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¡Bueno! ¿Habrá llegado al fin? ¿Qué cosa? Pues la droga para la juventud. O al menos para regalarnos más años. Algo sin duda ha llegado. Se trata de la rapamicina o sirolimus, una medicación ya en uso para proteger los trasplantes de riñón de las defensas exageradas del organismo y también para mantener permeables los "cañitos" que se colocan en las arterias del corazón para que sigan abiertas (stents), mecanismos que pueden parecernos muy distantes uno de otro, pero quizás solo en apariencia. Se trata de un antibiótico que se cultivó en una muestra del suelo de la Isla de Pascua. Ésta tiene el nombre autóctono de Rapa-nui, que ahora se adaptó para designar a este misterioso antibiótico, así como nombra a una de los mejores chocolates y heladerías del país. Caprichos de los nombres, o del destino.

Rapa-nui significaría “isla grande”, pero parece que su nombre secreto es “ombligo del mundo”, sugiriendo que encontraremos allí aquello que nos prolongue la vida.

La rapamicina es un antibiótico que actúa sobre los hongos, pero también pone a raya las defensas del organismo que son a veces demasiado quisquillosas. Se los llama inmunomoduladores, prolongan la vida útil de los trasplantes e impiden que ciertas células dañinas se multipliquen demasiado. Investigaciones en ratones, revelaron que en aquellos que la recibían, la sobrevida se prolongaba en un 30%. Los ratones debían comenzar su tratamiento a los 60 días de vida, que sería en los humanos unos 60 años. ¿Será que cuando iniciemos la cola para cobrar la jubilación, servirá ésta también para una dosis de rapamicina? ¿Quizá al colocar el dedo para la identificación digital recibiremos el pinchazo? Todavía esto no es así, pues la rapamicina favorece infecciones, aumenta el colesterol y el azúcar, pero ya se está trabajando para obviar estos efectos perjudiciales. También se sabe que aumenta la sobrevida de moscas y gusanos y que nadie se ofenda por el parentesco. Y no deberíamos dejar de recordar que muchos de los avances de la medicina, si alargan la vida es porque alargan la duración de la enfermedad.

Quizás la sociedad entera, o casi, no se ha dado cuenta de lo que significa el aumento del número de viejos. En el pasado era algo muy raro llegar a viejo, tal vez por eso se los creía venerables. Solemos apreciar lo que es escaso. En los proverbios se compara a una cabeza canosa con una corona de gloria, que se encuentra camino a la justicia (Prov. 16:31) (humildemente pensaría que primero debe llegar la justicia y luego la gloria) y también en Job (12:129) que en los ancianos está la sabiduría y en la largura de los días el entendimiento. Un plebiscito nacional negaría esto por completo.

Alrededor del 1500, Montaigne escribía “Morir de vejez es una muerte rara, singular y extraordinaria y mucho menos natural que las demás, es la última y postrer manera de morir". Entonces la mayor parte de la gente moría antes de la cuarentena: guerras, pestes, hambrunas, accidentes. Éstas eran las muertes naturales, las que venían con los años eran una excepción.

Durante años se discutió la naturaleza de vejez, y para muchos era un estadío intermedio entre la salud y la enfermedad. Una dolencia atenuada. Es probable que a muchos de los que despertamos en ella a diario, nos recuerde la mejoría tambaleante de una gripe. Un progresivo desajuste de todas las funciones y no solo las biológicas: aparece el retiro laboral, la pérdida de familiares y amigos, la cabellera de los hijos encanecida, la incomprensión de nuevas músicas, libros, actitudes. Las visitas diarias y nocturnas son más a los habitantes del pasado ya muerto, que a los que viven un presente difícil de comprenderse nos aconsejará que estudiemos latín o japonés, prácticas de Pilates o paddle, cocina francesa o fotografía. Pero será difícil adquirir nuevos gustos que de algún modo no hubieran sido ya experimentados cuando jóvenes. Se nos dirá que Benjamín Franklin descubrió los lentes bifocales después de los 70, y que Miguel Ángel pintó la Capilla Paulina a los 74, y que Lloyd Wright diseñó un célebre museo los 91 y Picasso... Mi Dios, parecía una fuente de vida. Pero todos ellos eran creadores ya a los 8 años. ¿Y la mayoría de nosotros? Con suerte seremos presos de este proceso que ha sido definido como “lineal, inevitable, variable y asincrónico”.

Según las Naciones Unidas, la vejez comienza después de los 65 años. Alrededor de 1970 se comenzó a hablar de la tercera edad, después de los 70, luego de la cuarta edad, pasados los 80. Aquí el panorama comienza a ponerse difícil: aquellos que lleguemos a los 85 años y después, sufriremos enfermedad de Alzheimer en el 25 a 50% de los agraciados. Una densa niebla nos envolverá. Entre tanto podremos ser tratados, al decir de Simone de Beauvoir, “unas veces como locos, otras como tontos”. Para el año 2050 el 30% de la población de 50 países incluido el nuestro (si aún existimos como tal) será mayor de 60 años. Poco más y los mayores de 65 en conjunto serán más numerosos que los menores de 5 años. Cierto día un circulo de viejos azorados rodeará al último bebé del mundo. ¿Y si la rapamicina ayuda, será para mejor?

No se muere de vejez. Se muere de algún mal que no se debe o no se quiere investigar, ya que una aceptable calidad de vida es imposible, cuando el desajuste del organismo dice basta. ¿Qué nos queda ante esta perspectiva?

Una poetisa reflexionaba:

¿Podré alguna vez cantar?

Aún los gorriones lo hacen, y yo estoy aquí sin esperanzas.

Mi vista se enturbia, o solo lo imagino,

sufriré de reumatismo,

quebrada la quijada, ¿caeré en la locura?

Al fin, veo que preocuparse es inútil,

me libraré de ello.

Enderezo mi cuerpo viejo

y salgo a la mañana

y canto.


Mary Oliver

(1935-2019)
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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