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¡Qué caras nos han salido las elecciones PASO! Esa creación que la política considera tan apropiada parece haber derivado, como lo hizo en 2019, en una situación de zozobra económica y social que en gran parte se explica por los cuatro meses que median entre el momento en que pareció sellada la derrota del oficialismo (Juntos por el Cambio en 2019, Unión por la Patria en 2023) y la asunción del nuevo Presidente. No sabemos si, en lugar de conocerse en agosto, el resultado se hubiera sabido hacia fines de octubre, la reacción de los mercados, la economía, los dirigentes y la población hubiera sido diferente. Pero podemos sospechar que un cambio de mando próximo podría haber armado a todos los actores con mayor paciencia que la que hoy demuestran. Tras las PASO, el futuro queda demasiado lejos.

Y queda demasiado lejos, sobre todo, por la fragilidad del entramado social y económico. La incertidumbre que, al día siguiente de las PASO, comenzaron a provocar el aumento del dólar oficial, el salto simultáneo en el dólar paralelo, y la suba de los precios de los alimentos, acabaron por manifestarse más tarde en una serie de ataques organizados (o saqueos, si así se los debiera llamar) a comercios y supermercados en todo el país. El trasfondo de estos saqueos no es sencillo de desentrañar, porque se confunden en ellos la auténtica necesidad de quienes vieron caer su poder de compra de manera brutal en apenas unas horas, con su uso político y el aprovechamiento de quienes no son más que vulgares malhechores. Es llamativo que, entre los detenidos por los saqueos, la mayoría cuenta con un profuso prontuario policial que incluye robos, hurtos, vinculaciones narco, entre otros delitos.

Vistas las reacciones que provocaron los resultados de las elecciones PASO, no puede dejar de pensarse que, más allá de su conveniencia para la política, su realización genera un riesgo palpable para la convivencia durante el período de transición que media entre ellas y la jura de los nuevos gobernantes.

Con todo, más allá de este riesgo, una derivación positiva que produjeron las PASO ha sido la de forzar a los contendientes que quedan en carrera a comenzar a mostrar sus cartas. En ese sentido, la contribución de Javier Milei al debate ha sido valiosa. Con un programa que algunos podrán considerar salvador, otros disparatado, o incluso desarticulado, Milei ha sentado reglas para la discusión y trazado una línea en la arena, a cada uno de cuyos lados parecen obligados a ubicarse los candidatos.

Es así que Patricia Bullrich, victoriosa en la interna de Juntos por el Cambio a nivel nacional, parece forzada a mostrar un plan de gobierno de manera menos difusa que la que usaba antes de las PASO. Parece inminente no solo la determinación respecto de cómo se conformará su equipo económico, sino, además, la enumeración explícita de una batería de medidas económicas, sociales y de seguridad interior, que se pondrían en práctica el mismo 10 de diciembre, en caso de resultar ella la elegida para ser la futura Presidente.

Sergio Massa, por su parte, tiene una mano muy compleja, pues jugar sus cartas podría generarle rispideces internas y dudas en el electorado. No es fácil aunar el plan del FMI con la promesa de conquistas sociales. Esta contradicción puede complicarle el necesario aumento en su caudal de votos, porque sus promesas podrían sonar vacías ante la evidencia de la realidad. Esgrimir que un cambio constituiría un riesgo, en las condiciones económicas y sociales actuales, no parece amenaza suficiente para torcer el resultado de las PASO. En un escenario en que las palabras vacías de contenido parecen restarle chances, Massa carga con una mochila pesada. A su favor cuenta con el poder del Estado, y con la posibilidad de que el aparato peronista juegue un papel más contundente en octubre. No es un arma despreciable, pero no está claro que sea la más apropiada para la batalla electoral de 2023.

Milei, con un discurso directo y efectista, más un programa de gobierno puesto en papel para quien lo quiera ver, ha cambiado las reglas del juego a las que estábamos acostumbrados. Reglas que separaban las promesas de campaña de la responsabilidad de cumplirlas. No significa que el plan de Milei no genere dudas respecto de su capacidad de ejecución. Pero sí que ha llevado el debate hacia temas concretos (el tamaño del Estado, la inflación, el orden público, entre otros), a los que tan esquivos son los candidatos en campaña. En esta campaña, las palabras vacías parecen destinadas a ser castigadas con la ausencia de votos. No es poco para nuestra democracia que la ciudadanía tenga un menú discernible a la hora de elegir cómo votar.
Fuente: El Entre Ríos

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