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Según se dice, han sido quince mil nuestros compatriotas que viajaron a Rusia para participar como espectadores, en lo que cabría calificar como el mayor acontecimiento deportivo mundial; por más que no podemos dejar de pensar en los Juegos Olímpicos que por muchas razones están en condiciones de disputarle el galardón.

Frente a esa masiva emigración, la actitud que se espera de quienes al Mundial “lo miramos por TV”, debe ser de una sana envidia; una manera posiblemente incorrecta de expresar nuestro acompañamiento, ya que habría que concluir que la envidia nunca puede ser sana.

De cualquier manera habría mucha tela para cortar, vinculado a esas y otras migraciones que se han dado el último tiempo –y respecto a las cuales posiblemente sean pocos los que pueden tirar la primera piedra- ya que los que no emigraron temporariamente, de cualquier manera, casi con seguridad, lo hubieran hecho de estar en condiciones de hacerlo.

Es que existe por lo menos algo incomprensible –para decirlo en un lenguaje en uso “algo que no cierra”- cuando quienes vivimos en un país fundido como es el nuestro, incurrimos en un comportamiento que cabe considerar de inconsciencia extrema- de “patinarnos” más de once mil millones de dólares en los últimos meses en viajes al extranjero.

Sobre todo teniendo en cuenta que en el caso de la mayoría de ellos –no es el caso de nuestros compatriotas que cuentan con altos ingresos- ya han comenzado a pagar de una forma casi imperceptible, al afrontar todo tipo de obligaciones que se generan y se seguirán generando en la vida diaria, “la manteca que han tirado al techo”.

Se debe reconocer que nuestra situación es la de una trampa diabólica ubicada dentro de otra trampa mayor de las mismas característica. Esta última es la del consumismo, que por sus características se ha convertido en un tóxico adictivo que ha invadido el mundo.

Pero dentro de ello se da en nuestro caso concreto esa adicción que nos involucra directamente y en relación a la cual nos abstenemos de hacer un juicio de valor, y nos limitamos a efectuar una descripción. Lo que nos lleva a decir que también en nosotros ha calado hondo el consumismo. Que tuvo su antecedente histórico en el comportamiento dispendioso en el pasado de una gran mayoría de los componentes de nuestra clase alta, quienes por ende daban un ejemplo, en la que el despilfarro había reemplazado al ahorro. Actitud que no era por lo general compartida por el resto de la población que trataba de ahorrar “cuanto podía y cuando podía”. Lo que no quitaba el hecho que hubiera quienes pertenecientes al mismo o similares sectores sociales, se tildara a aquéllos utilizando, entre otros adjetivos, el de tacaños.

El desorden en aumento que vino después y la inflación que fue su consecuencia ha hecho que perdiéramos la sana costumbre de ahorrar - virtuosa desde una perspectiva individual pero también colectiva- ya que fue ganando terreno la convicción que no “vale la pena hacerlo”, ante esa inflación que se lo “comía todo”, sin que para lo que era el pequeño ahorrista existieran canales adecuados para precaverse. Una situación que no justifica el despilfarro pero, al menos en parte, lo explica.

Y aquí estamos ahora. Con dirigentes sindicales que van a Moscú buscando eludir las fotos y funcionarios que pasan por encima recomendaciones presidenciales, y que por ello deberían ser sancionados con su cese. Ya que ni unos ni otros están dando un buen ejemplo.

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