamentalista (dado que todavía ese no era un término de moda), pero que casi con seguridad ahora lo haríamos-, con la que bajo la sobrentendida presunción de que se trataba poco más que de hacer borrón y cuenta nueva, se nos proponía entrar tanto en forma entusiástica como rápida y nada onerosa, en esa realidad, en la que, como en una época se daba fin a los cuentos infantiles junto a la infaltable muletilla que aludía al colorín colorado, enviaba a los que agradaba el relato a comer perdices y ser felices, y a quienes no les hubiera contentado a marchar al tejado a comer pan mojado.

De donde era de esperar que, una gran mayoría de nosotros (algunos, cabe decirlo, con la insatisfacción nostalgiosa propia del sentimiento de desencanto que acompaña a la frustración que significa todo proyecto fallido, independientemente de lo alocado y censurable que haya sido) habría -como resultado del conocimiento de esas experiencias-, alcanzado el grado de madurez suficiente como para dejar atrás ese tipo de ensoñaciones.

A ello se agregaba la presencia, que cabe considerar como positiva, de un peronismo unificado, circunstancia que, en principio, daba la posibilidad de poner orden en la tropa, y exhibirse como prenda de una convivencia armoniosa, máxime cuando no dejaba de escucharse su invitación a un gran acuerdo nacional.

A su vez ,a quienes asumían el rol de posicionarse como la mayoría de la oposición, el hecho que en el ballotage fueran acompañados por un 40 por ciento del electorado, los mostraba como exhibiendo una masa crítica, que impediría toda tentación de ir por todo, de alguien o algunos de los que habían accedido a los cargos públicos.

También se sumaba el hecho que sentirse parte del nuevo gobierno de casi toda -por no decir toda-, la dirigencia sindical y los movimientos sociales piqueteros, venían a significar la perspectiva cierta de una etapa de paz social, que concluiría, de una manera que se sigue esperando como irreversible, con la seguidilla recurrente de paros de distintos gremios y con los corte de calles, consecuencia de la presencia en ellas de grupos piqueros.

A ello se agregaba el hecho que se asistiera a una nueva y fluida relación con el Vaticano, donde acaba de asistirse a lo que cabe designar como una misa peronista; mientras la distribución de rosarios entre algunos de nuestros gobernantes y sus allegados, venía acompañada con la ratificación de la decisión oficial de enviar una ley de despenalización del aborto.

Por otra parte, a todo lo expuesto se agrega la creencia generalizada de que los llegados a gobernar contaban con un programa de gobierno perfilado y reperfilado hasta sus últimos detalles, creencia razonablemente fundada en la generosa cantidad de tiempo con que contaron desde el momento de conocer los resultados de la primarias de agosto del año pasado hasta la asunción del nuevo gobierno en diciembre último.
Las complicaciones emergentes que se hacen presentes y conspiran contra el avance más allá del cuadro descripto
Pese a que no existen señales del todo inequívocas que signifiquen al menos el deterioro de los factores positivos enunciados, no se pueden pasar por alto circunstancia puntuales a las que acabo de designar como complicaciones emergentes, que dificultan el avance en la dirección que aquellas circunstancias descriptas hacían vislumbrar.

Es así que, independiente de que ello sea formulado de una manera explícita, se tiene la impresión de que se está intentando aplicar una política de tierra arrasada (utilizando un término que han puesto de moda algunos de los integrantes del actual oficialismo, afectos para hacer referencia de esa manera para denostar la herencia recibida, circunstancia que vuelve a su reiteración una verdadera muletilla) respecto a todo lo que se hizo en los últimos cuatro años anteriores a su retorno al poder, sin hacer distinción alguna entre decisiones y obras positivas y aquellas que -por significar alguna forma de mala praxis-, deben ser modificadas o suprimidas.

Algo que es lo mismo que decir que habría quienes conspiran en procura de un salto hacia atrás total y sin cortapisas, que signifique la pretensión descabellada de hacer desaparecer de la historia, como si nunca hubiera existido, todo lo que se considere vinculado con lo sucedido en ese vilipendiado interregno de esos cuatro años. Se haría presente así, la contradicción de que lo que se identifica como progresismo, emprenda una actividad propia de una reacción restauradora.

Algo que queda, aunque más no sea hasta cierto punto, corroborado por la reaparición de viejas caras cargadas cuando menos de desprestigio, cuando no procesadas o condenadas sin sentencia firme por comportamientos delictivos (los mismos que el actual presidente rebaja a la condición de deslices éticos), resultado de su paso por la función pública con anterioridad a ese interregno.

