Atención

Esta imágen puede herir
su sensibilidad

Ver foto

Compartir imagen

Agrandar imagen
La referencia a ellos vuelve oportuna la reflexión acerca de algo que casi nunca, por no decir nunca, se piensa y ni siquiera se sabe, como es la existencia de “la teoría de las colas”. Es que si bien gran parte de nuestra existencia nos “pasamos haciendo cola”, en un grado que no lo imaginamos, es difícil que nos pongamos a pensar en ello, porque de hacerlo llegaríamos a la conclusión de que las cosas son mucho peor de lo que imaginamos. Inclusive es hasta dable pensar, siendo como son las cosas en la realidad, que mucho mejor que bucear en una teoría como lo señalada, ocupáramos el tiempo en la elaboración de una “teoría de la espera”, a la que vemos a través de los insalubres sentimientos de la resignación, de la impaciencia y el enojo, y se nos dé la receta para dar al tiempo de la espera un sentido provechoso.

A la vez, y mientras tanto, deberíamos comenzar por actuar -tal cual como muchos lo hacen- dando en nuestro comportamiento en ellas lo mejor de nosotros, que en estos casos significa -cuando ello no estuviera así reglado- ceder el turno a las personas ancianas o de otra forma vulnerables, como el caso de las mujeres que muestren un embarazo notorio por lo avanzado.

A la hora de hacer teoría “casera” al respecto, tendríamos que decir que las colas son una manera de acercarse a lo imposible en un mundo que no ha llegado a la digitalización completa y universal, ya que permite acortar -dejando de lado el imposible de la “sincronización perfecta”, algo que implicaría la respuesta inmediata a lo que es nuestro cometido- los tiempos que se pueda el espacio temporal que separa el momento que lleva completar un trámite, o recibir la respuesta a una solitud o reclamo. De donde las colas vienen a significar la aplicación de un principio racional organizativo y disciplinado frente a la necesidad de dar respuesta a solicitudes múltiples y casi simultaneas. Las que vienen a ser encausadas por la aplicación del principio que cada cual es atendido según el orden de llegada.

Un gran paso, pero no el suficiente, ya que así no se termina de dar solución al problema y, en la mayoría de las circunstancias, solo conseguimos formar una única fila larga. De esas que se forman cuando la llegada a un lugar de un famoso, lleva a que se adelante temporalmente el inicio de la cola, por temor de los “fans” de perderse el espectáculo.

De donde, y tal el caso de los que acuden a los cajeros automáticos bancarios, con el objeto de hacerse de unos pesos, no se evita que el trayecto hacia la caja deje de ser penoso, cuando la cola es larga y única. Máxime cuando hay que hacerla a pleno sol o bajo la lluvia y esperando –por qué no- en la vereda. Es que aquí el problema no es de la cola, sino del número de cajas existentes en el lugar. De donde si hay más cajas hay más de una cola, y cuantas más cajas haya, más cortas serán cada una de las colas.

Con lo que hemos llegado al final, dando la impresión de haber redactado lo que los franceses llaman algo así como “una composición de liceo”. Es decir, un trabajo escolar con palabras prolijamente ordenadas -como deberían ser las colas- que vienen a decir poco y nada.

Y que redactarla, ha llevado un tiempo parecido al del funcionario que tiene en la esfera de su competencia regular todo lo vinculado con la existencia y funcionamiento de las cajas automáticas bancarias de las que se puede retirar dinero, para elaborar una reglamentación del tema, que permita que lo que ahora es un problema deje de serlo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

Enviá tu comentario