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En recordación del primer viaje de circunvalación de la tierra

Escuchamos decir, hace de esto poco tiempo atrás, que no pasarán muchos años, en que no se consideraría extraño escuchar, en boca no ya de un chico bien pequeño y hasta avispado sino en la de un adulto en quien se presume un mínimo de sensatez, la pregunta de esa curiosa anomalía que significará el hecho que los Viernes Santos “caigan” siempre en un día viernes.

Una sin razón que no hará a nadie ni siquiera esbozar una sonrisa, al mismo tiempo que inclusive pueda llevar a alguien a asombrarse, y así expresarlo, de la sorprendente originalidad y profundidad de esa reflexión, con el agregado, muestra de una auténtica sinceridad, que a él “nunca se le hubiera ocurrido, ni por asomo, hacerse esa u otra pregunta parecida”.

Y no estará seguramente en ese círculo, nadie que sepa de la existencia de un presidente estadounidense llamado Bill Clinton, para quien, así como para Newton la caída de una manzana de un árbol hizo que “se le encendiera la lamparita” y de allí en más comenzara a pergeñar sus desarrollos en el campo de la física y enunciar, ley de la gravedad inclusive; a aquél, o sea a Clinton, según también se dice, el ver escrito con tiza blanca en el pizarrón pintado de verde de una escuela en la América profunda un texto que decía “es la economía, estúpido”, hacer suya esa frase fue lo que lo llevara a a ganar las elecciones presidenciales.

Es que en nuestro caso y remedando lo sucedido no a Newton, sino a la frase que dice haber leído Clinton y que según dicen le hizo reorientar su campaña electoral de una manera tan exitosa, resultando que resultó como se sabe elegido no solo una vez, sino dos veces presidente. Y que existen grades posibilidades de que hubiera logrado otra reelección, no por el conocido caso de “acoso” a una pasante de la Casa Blanca, sino porque en los Estados Unidos luego de ser dos veces Presidente, siguiendo el ejemplo de Washington, que fue el primero, no les queda otro remedio -un remedio generoso en términos de billetes, porque allí los ex presidentes pueden ganar mucho dinero dando conferencias y escribiendo y haciendo que algún editor les pague por sus memorias- cabría aplicar el “estúpido” en otra forma.

Bastaría con decir “son los feriados móviles, estúpido”. Innovación que entre nosotros se ha recibido con agrado no solo por la industria hotelera y los agentes de otros servicios turísticos, sino por todos los amigos del “dulce hacer nada”. Circunstancia que ya ahora nos cuesta recordar cuál es la conmemoración “corrida”, y que llegará el día en que ella quedará sepultada en el olvido, y que servirá tan solo a algún despistado para explicar el origen de los “finde largos”.

No es de extrañar entonces que, ante esa circunstancia, unida al tenso barullo cotidiano del que nuestra sociedad da cuenta, y que por lo mismo no necesita de mayores explicaciones, a pesar de haberlo en su momento pensado, no hubiéramos hecho mención alguna a un hecho tan o más trascendental - aunque ello es opinable- en la historia humana, que la llegada de Colón a tierra americana.

Es por eso que hoy, venimos a reparar esa omisión, por más que la misma no se haya considerado de importancia, si se atiende al poco espacio que los medios de comunicación social han prestado al acontecimiento.

El que no es otro que el hecho que un día como lo fue el 20 de febrero pasado, nada más que quinientos años atrás, partía del puerto español de San Lucas de Barrameda una expedición marítima financiada por la Corona española y capitaneada por Fernando de Magallanes. Esta expedición, al mando de Juan Sebastián Elcano, en su retorno, completó la primera circunnavegación de la Tierra de la historia.

Cabe recordar también que esa expedición tenía el propósito de abrir una ruta comercial con las islas de las especias por occidente, buscando un paso entre el océano Atlántico y el océano Pacífico. Y que, según el relato del marinero integrante de la expedición Antonio Pigafetta, cuya versión recogen, o al menos recogían los libros de texto escolares, la escuadra estaba formada por cinco naves, que después de haber explorado durante meses el litoral americano al sur de Brasil, incluyendo un tramo de nuestro río Uruguay, logró cruzar el estrecho de Magallanes el 21 de noviembre de 1520.

Y que en su travesía por el Pacífico llegó a las islas Filipinas, donde, el 27 de abril de 1521, muere Fernando de Magallanes en la batalla de Mactán. Pero a pesar de esa pérdida, y como por otra parte no podía ser de otra manera, los expedicionarios continuaron la navegación hasta las islas Molucas, objetivo de su viaje, donde eligieron a Juan Sebastián Elcano para capitanear el viaje de regreso.

Fue así como navegando hacia el oeste por el océano Índico y dando la vuelta a África, el 6 de septiembre de 1522 la “Victoria”, única nave que quedaba en la expedición, retornó a Sanlúcar de Barrameda con su carga de especias, convirtiéndose en la primera embarcación de la historia en dar la vuelta al mundo.

El relato aquí termina, pero quedan preguntas por hacerse y tratar de contestar. Independientemente del hecho que todas las comparaciones son odiosas, y en algunos casos hasta difíciles de llevar a cabo por carecer de instrumentos o métodos para hacerlo con objetividad. Cabe preguntarse cuál acontecimiento fue el más importante, haciendo, hasta cierto punto, al menos abstracción de su contexto: la colosal aventura repetida de Colón, o el viaje emprendido por Magallanes o el recorrido posterior, si se tiene en cuenta que Elcano llegó de retorno a España con una sola de las embarcaciones de la escuadra, al comando de una población tan menguada como maltrecha.

La respuesta queda librada al parecer de cada lector. Pero lo que es de temer es que Cristóbal Colón da la impresión que poco falta para que corra la suerte de Magallanes y El Cano. Porque ahora después de haberlo homenajeado en el mal llamado Día de la Raza, lo hemos reducido al mero pretexto para un feriado Móvil.

Y no resulta del todo estrafalario conjeturar que llegará el día en que se efectuará una distribución más razonable de los finde largos, y entonces ni el recuerdo quedará de muchas de esas fechas. Aunque no es fácil creer que eso pase con el Viernes Santo, que seguirá siendo siempre una suerte de viernes a-histórico, aún el día en que la historia haya dejado de interesarnos.

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