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Solanas y sus 35 asesores rentados
Solanas y sus 35 asesores rentados
Solanas y sus 35 asesores rentados
El espíritu de cuerpo –“l´esprit de corps”- es un galicismo utilizado originariamente por los militares franceses, para hacer referencia a su conciencia de grupo, desde una perspectiva moral.

De allí que se la explique, dentro de ese ámbito, haciendo alusión a un sentimiento de probidad y respeto compartido. Y la expresión no tardó en generalizarse, saliendo de ese círculo acotado, para aludir de esa manera al “sentimiento de honor y orgullo compartido por los ideales y logros de un grupo de personas”, como es el caso de los miembros de una universidad o colegio, los compañeros de una profesión, un estamento o clase social, el clero y las órdenes religiosas, para dar algunos ejemplos.

Desde una perspectiva positiva los autores que se han ocupado del tema, ven en él una forma de solidaridad y de abnegación; exige resolver los problemas internos dentro del mismo grupo y una cierta igualdad entre sus miembros que obliga a la correspondencia en el caso de que uno de ellos sea afectado por algún mal o peligro, incluso a costa de un sacrificio mayor.

Es entonces donde se ha hecho referencia para ejemplificar la existencia de ese espíritu a la circunstancia que en los desastres de Chernóbil, Fukushima y las Torres gemelas los bomberos y obreros realizaron trabajos de los que sabían que no saldrían vivos porque su sacrificio tenía sentido y redundaba en el bien general, en lo que un famoso escritor ve “el heroísmo sereno de los humildes”.

Mirado desde esa misma perspectiva se ha dicho también que el espíritu de cuerpo refleja la capacidad compartida entre los miembros de un grupo para mantener la creencia en una institución u objetivo ante la oposición de las dificultades y las circunstancias manteniendo el entusiasmo y la motivación.

A la vez desde un punto de vista negativo, el espíritu de cuerpo no es otra cosa que un desvío o una desnaturalización del concepto que ha quedado expresado. Y desnaturalización que se ve traducida cuando ese accionar positivo que entre otras cosas sirve para darle forma a un cuerpo, da nacimiento a lo que en sentido peyorativo, y por ende con una fuerte carga afectiva de naturaleza negativa, no es otro cosa que la “corporación”.

Entendida esta no en el sentido que en ámbitos económicos y jurídicos se le da ese nombre, sino que se la ve vestida con un tufillo, cuando menos desagradable, ya que de esa manera el espíritu de cuerpo se convierte en lo que cabe considerar como una mala representación del “espíritu corporativo”, o lo que es lo opuesto de la mejor expresión positiva del espíritu de cuerpo.

Es que en estos casos se observa en primer lugar la priorización de los intereses de cada uno de sus miembros en cuanto parte integrante del grupo, sobre los intereses de la sociedad toda. Apareciendo el interés egoísta – que se puede llevar más lejos partiendo desde esa posición- colocado por encima del bien común. Es allí donde se hace presente una suerte de “franja sanitaria” encargada de “blindar al grupo”, pudiéndose, como consecuencia de ello, al extremo de dar “protección” a uno de sus integrantes incurso en una violación de la ley, precisamente por la existencia de esa franja, convertida en “línea de defensa” corporativa.

Y esta desviación puede darse en grupos estructurados tanto en forma pública como privada, existiendo ejemplos de distinto tipo que contribuyen al desprestigio al menos sospechado de incurrir en esa desnaturalización, e inclusive cuando se da el caso que la opinión pública llega a una composición de lugar errónea al respecto.

Los “trabajadores de la educación” deben estar alertas, en relación a lo expresado, ya que se tiene la impresión que la opinión pública los ve avanzar en esa dirección, a medida que con sus paros, de una manera creciente, llevan a cabo un accionar generador de daños en quienes concurren a la escuela a aprender, más que al gobierno, que es el encargado de su gestión, inclusive con el paro del pasado jueves, dan la impresión que se están acercando peligrosamente a un punto de inflexión.

Los cuerpos legislativos son uno de los más claros ejemplos de esa situación, algo que explica que la imagen social de los cuerpos que integran, aparezcan como una de las más bajas en las encuestas de opinión.

A la vez que las canonjías de todo tipo que detentan vienen a explicar también su resiliencia a todo cambio, o lo que es lo mismo, dicho con un lenguaje más llano todavía “parece que no les entran balas”.

De allí que ha resultado escandaloso llegar a conocer que el senador “Pino” Solanas cuente con un cuerpo de 35 asesores rentados, circunstancia que no es ni siquiera explicable como resultas de sus declamaciones contra la desocupación existente, la que no puede verse en ese accionar suyo una solución.

Estado de cosas que se ve reforzado en su presentación por la denuncia efectuada por un economista ante las cámaras televisivas, y ante un diputado y un senador nacional que no abrieron la boca al escucharla, que un diputado local es el doble de caro que un diputado español, mientras que cada senador le cuesta al Estado, y en definitiva a nosotros también, diez veces más que lo que le acontece al español con los pares de los nuestros.

Hace unos días la Corte Suprema requirió al Poder Ejecutivo casi $4.000 millones para aumentar los sueldos de la Justicia, lo que implicaría cerca de un 69% de incremento en poco más de un año.

Es que también la justicia da cuenta de esos desvíos, hasta llegar a dar en ocasiones la impresión de que confunden la “intangibilidad de sus remuneraciones” con una “intangibilidad personal”. Dándose el curioso caso de que son los propios empleados judiciales los quejosos de la existencia de ese Poder al que ellos también pertenecen, “la familia judicial”.

A lo que solo queremos añadir que a las exenciones impositivas que “desigualan” a los jueces no de los “magnates” que la Suprema Corte de Justicia de la Nación; la misma ha previsto un incremento de casi un 70 % en las retribuciones de sus miembros respecto a poco más de un año atrás.

De las “corporaciones sindicales” es preferible no hablar. Ni hacer referencia a los sindicalistas presos y los que no lo están. Aunque no está de más recordar que en su momento habló Ricardo Alfonsín del “pacto militar sindical”. Es tan solo una vana conjetura preguntarse acerca de cómo aquel expresidente designaría a este verdadero mazacote de “corporaciones” entremezcladas y en ocasiones, hasta entrelazadas…

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