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Kicillof, con tapabocas
Kicillof, con tapabocas
Kicillof, con tapabocas
No se puede dejar de admitir que son muchos entre nosotros los que han sido golpeados hasta un maltrato extremo por la actual coyuntura, y ante el hecho de haberla sufrido en carne propia, son conscientes de su dimensión.

Es el caso de los que lloran la muerte de un familiar al que se lo llevó la peste, o lamentan, por las mismas razones, la pérdida de un entrañable amigo. Sin dejar de mencionar –dado que ella es una pérdida existencial y no exclusivamente material- a quienes, al verse forzados a cerrar de una manera irreversible, el negocio o empresa que era el fruto del esfuerzo de toda una vida. O el conjunto de personas y sus familiares, que ya se sienten y hasta se ven desclasadas por esta misma circunstancia. O haciendo también alusión a los trabajadores que dejaron de estar ocupados, por una suerte similar corrida por sus empleadores.

A lo que se debe agregar, y cabe considerar que por ellos deberíamos haber comenzado la lista, el caso de tantos que la pasaban siempre mal, y que ahora –si ello cabe imaginar- la pasan peor todavía. Y creemos que aquí se hace necesario cortar, en esta enumeración con aires de letanía.

Porque el sentido de esta nota editorial es otro, como ha quedado claro en la forma en que la hemos titulado. Es que existe la impresión, la que se refleja en la manera de pensar y ver las cosas de tantos, que han focalizado su preocupación en evitar ser tocados por la peste, y que parecen empeñados en negar la existencia de una realidad de mayor envergadura que a ellos los incluye, como a todos los demás, o sea a cada uno de nosotros.

Se trata de quienes parecen estar convencidos, cuando no que su vida sigue siendo la misma; es decir, moviéndose por los mismos carriles, salvo que lo es con las restricciones establecidas.

O en el caso de no llegar a tanto, o que dejada atrás la peste, las cosas retornaran a su curso normal, y que todo volviera a ser como antes, una vez bebido lo que se presenta como un mal trago, como si hasta este momento hubiéramos estado durmiendo, y ahora nos encontráramos despertando de una pesadilla.

Esta manera sonámbula de atender a las cosas, la vemos a cada instante, y no debería dejar de alarmarnos. Máxime cuando la encontramos presente en personas que se presume bien formadas, y entre quienes ocupan lugares de importancia entre referentes sociales o en la sedicente clase dirigente.

Un primer ejemplo de lo hasta aquí señalado lo tenemos en la reacción que en muchos ha provocado, la sanción de la ley conocida con el nombre de “emergencia solidaria”, por parte del gobierno provincial, en contraste con los de otro extremo en los que se levantan voces exhibiéndola como una extraordinaria panacea.

Cuando en realidad nos encontramos ante una decisión que no resulta merecedora de ninguno de esos dos tratamientos. Dado que no se debe de advertir que las expresiones que siguen, resultarían un equívoco, que pudieran llegar a ser vistas como un apoyo a la medida o a quienes las han tomado.

Ya que hemos fijado a ese respecto una posición que a la vez que muestra comprensión frente a ella, va manifiestamente “contra la corriente”; o mejor dicho en contra de ambas.

Es que volvemos a remarcar algo que habíamos ya dejado sentado en una oportunidad anterior, cual es la circunstancia que consideramos el contenido de las novísimas normas legales como insuficiente. Algo que se vuelve patente, si se las contrasta con las reformas profundas del Estado, que por décadas se están postergando, y que deberían tenerse por ineludibles; salvo que nuestra opción sea la de continuar transitando por el camino hacia la decadencia, en que pareciéramos estar empeñados como sociedad.

De ese modo, con el que disentimos en sus dos enfoques opuestos, en cuanto da la impresión que de ese modo se hace presente una manera de razonar de un cortísimo alcance, aunque de cualquier manera no admite comparación, en lo que a estrechez de miras respecta- con un segundo ejemplo del que nos ocuparemos a continuación.

Se trata de reflexiones atribuidas al actual gobernador bonaerense, y a las que tenemos por ciertas mientras no queden desmentida por quien aparece como su fuente. Y que vienen a constituir una suerte de explicación de la crisis del sistema previsional de la provincia a su cargo, aunque de dimensiones muy superiores a nuestro caso.

Es que se empieza por explicar la crisis en función de la circunstancia exacta que en esa Caja provincial se da la existencia de poco más de dos aportantes que corresponden al personal en actividad, por cada beneficiario de la misma.

Algo que debe admitirse como exacto, aprovechando la oportunidad para destacar que el desbalance de la Caja de Jubilación del Personal del Banco de la Provincia de Buenos Aires, es mucho peor, de una manera estremecedora pero que yerra de una forma que provoca espanto en la solución. Cuando se la encuentra, en el incremento… del número de los aportantes, o sea de empleados provinciales.

De donde aquí pasamos de utilizar la coyuntura para hacer un mero retoque, cual es el que ha provocado las reacciones indicadas, en el caso bonaerense a ir mucho más allá, dado que lo que se niega vendría a ser nada más ni nada menos que la propia realidad.

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