(Debo aclarar que el precedente enunciado no puede significar una descalificación generalizada que resultaría a todas luces incorrecta. Y es así como deben considerarse como hechos positivos el retorno a la función pública de Gustavo Beliz, el redactor del mensaje inaugural de las presidencias de Carlos Saúl Menem, en el que se nos invitaba a todos a bregar sin complejos ni miedos en el enriquecerse, una visión claramente contrapuesta a la del pobrismo actual, de formación intelectual y honestidad reconocida. A lo que se agrega la modificación de la imagen pública de Máximo Kirchner, al que personas que lo han visitado, despojados de todo prejuicio, coinciden en haberse encontrado con una persona afable, de escucha atenta y bien dispuesta).

Vuelvo a la indicación de la existencia de los que vienen a ser la expresión de una reacción restauradora. Se trata, por dar un ejemplo, de los funcionarios que al ingresar en una repartición pública con el objeto de hacerse cargo de ella consienten en ser recibidos por un grupo de los empleados de su oficina con vítores y aplausos, sin dar muestra alguna que esas efusiones son improcedentes y como consecuencia, su deber de hacerlas cesar de inmediato, sin esperar que ellas se apaguen.

Es que proceder como se ha visto, es hacerlo no de otra manera que dando una peligrosa señal de que la pretensión de quien arriba, es moverse al frente de una repartición colonizada por una bandería partidista, a lo que se agrega el implícito mal trato psicológico que se hace pasar a quienes no se encuentran en el grupo de los aplaudidores.

Otra torpeza de menor entidad, pero igualmente grave por lo preocupante, la encontramos en decisiones presidenciales como es el caso de aquella por la cual se suspende la aplicación de la conocida como Ley de Economía del Conocimiento. La misma tiene que ver con el impulso de emprendimientos vinculados a la elaboración y prestación de programas de servicios en materia digital, y que fuera sancionada en su momento por el voto unánime de los legisladores de ambas cámaras del Congreso.

La explicación es la de introducirle modificaciones que la mejoren, de donde viene a resultar poco explicable, esa suspensión en su aplicación, ya que de ser así no existiría razón alguna para que la misma no se continúe aplicando, mientras se trabaja en mejorarla.
Velados conflictos irresueltos en el gobierno
Se trata al menos de dos tópicos en los que quienes integran el gobierno no parecen ponerse de acuerdo, con las consecuencias de todo tipo que ello acarrea, entre las cuales no es la menor el estado de confusión que provoca en la opinión pública ese tironeo.

El primero de ellos tiene que ver con la postura de quienes nos gobiernan respecto a la calificación que merece Nicolás Maduro y su régimen, en la bolivariana Venezuela. Entiéndase bien, no se trata de lo que en mi caso, o el de cualquier persona piense al respecto. Pero lo grave es que no se termina de saber, y esa es una cuestión que hace a nuestra postura en materia de política exterior, si se lo ve a Maduro como él se pinta a sí mismo, o como lo definen Guaidó y sus seguidores.

Esas dos tintas o medias tintas, que conforman el otro de los tópicos señalados, se hace presente en la forma en la que se caracteriza a las diversas causas penales, ya concluidas, ya en trámite, contra miembros del gobierno del que el actual se presenta como su resurgimiento, y a los que en ellas fueron incriminados.

Es que una primera postura que se escucha entre los que se refieren al tema es la que hace referencia que no se está en presencia de verdaderos juicios, sino de maniobras persecutorias, y que los así maltratados son presos políticos y no políticos presos, en el caso de que estén encarcelados; mientras la otra postura reconoce la existencia de verdaderos juicios, independientes del hecho que existan razones para considerar arbitrarios determinados procedimientos y las sentencias que son su consecuencia. En suma, la misma alambicada argumentación de que no hay delitos, sino deslices éticos en el actuar de esos procesados o condenados.

Frente a lo cual surge una pregunta abrumadora: ¿hemos vivido no solo ahora sino alguna vez en un Estado de Derecho?
Algo que debe quedar en claro
Concluida esta relación, lo que debe quedar en claro es que en ella más que una serie deshilvanadas de críticas, debe verse no otra cosa que un aporte honesto con el objeto de que las cosas no se desmadren, y que corran peligro los innegables avances en materia institucional logrados durante ese denostado interregno.

Ya que como se debe comprender -si bien ningún momento es adecuado-, criticar por criticar como si se tratara de un juego, sería condenable en estos difíciles momentos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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